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Alemania frena en seco; Francia e Italia en el ojo del huracán

Los mercados de medio mundo tiemblan ante el temor de una tercera recesión. Pese a las reticencias de sus socios europeos, Merkel sigue empeñada en continuar con la consolidación fiscal

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Alemania frena, Francia e Italia vacilan, España tiembla, el ansiado crecimiento de la economía global depende prácticamente de Estados Unidos. De repente, los mercados de medio mundo se han puesto a temblar, el mismo día que los países de la zona euro envían sus propuestas de presupuesto a la Comisión Europea. Los portavoces de Bruselas se niegan a reconocer que exista una relación entre este ejercicio que pretende ser una exhibición de gobernanza económica europea, con el miedo a una tercera recesión consecutiva, alegando que ese es el papel de los analistas de mercado. Es posible.

Para buscar indicios de lo que piensa el Ejecutivo comunitario, la declaración del comisario de Economía, Jyrki Katainen, declarando por enésima vez que Europa sostendrá a Grecia pese lo que pese, porque a pesar de que ya se le han inyectado 240.000 millones, vuelve a resurgir la sombra de un colapso de su sistema financiero, en el mejor de los casos, o de la bancarrota de un Estado que será incapaz a todas luces de devolver algún día semejante cantidad de dinero.

En estos momentos de transición entre el final de la Comisión que ha dirigido durante una década José Manuel Durao Barroso y lo que se espera del luxemburgués Jean-Claude Juncker parece haberse producido un momento de vacío, de incertidumbre. Tampoco ha sido ajeno de este momento de zozobra el tropezón de la ex primera ministra eslovena Bratusek, que debía haber sido vicepresidenta de la nueva Comisión, encargada de llevar a cabo el mercado único de la energía, y que suspendió su examen ante el Parlamento Europeo, lo que ha mantenido hasta ahora mismo las dudas de que el nuevo equipo pueda entrar en funciones, como está previsto, el 1 de noviembre.

En esta evolución entre dos comisiones se esperaba, naturalmente, algo más que un relevo de personas, un cambio de estilo y probablemente de rumbo. Se daba por descontado que las aclaraciones que había hecho Juncker en la campaña electoral europea sobre los matices de la política de austeridad, incluso sobre sus defectos como factor agravante de la caída de la actividad, se podrían matizar en una nueva dirección de la política económica y un plan de estímulos de 300.000 millones de euros. La presencia del ex ministro francés Pierre Moscovici en la cartera de economía -con todo lo que representaba entregar esa responsabilidad al representante de un gobierno que ha estado oponiéndose con uñas, dientes y hechos al dictado alemán pro austeridad- era un mensaje lo bastante explícito. Es difícil imaginarse a alguien como Moscovici pasar de un día para otro como si fuera una versión cualquiera del doctor Jekyll y mister Hyde, desde una posición a la opuesta, desde la apelación a las políticas de estímulo al crecimiento a la defensa a ultranza del rigor presupuestario.

¿Qué ha pasado entonces? Sencillamente que los presupuestos para 2015 que ha presentado Alemania son impecables desde el punto de vista del respeto al pacto de estabilidad (balance fiscal 0%, balance estructural 0,5% y una deuda pública en disminución que se rebajará al 70,05%) pero han dejado fríos a los analistas respecto a sus posibilidades de hacer que el primer país de la eurozona sea -como ha sido otras veces- la locomotora que pueda tirar de la esperada recuperación. Lo que para la canciller Angela Merkel es un motivo de orgullo para su espíritu luterano: firmar por primera vez desde 1969 unas cuentas públicas que no aumentan la deuda, para los planes que se atribuyen a Juncker para asentar la recuperación, es un jarro de agua fría. Las previsiones de crecimiento para este año se rebajan al 1,2% (una décima menos) y al 1,8% para el que viene (dos décimas por debajo de lo que se preveía). Lo que Merkel parece haber trazado para Alemania es una cura de reposo en su pequeño balneario centroeuropeo, tratando de asumir con calma los efectos de la reducción de la actividad en los países emergentes mientras duren las sanciones a Rusia (las exportaciones han disminuido un 5,8% en agosto), y no quiere ni oír hablar de la nueva ofensiva de compra de activos por parte del Banco Central Europeo (BCE) que Mario Draghi ha puesto sobre la mesa, porque le suena a que los bancos le pueden acabar traspasando por vía indirecta la deuda pública de los países manirrotos.

Amenazas de estabilidad

Algunos nuevos análisis hablan ahora de que Merkel mantiene sus posiciones incluso más a contracorriente que antes, por la percepción de que las nuevas amenazas para la estabilidad de la moneda única que vienen precisamente de Francia e Italia son también más inquietantes que nunca. Reicientemente, Joerg Asmussen, declaró en una conferencia en Milán, que «el futuro del euro no se decidirá ni en Bruselas ni en Berlin, sino en Italia» en referencia a la deriva de un país que es demasiado grande para caer sin arrastrar a toda la zona euro, que vive lastrado por una deuda gigantesca y que lleva dos décadas intentando poner en marcha las reformas que necesita para evitar el anquilosamiento de sus estructuras económicas. Con la perspectiva de lo que ha sucedido en Grecia, ¿qué podría hacer la zona euro para rescatar a un país como Italia que tiene una deuda que supera el 135% del PIB? ¿Qué pasaría si en vez de un círculo virtuoso como el que ha emprendido España, se produjera un torbellino asesino que arrastre juntos a Italia y a Francia?

Efectivamente, las perspectivas de Francia -el primer socio comercial de Alemania- no son mejores por lo que respecta a su evolución económica. No cumplirá con sus compromisos de reducción de déficit ni este año ni el que viene y el presidente François Hollande intenta -por ahora sin éxito- convencer a Angela Merkel de que si no le dejan aún más margen de gasto para estimular el crecimiento, el país se hundirá en una recesión con todas las consecuencias para sus vecinos europeos (España incluida).

Pero Merkel es una persona de ideas firmes y no ceja en su empeño de llevar a los demás países de la eurozona por el camino de la consolidación fiscal. Tiene como armas su propio ejemplo de que Alemania fue capaz de hacerlo generando crecimiento -aunque fueran otros tiempos- y de la propia España, que con las reformas ha revertido la tendencia y ahora es el único país grande que crece. «Las reglas están para cumplirlas» es su lema, mientras que para Francia e Italia se trata de hacerlo, si, «pero con flexibilidad». Hasta la Comisión Europea, que oficialmente mantiene la ortodoxia del control presupuestario, ha dirigido varias amonestaciones a Berlín acusándole de no emplear su holgada situación financiera para aflojar un poco el torniquete y favorecer el gasto de los propios alemanes, para que a su vez ese estímulo llegue a las economías vecinas.

Pero Merkel insiste, y lo hizo públicamente la semana pasada ante una audiencia repleta de premios Nobel de economía, en que hay que reducir el gasto público, teniendo en cuenta que enhtiende que la UE vive en una situación que no puede mantenerse indefinidamente porque «representa el 7% de la población mundial, el 25% de la economía y el 50% del gasto social»

De la obstinación de Merkel tiene buenas pruebas incluso el presidente ruso, Vladimir Putin, que este jueves se reunió con la canciller alemana en Milán, al margen de la cumbre Asia-Pacífico, y según fuentes bien informadas no fue una reunión muy amistosa. En Bruselas algunos países, como Hungría, están pensando que además de debilitar al régimen ruso, las sanciones a Moscú están siendo demasiado costosas para las economías europeas, especialmente la alemana. En ciertos círculos diplomáticos se empieza a pensar en la posibilidad de suavizarlas en nombre de la recuperación económica. Alemania es precisamente uno de los países más damnificados por la interrupción del comercio con Moscú y puede serlo aún más si se cumplen las amenazas de Putin de usar el gas este invierno como chantaje energético. Sin embargo, Merkel también está convencida de que es mejor pagar el precio de llevar las sanciones económicas hasta el extremo y soportar sus consecuencias, con la esperanza de que así se pueda conjurar completamente la posibilidad de una confrontación militar por el destino de Ucrania.

Reunión secreta

Un una reciente entrevista con ABC, Barroso reveló que en julio de 2012, en el momento más febril de la crisis de la deuda, con Grecia en el suelo y España en la cuerda floja, organizó en su despacho de la planta 13 del edificio Berlaymont una reunión secreta con los economistas jefes de los principales bancos del mundo que operan en Europa: «les pregunté si creían que el año siguiente Grecia seguiría en la zona euro. Todos menos uno estaban seguros de que era imposible que se mantuviera. ¡Y esos eran los expertos que estaban siguiendo la situación, que dirigen la opinión de los mercados! Les pregunté también si creían que el eurogrupo sobreviviría, y solo la mitad creía que sí. En aquel momento, la mayoría estaba con la teoría de la fragmentación de la moneda única».

Ahora, los expertos pueden volver a dudar si la zona euro, que estos años ha hecho un esfuerzo institucional colosal y se ha dotado de mecanismos ambiciosos para la gobernanza económica, va a mantenerse políticamente unida a la hora de afrontar el futuro. Es lógico que se pregunten otra vez cuál es el criterio que va a prevalecer, si el de los que piden un cambio en el ritmo de la aplicación de la política de ajuste fiscal o si Alemania se saldrá con la suya y frenará cualquier modificación en la gestión de la salida de la crisis, en nombre de su ortodoxia.

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