La teoría de los toreros «fríos de cuello» y el miedo: los que temen al público y los que temen al toro

Hace un siglo, Corrochano puso en boca del Rafael el Gallo su filosofía sobre el miedo y la frialdad del cuello

Ángel González Abad

Estamos en la feria de Santander de hace un siglo. El 26 de julio de 1920, Rafael El Gallo junto a los entonces jóvenes Juan Luis de la Rosa y Chicuelo no dieron una buena tarde ante ganado de Angoso en la Corrida de la Prensa. El nulo resultado artístico llevó al crítico de ABC, Gregorio Corrochano , a poner en boca del genial Rafael Gómez toda su teoría sobre el miedo, incluida la clasificación de los diestros en base a sus temores y el eufemismo de llamar a los que no andan sobrados de valor «fríos de cuello».

Bajo el título de «El Gallo y sus discípulos», la crónica refleja la lección que el veterano torero les da a los nuevos: «En esto de los toros no hay más que dos caminos, como no hay más que dos clases de toreros. Toreros que por costumbre adquieren el compromiso con el público de acercarse a los toros en todas las corridas, y toreros que también por costumbre tienen derecho a disculpa, y a los que se les perdonan las tardes malas en espera de las buenas». Por modestia recordó tiempos pasados: « Machaquito se dejaba en los cuernos del toro la pechera de la camisa, y Lagartijo acostumbró al público a decir, mientras iba a la plaza, a ver si hoy quiere arrimarse».

Y seguía la clase a sus discípulos: «Comprendo vuestras dudas y vuestros temores, pero hay que decidirse. En esta profesión no se puede estar libre de temores . Los toreros siempre tienen miedo: o temen al toro o temen al público. Y hay que elegir entre estos dos miedos. Los toreros que gozan fama de valientes no es que no teman al toro; es que temen mucho más al público.

«Frío de cuello»

En otra época no me hubiera atrevido a aconsejaros pero hoy se han desfigurado tanto las cosas, que hasta han cambiado de nombre. Cuando al miedo se le llamaba miedo , los toreros se preocupaban un poco, nada más que un poco, pero se preocupaban. Ahora, de un torero miedoso dicen que es frío de cuello».

Y aquí se confiesa el maestro. «¿No os suena bien? ¿No vale la pena de tener miedo, aunque solo sea para que se lo digan a uno tan bonitamente? ¡Frío de cuello! Si cuando yo empecé se hubiera llamado así al miedo, me hubiese echo el amo. ¿Por qué creéis que he vuelto? Porque un día leí que Camará era frío de cuello, y entonces me dije: ¿Frío de cuello nada más? Pues para fresco de cuello, yo. Y aquí estoy. Mientras al miedo no se le llame miedo, al único que hay que temer es al toro, que no se anda con rodeos».

En aquel momento, la crónica cuenta que en el tendido unos espectadores asomaron unas descomunales tijeras. De la Rosa y Chicuelo advirtieron al Divino Calvo , que los tranquilizó sobre las intenciones de los aficionados: «También es cuestión de costumbre—les dijo—, son las tijeras de Pamplona . La primera vez que las vi me preocuparon pero luego, no. ¿Veis ese hombre que amenaza cortarme la coleta? ¿Creéis que es mí enemigo? Pues os equivocáis. Hay que conocer la psicología de los públicos. Ese hombre se ha pasado muchos días confeccionando las tijeras, y sus amigos, sus vecinos... Hoy las trajeron con gran cuidado para que nadie las viera. El éxito estaba en la sorpresa. Si yo estoy bien calculad el fracaso de esa gente. Pero estuve mal y mirad la algarabía que han montado. Las tijeras pasan de mano en mano; esos hombres son felices; están satisfechos de mí; en este momento son mis mejores amigos. Si alguien tratara de cortarme la coleta, ellos serían los primeros en impedirlo. Si os decidís a seguir siendo fríos de cuello yo os iré acostumbrando a estas cosas y a otras que las primeras veces impresionan y parecen algo, pero luego no son nada, no tienen importancia».

Cuenta Corrochano que entre estas digresiones discurrió la tarde. Los alumnos imitaron al viejo profesor y «toda la corrida se contagió, y puede resumirse en estas dos líneas. Toreros fríos de cuello; toros fríos de cuello (desde ahora llamaremos así, por analogía, a los toros que no son bravos), y el público aburrido, o lo que es lo mismo: frío de cuello, también».

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