Muere Pedrés, figura del toreo en dos etapas

El matador manchego ha muerto a los 89 años

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Con sincero pesar recibo la noticia del fallecimiento de Pedrés, figura del toreo en dos etapas; también, persona auténtica, sin fingimientos.

Pedro Martínez había nacido en Albacete, en 1932. En esa Plaza se vistió de luces por primera vez y debutó con caballos, en 1950. Pronto se dio a conocer, formando pareja con otro albaceteño, Juan Montero ; en Las Ventas, con un gran torero de Valladolid, Jumillano . Al valor impávido de Pedrés oponía Jumillano un estilo más clásico. El tirón popular de los dos novilleros era tan grande que la corrida de la Prensa de 1952 fue un mano a mano de los dos. Tomó la alternativa ese mismo año, en Valencia, de manos de Litri.

Era entonces Pedrés un diestro cercano al tremendismo, de mucho valor y maneras algo heterodoxas. Emocionaba a las masas con su creación, la pedresina: un muletazo cambiado, citando de espaldas al toro, con la muleta plegada en la mano izquierda (algo que, con variantes, han ejecutado luego muchos diestros).

Se retiró en 1955, después de una grave cornada en el pulmón. Volvió a los ruedos en 1960 y, otra vez, en 1963, encabezando muchos carteles de El Cordobés , al que confirmó la alternativa. Curiosamente, el tiempo de retirada había cambiado profundamente su estilo. En esta segunda época, parecía un torero distinto: maduro, dominador, muy poderoso con la muleta. No es frecuente un cambio tan positivo.

Se despidió definitivamente de los ruedos en 1965, en Hellín, alternando con Paco Camino y El Cordobés . Desde entonces, se dedicó al campo y a criar toros bravos, su gran pasión. Su ganadería, de procedencia Aldeanueva, obtuvo notables éxitos pero, por encastada, no fue de las preferidas por las figuras. Tambien fue empresario de las Plazas de Valencia y Albacete , propietario de la de Ciudad Rodrigo. Quizá toreó en público por última vez en 1983, en esa Plaza, en un festival organizado por Miguel Cid.

No sería justo recordar a Pedrés solamente por su primera época, aunque fue la que le dio más popularidad. En la segunda, recuerdo haberle visto grandes tardes, dentro de una línea de sobrio clasicismo.

Por ejemplo, una excelente faena a un Pablo Romero, en San Sebastián, el 16 de agosto de 1960, alternando con Luis Miguel Dominguín. (Un mes después, en Las Ventas, coincidieron los dos matando toros de Palha: así eran entonces las primeras figuras).

De esa tarde de San Sebastián escribió Antonio Díaz-Cañabate, en ABC, y lo recogió en su ‘Historia de tres temporadas’:

«Pedrés, en el segundo, echaba más fuego que veinte cañones. ¡Qué gran faena la de Pedrés! Faena completa, variada, en la que sólo sobraron dos estúpidos pases de espalda, como dos nubarrones negros que se llevan la gloria del arte. Faena redonda, perfecta, coronada por una buena estocada... Faena torerísima . Largos pases con la derecha y con la izquierda. Acabados pases, hondos, de los que estremecen la sensibilidad y conmueven los nervios. Pases de ponerse en pie, como homenaje a su excelsitud».

Escribía esto el exigente Cañabate... Tuve la oportunidad de tratar a Pedrés, ya retirado, en la Feria de Valencia, a la que le gustaba asistir . Era un hombre educado, formal, de pocas palabras, auténtico: daba gusto hablar con él de toros.

No es fácil triunfar en el toreo con un estilo y, luego, saber mejorarlo, ahondando en él: ése fue el gran mérito de Pedrés.

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