Mundial Rusia 2018

Ricardo Gareca y el milagro peruano

El argentino impidió como jugador que Perú llegara al Mundial 86. Ahora dirige a una selección que ha cambiado de arriba a abajo

Ricardo Gareca, seleccionador de Perú EFE

Hughes

En 1985, Perú y Argentina se jugaban el pase al Mundial de México 86 . Perú ganaba 1-2 y el resultado dejaba fuera a Argentina. En la segunda mitad entró Ricardo Gareca , un delantero rubio y flaco que iba a marcar el empate. Ese gol hizo posible el Mundial de Maradona , aunque él se quedara fuera de la lista final.

Treinta años después, Juan Carlos Oblitas , que había jugado con Perú ese partido, se hacía cargo de la dirección deportiva de su selección. Era parte de un renovador cambio en la Federación para acabar con décadas de malos resultados. Era ambicioso al pensar en el entrenador, pero Rijkaard , Scolari o Sabella dijeron que no. Perú tenía poco que ofrecer. Había que cambiar de perfil; y pensó en Gareca, un ejemplo de superación en un segundo nivel.

Gareca jugó en las inferiores de Boca y en determinado momento fue transferido a River . Los aficionados le odiaron: «Gareca tiene cáncer, se tiene que morir» , cantaron. Le costó además la amistad de Maradona. En River estuvo solo cuatro meses y saltó a Colombia, donde desarrolló su carrera. Conoció a técnicos como Bilardo, Menotti, Vasile o a Roberto Perfumo, y ese magisterio lo aplicó en el banquillo de Vélez.

Todos los años le vendían jugadores y todos los años lo superaba. Por eso Oblitas pensó en él para dirigir a Perú. «Sabe gestionar la falta de recursos». Al reunirse, Gareca solo pidió una cosa: acabar el contrato. Algo que desde 1982 no había ocurrido en Perú. Era una selección dominada por «los extranjeros», los peruanos que jugaban en el exterior.

«Ya tengo equipo, voy a luchar por la clasificación», anunció Gareca cuando nadie creía en su proyecto

«Aquellos que jugaban en el exterior veían en sus convocatorias la oportunidad de volver a Lima para visitar a sus familias, divertirse con sus amistades y visitar discotecas. Solo aceptaban concentrar antes de los partidos porque, para ellos, los días anteriores eran «sus días libres», explica el periodista Umberto Jara, autor de «El Camino a Rusia».

Gareca comenzó dándoles su confianza. Los resultados fueron malos: 4 puntos de 18, actos de indisciplina y algún escándalo. Imágenes de Pizarro en una fiesta de whiski, o noticias sobre Zambrano haciendo entrar una mujer en el hotel. Quisieron mover su silla pero la federación cumplió su parte del trato y resistió.

Gareca cambió, tomó medidas. La Copa América 2016 ya fue buena. Ganaron a Brasil después de medio siglo. Empezaba la clasificación para Rusia y Gareca impuso las concentraciones, quitó a las figuras, convocó a 17 jugadores locales y sustituyó a Pizarro, ídolo de revista, por Paolo Guerrero , un joven de barrio.

Gareca exigió disciplina a los jugadores y tecnología a los directivos. Lo que encontró al llegar fue una oficina con una mesa, un televisor, una pizarra y una libreta con informes.

Quería ver y grabar todos los partidos. Pidió los sistemas informáticos y estadísticos que se usan en Europa y el software para analizar los datos de los futbolistas. Contrataron a un experto informático y a un psicólogo para superar una moral instalada de derrota.

En marzo de 2017, después de todo eso, Gareca entró en el despacho de su director deportivo: «Ya tengo equipo. Vamos a luchar por la clasificación»; y en noviembre, Perú estaba clasificada para el Mundial 36 años después. Para algunos, hace el mejor fútbol de América, pero el efecto no es solo deportivo. La empresa Ipsos elabora una encuesta sobre los sentimientos de los peruanos hacia el fútbol. En 2014, la selección les producía vergüenza (45%) y pena (30%); cuatro años después, los peruanos sienten alegría (53%) y orgullo (38%).

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