El carro de la compra también se atasca con el frenazo económico

El incremento de precios, la moderación salarial y la caída de la confianza enfrían el gasto familiar y las ventas en los comercios

Por más que los brotes de optimismo antropológico puedan nublar la percepción de la realidad, hace meses que las señales de desaceleración de la economía española son cada vez más visibles. Esta semana, dos hitos negativos venían a confirmar la tendencia y a ratificar que no hay margen para la complacencia: la llegada de turistas extranjeros cayó en julio al mayor ritmo desde 2010 y la afiliación a la Seguridad Social registró su peor mes de agosto desde hace ocho años. También comienza a reducirse el ritmo de la creación de empresas y el de producción industrial, el sector exterior vive un momento de atonía por las guerras comerciales abiertas por Trump... un panorama en el que solo contrasta la sostenida efervescencia del sector inmobilario. Y ese contexto de agotamiento parece comenzar ya a trasladarse a pie de calle. El consumo privado, que había sido uno de los vectores claves en la reactivación económica del último lustro, ya ha dejado de crecer con la alegría de los años pasados.

En su último informe trimestral sobre la economía española, el Banco de España ya advertía de que «podría haberse producido un cierto debilitamiento del consumo, como consecuencia de la pérdida de poder adquisitivo que se deriva del repunte de la inflación». De hecho, el gasto de los hogares apenas aportó al PIB un 0,2% en el segundo trimestre del año, cuando había avanzado un 0,7% en el trimestre anterior, según datos del INE. Como contraste, en ese mismo periodo, el gasto de las administraciones públicas creció un 0,7%.

Otras estadísticas han seguido certificando después la tendencia. Las ventas del comercio minorista (a pie de calle) están bajando desde febrero, e incluso entraron en números negativos a partir de mayo. Las tiendas han vendido un 0,4% menos este mes de julio que el del año pasado. Las grandes superficies incluso un 1,2% menos. En este primer semestre, la demanda de gran consumo (supermercados, hipermercados y tiendas de alimentación) cayó por primera vez en cuatro años.

Pérdida de confianza

Y es que los españoles ya no creen con la misma fuerza que antes en la economía, como demuestra el último barómetro de agosto del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). En concreto, el Índice de Confianza del Consumidor bajó en agosto 3,7 puntos respecto al mes anterior. Los ciudadanos ven con otros ojos la situación actual (que valoran con 2,4 puntos menos) y también las expectativas de futuro (que caen 4,9 puntos).

«La tendencia es de menor crecimiento y todo se puede agravar porque está cayendo el empleo»

Lo cierto es que el contexto global y doméstico no dan para alimentar demasiado el optimismo del consumidor. «La desaceleración estaba prevista en 2019-2020», explica Emilio González, profesor de Economía de la Universidad de Comillas ICADE. Algunos acontecimientos la han adelantado: la guerra comercial internacional desatada por Trump, una Latinoamérica resentida por la devaluación de la lira turca y el peso argentino frente al dólar, una Europa que está desacelerando, la subida del precio del petróleo... Y los consumidores se han dado cuenta de que se empieza a dibujar un escenario muy distinto a nivel interno: la inestabilidad política de nuestro país, los anuncios del Gobierno de gravar a las grandes empresas con mayores subidas impositivas, el descenso del turismo que crece por debajo del PIB... «La economía languidece», afirma Antonio Pedraza, presidente de la Comisión Financiera del Consejo General de Economistas. «La tendencia es de menor crecimiento —asegura— y todo se puede agravar porque está cayendo el empleo».

La situación invita a acometer nuevas reformas para retomar el impulso macroeconómico, pero las políticas de aumento del gasto y de la presión fiscal que propone el Gobierno no apuntan en ese sentido. «El escenario puede deteriorarse más. Todo depende de la confianza que transmite el Ejecutivo, que está tomando medidas que van en la dirección contraria a lo que se está hablando. Hay que ir por la senda del ajuste presupuestario, así se libera ahorro para financiar el sector privado. Ahora no podemos aumentar el gasto público. Subir impuestos significa que las familias van a tener menos capacidad de ahorro y consumo», expica Emilio González. Ante este panorama no es de extrañar que el consumidor adopte una actitud más prudente y conservadora cuando compra e invierte, como señala el economista.

Sobre el terreno, hay cuestiones de base en las que los economistas coinciden: el consumidor pierde poder adquisitivo. Con unos salarios que siguen siendo muy bajos no puede hacer frente a la subida de precios. «No resulta tan importante el aumento del paro como que una gran parte del empleo es precario y no estable. Y ese empleo es miedoso a la hora de consumir», dice Pedraza.

Escalada de los precios

Y los precios siguen subiendo. El último dato del IPC del mes de julio certifica que son hoy un 2,2% más caros que hace un año. El incremento del precio de la luz (más de un 8% en los últimos doce meses) y de los combustibles han mermado el poder adquisitivo de las familias. El calentamiento del mercado del alquiler, especialmente en las grandes capitales es otro jirón en la tela de unos bolsillos mermados. «La subida de la electricidad es bestial, y la de los alquileres. Eso está afectando al consumo de las clases medias», explica el economista Pedraza.

Para salir de la crisis se pagó un alto precio con el ajuste salarial, como recuerda el profesor González. «Oficiosamente —indica— los salarios han bajado entre un 22 y 25% y las nuevas contrataciones recogen ese descenso. Esto limita mucho la capacidad de compra de las familias y el consumo. La desaceleración del consumo viene produciéndose desde finales de 2016, es una tendencia de fondo que ha estado enmascarada por el buen momento de la economía».

«Oficiosamente los sueldos han bajado entre un 22 y 25% durante la crisis»

El profesor considera que uno de los grandes factores que ha influido en la falta de traslado de la mejora económica a las nóminas de los trabajadores es el tamaño y la estructura de nuestro parque empresarial. «Las grandes corporaciones —cuenta González— que cotizan en Bolsa son internacionales, pero representan una parte pequeña del tejido empresarial. La mayoría son pymes que no exportan ni tienen presencia en el exterior. Por tanto, su crecimiento de beneficios es bajo y no pueden aumentar salarios».

Y, sin embargo, los productos del día a día también siguen encareciéndose. «El precio de los frescos ha crecido en lo que llevamos de año hasta un 5%, en parte porque las cosechas no han sido buenas y en parte porque tocaba», añade Pedro J. Domínguez, de Nielsen. Los datos de esta consultora también apuntan en la senda de la desaceleración. «De enero a junio la demanda en kilos y unidades en supermercados, hipermercados y centros especializados ha descendido un 0,9%. Ha sido más acusado en productos frescos (1,9%) que en envasados (0.3%)», añade. Una climatología adversa, una población que no crece y la invasión de la hostelería en casa (tiendas de comida preparada) también tienen mucho que ver en este descenso en las cifras.

Hace pocos días la Confederación Española del Comercio (CEC), que aglutina al comercio de proximidad, advertía del fracaso de la campaña de rebajas. Desde el sector textil divisan un panorama algo más despejado, a pesar de un arranque de año complicado. «En mayo teníamos una caída acumulada del 4%, a causa de un factor climatológico. Este año, mayo y junio han sido atípicos, lluviosos y fríos. Y ha habido que esperar para dar salida a las colecciones de verano. Pero en junio hemos crecido un 1,5% interanual. Claro, que en junio de 2017 crecimos un 5%», defiende Eduardo Zamácola, presidente de Acotex, la patronal del sector. «Esperamos crecimientos en torno al 1 y 2% en julio y agosto», concluye. Al factor coyuntural de la climatología se unen otros estructurales del textil que influyen a la hora de vender y comprar: «No ajustamos la oferta a la demanda. Lanzamos colecciones de verano en pleno febrero cuando todavía hace frío», explica Zamácola. También los hábitos del consumidor están cambiando: «Ahora priorizan las experiencias a la compra de material, prefieren la restauración y el ocio», dice.

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