Caza de montaña

«En las alturas todo se simplifica, todo está mucho más claro. Las vallas o las sueltas de animales de granja quedan lejos de las cumbres. También los vehículos»

Las primeras luces del día iluminan la helada mañana de invierno de un monte gallego P. C.

Pablo Capote

La caza de montaña es dura y salvaje. Lo que tanto Ortega como Delibes entendían que era requisito indispensable para que la caza sea tal, perseguir un animal libre y silvestre en su entorno natural, se cumple en la montaña como en pocos lugares.

Walter Bonatti, mítico escalador italiano, escribió que la montaña no es como los humanos, la montaña es sincera.

En las alturas todo se simplifica, todo está mucho más claro; y de la misma forma que cuanto más se asciende camino de la cima quedan menos opciones de encontrar atajos, cazando en montaña hay menos espacio para las trampas.

Las vallas o las sueltas de animales de granja quedan lejos de las cumbres. También los vehículos. Las especies de montaña, generalmente escasas y siempre salvajes, no son propensas a caer emboscadas en un cebadero. Las batidas o resaques de cabras y rebecos no están ya permitidos; y el cazador depende únicamente de sus piernas, sus bofes y su inteligencia para acercarse a un animal que siempre está mejor adaptado y preparado que él. No hay otra: tiene que buscar a su presa en su medio, en su casa, solo, y siempre con la desventaja que implica jugar como visitante.

El auténtico cazador de montaña, el que siente sinceramente la atracción del bello y hostil entorno de las cumbres, de las dificultades que imponen, el que sabe disfrutar del entorno y de la esforzada experiencia vivida, por encima de otros aspectos como abatir o no al animal que busca, es todo un privilegiado.

En efecto, como suele decirse, es una suerte saber disfrutar del camino más que del propio destino; o, como decía John Long, otro conocido alpinista, en términos más a propósito aunque quizás demasiado rotundos: «La cima no significa nada, la pared lo es todo».

Pero lo cierto es que si, además, se alcanza la cima, mejor que mejor. Sin la motivación de llegar a la cumbre o conseguir cobrar el animal perseguido, la experiencia no sería del todo redonda.

Por eso, pese a que los moradores de la montaña no sean los de las carnes más sabrosas, ni sus cornamentas sean de la espectacularidad de otras, el pequeño trofeo de un humilde rebeco suele apreciarse más que otros, quizás porque siempre es el recuerdo de haber vivido una experiencia auténtica en un entorno sublime. O simplemente por ser el testimonio de haber cazado en definitiva. 

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