Patrimonio natural

La caza, patrimonio cultural y natural de una sociedad libre

Benditos quienes acepten imposiciones para que la caza guarde las esencias sin perder amparo moral, legal y social

Eduardo Coca Vita

Cuando esto escribo, ya concluyó la olimpiada electoral de primavera y se sabe el escrutinio, pero no quién mandará junto a quién en la mayor parte de instituciones, incógnita ajena a lo que voy a exponer desde una posición independiente. Nunca nada me fue en política. Mi tarjeta es escueta: «Cazador y escritor» .

Quienes, por llevarlo en el programa o ser veleidosos para alianzas, o sasen restringir la caza en España –qué decir de prohibirla o esterilizarla– no solo irían contra sus beneficios económicos y sociales, atacarían la cultura nacional, el medioambiente y la libertad individual, bazas de alto rango en pro de aquella.

Las campañas del estamento cinegético (fundaciones, organizaciones y federaciones) abusan de razones utilitaristas: control de poblaciones, sanidad ganadera, elusión de daños y accidentes, desarrollo rural…, factores evaluables como añadiduras bíblicas al básico «reino de Dios y su justicia». Defender la caza por resultados que se cuentan, pesan o miden (hectáreas, trofeos, tributos, puestos, inversiones) deshonra su grandeza, pues, por encima de todo, la caza es cultura y naturaleza, ruralidad y tradición, conservación ambiental y hasta mística del alma, hermosas joyas de su corona real y escudo de nobleza. Una aristocrática religión pagana dentro de la libre elección de cultos.

Aquí no caben, ni en abreviatura, los pensadores e intelectuales volcados a lo venatorio. Sin la caza, media obra de Delibes no habría existido , como tampoco una parte del pensamiento orteguiano ni el Libro de la montería de Alfonso XI, algunos pasajes del Quijote o bastantes documentales de Rodríguez de la Fuente, amén de mutilarse –desde la prehistoria al postrer estadio evolutivo– la creación plástica (pictórica, escultórica y grafica) y la expresión literaria en prosa y verso para la lírica descriptiva de esfuerzos y silencios: en soledad estremecedora a la intemperie o a cobijo del Dios de cada fe.

Y si a ciencias atendemos, véase lo que la veterinaria, biología e ingeniería deben a las piezas cinegéticas y sus hábitos o aprovechamientos, hasta ofrecerse indisociables de la fauna entera, cuya dependencia de los vegetales hace que la salvajina haya sido y sea elemento clave en el hacer de técnicos agrícolas, forestales o biólogos, que han progresado en el estudio de la biodiversidad terrestre y acuática. Tanto como decir que la caza, los terrenos de caza, las prácticas de caza, los depredadores de caza y el hombre cazador alumbran el origen de esa explosiva ecología moderna que relaciona las plantas con los irracionales y liga todo a la interacción humana. La caza natural ha sido, dicho en síntesis, el origen de los espacios protegidos, la generatriz de los ecosistemas en boga. Quédele claro a la abolicionista Teresa Ribera –con b de «barata»–, ya diputada y todavía ministra de lo que, lo que… ella, ella… sabrá.

Y no me paro ahí. Por encima del provecho cultural y científico de la venación se sitúan la libertad personal para profesarla y las bondades que al espíritu aporta su ejercicio, frutos intangibles que determinan un derecho inalienable frente al Estado . Con sumisión, obviamente, a las leyes y reglamentos, lo que nada tiene de especial y sucede incluso en los sacrosantos derechos fundamentales.

Admito que a los cazadores nos alcanzan deberes primarios con los animales. Pero una cosa sería regular la caza más exigentemente, para practicarla sin la superioridad y desequilibrio modernos, y otra proscribirla, si no penalizarla antinaturalmente. En contrapartida, nuestra obligación de cazar limpio, sin las mamarrachadas o fechorías que den al enemigo las mejores armas y presten al medio un mal servicio hecho diana de censuras. Benditos quienes acepten imposiciones para que la caza guarde las esencias sin perder amparo moral, legal y social. Un fin legítimo en cuyo logro el cazador sensato no escatimará apoyos al legislador democrático. Aunque solo sea por el egoísta interés propio puesto en juego. Y siempre con el soporte filosófico de los hechos naturales. Caza y naturaleza se dan la mano.

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