Salvador Sostres

Poco Barça contra la eternidad

No apareció Cruyff más que en las botas prodigiosas de Iniesta y compareció la eternidad del Madrid con toda su profundidad

Salvador Sostres
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El partido fue igualado porque el Barça no está bien, ni siquiera regular, y este año todo lo fiamos a la segunda vuelta. Veremos si el equipo responde a partir de enero, tal y como Luis Enrique espera y ha planificado con su cuerpo técnico, para llegar en la mejor forma posible a los meses decisivos de la temporada.

El Barcelona elevó hace unos años el listón futbolístico de un modo tal, que todo lo que no es sublime nos acaba pareciendo mediocre. Si no hubiéramos conocido ni a Guardiola ni a Cruyff, diríamos del partido de ayer que fue brillante, emocionante, digno de su expectativa. Pero cuando pensamos que somos de los elegidos que vieron la aurora sobre las islas más bellas de la tierra, no sólo al Barça sino hasta al Madrid le parece inevitablemente pobre lo que no logra ser extraordinario.

Reapareció Iniesta para ordenar a su equipo, para darle el ritmo que necesitaba justo después de que Suárez marcara. El Camp Nou le recibió con una ovación de todos los tiempos, y él supo volver a coser el partido justo por donde al Barça le interesaba. Por unos instantes nos pareció intuir la sombra del Gran Fútbol. Destellos de luz entre las tinieblas, con un quiebro de Neymar que falló lo fácil cuando lo prodigioso había sido hecho.

El Madrid no sabía qué hacer y sobrevivir era ya una proeza, pero nunca se alejó del partido y estuvo siempre a una sola genialidad de empatar. Lenta la noche caía sobre Barcelona. Los locales alargaban sus posesiones y generalizaban su dominio, y los de Zidane reaccionaban con orgullo y el peligro se manifestaba en cada uno de sus contraataques para recordarnos que el Madrid es eterno y que su esencia es ganar. Por lo que se veía en el campo, se intuía más el 2 a 0 que el empate, pero lo eterno no se ve y el Madrid siempre espera. Siempre. Lo que para los otros equipos es agonía, para ellos es su estética, su terreno fértil, el empuje en el que más creen.

Messi, como Neymar, pudo resolver, pero no supo aprovechar la sensacional asistencia de Iniesta entre líneas. En su cara de decepción por haber fallado se pudo leer el miedo de lo que ocurre cuando no concretas lo que tienes. Y así los de Luis Enrique llegaron agotados a los últimos diez minutos, y a pesar de la luz de Iniesta, y de su temple, ni marcaron el gol de la tranquilidad ni adormecieron el partido hasta controlarlo.

Al Barça sólo le valía ganar para volver a la Liga, y para el Madrid el empate era una victoria que podía establecer una distancia quién sabe si definitiva; y el empate llegó de la cabeza de Sergio Ramos. Así en la Liga como en la Champions, lo inmutable se hizo presente de otro soberbio cabezazo.

El Madrid es como la cocina de caza: antes hay que disparar. Y el cazador lo sabe: el último minuto tiene sesenta segundos como todos, pero es más bello que todos los demás. ¡Qué buena escopetada! Dejando el fanatismo a un lado, los culés, cuando decimos la verdad, sentimos una gran envidia de este permanente diálogo con Dios que parece tener el Madrid cuando más contra las cuerdas está.

El Barça no supo realizar su superioridad y el Madrid hizo lo que sabe hacer, que es ganar (aunque empatara). No apareció Cruyff más que en sombras reflejadas en las botas prodigiosas de Iniesta; y compareció en cambio la eternidad del Madrid con toda su profundidad, con toda su ironía, con todo el peso de la Historia, que se escribe ganando guerras y no como tú quieres creer.

El fútbol español y europeo se sustenta sobre dos grandes verdades: que el Barcelona -cuando está bien- juega el fútbol más maravilloso que jamás se haya visto, y que el Madrid –hasta cuando está mal– sabe que ganar es su estilo, su esencia, su destino, y que hay que ser muy bueno, estar muy fino y tener mucha suerte para apartarlo de su absoluta, poderosa, apabullante gran verdad.

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