Una máquina de perder

El ridículo del Real Madrid, junto al cúmulo de derrotas, debería tener un tope

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El comentario habitual entre amigos madridistas el siguiente lamento: el equipo no conocía un reguero de derrotas como las actuales desde hace dos décadas. Todo vuelve a las andadas, murmuran los agoreros. Pero sí, diez partidos perdidos hasta hoy. Más que todos los que perdieron la temporada pasada. Una barbaridad. Una máquina de perder: la atorrante mediocridad que exhibe el Madrid adquiere una dimensión psicoanalítica (para quien crea en ello, el psicoanálisis como los milagros es una cuestión de fe). Ya no juega, se arrastra, o deambula, o pasea, o contempla. El ridículo, junto al cúmulo de derrotas, debería tener un tope. Un punto de no retorno. Una advertencia deportiva, una censura de la afición y, sobre todo, unas responsabilidades.

No se juega tan mal, tan aburrido, tan previsible porque les haya enviado una maldición Harry Potter. Se puede empatar, se puede perder (no se debe), pero, al menos, no hacer el ridículo. Un ridículo majestuoso como corresponde a un gran club, sin ambages, ni medias tintas, si vamos a ridículo, el mejor, el más grande. Y en eso están, todos. Un ridículo europeísta. Esta facultad solo la poseen los mejores. Qué elegancia y qué porte muestran los discípulos de Solari, antes de Lopetegui, antes de Zidane...en ver cómo se pasa el balón el contrario, con qué atención asisten a los disparos sobre la víctima de turno, se llame Courtois, se llame Keylor. Sí, pero ya vale. Hoy comienza la segunda vuelta (asimétrica) de la Liga, un campeonato un año más tirado en los primeros compases y rematado en los segundos.

¿Alguno será consciente de que con LaLiga tirada echan a la gente del Bernabéu?, ¿qué aliciente?, ¿qué expectativa?, ¿ver correr a Vinicius?, ¿esperar a ver cómo termina el suspense de Isco y Solari? Y todos los huevos a una misma cesta: la Champions, y los reciénvenidos se emocionan. Ya. Paren el ridículo. El día en que a mitad de temporada se cese a unos cuantos jugadores en vez de al entrenador el fútbol habrá dado un giro, para mejor, de 360 grados, no sé si centígrados.

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