Crítica de Danza

La destrucción del patriarcado como ritual

La creadora francesa, Phia Ménard, ha realizado en Sevilla el estreno en España de la obra «Saison Sèche»

Siete mujeres dentro de un cubo, una arquitectura móvil que resulta una caverna o una liberación Jean-Luc Beaujault

Marta Carrasco

No es extraño que Phia Ménard haya utilizado la escena como punto de partida de esta obra, «Saison Sèche» , para denunciar la situación de invisibilidad de la mujer y la hegemonía del patriarcado, y para intentar, a través de la dramaturgia, acabar con esta situación. Ménard ha tomado mensajes feministas de los setenta, como los creados por las norteamericanas Guerrilla Girls que denunciaban la invisibilidad de la mujer en los museos. Phia Ménard ha pasado de tener el poder a estar en el lugar de los heridos, como ella misma dijo. El hecho de haber sido mujer en el cuerpo de un hombre durante años, hasta que hizo la transformación por completo en 2008, le ha conferido la posibilidad de tener toda la información de ambos lados.

Las mujeres aparecen tendidas de espaldas a la luz con las piernas separadas. Sobre ellas un bajísimo techo, como un cubo blanco, que baja y sube con violencia. No pueden ponerse en pie, se arrastran o caminan a cuatro patas. Ellas, vestidas tan sólo con una camisola, de la que tras un oscuro, se desprenden. Ahora están desnudas y tienen delante un objeto aparentemente infantil, un muñeco de trapo del que salen chorros de pintura con el que van pintando sus cuerpos con colores, aplastando con color sus pechos, como aquellas antiguas fajas que hacían desaparecer el pecho de las mujeres. Son como pinturas de guerra, una visión casi tribal. Y después aparecen nuevos atuendos, se convierten en estereotipos masculinos, con ropa interior de hombre. Ahora son un futbolista, un cura, un militar, un policía, un cantante un pandillero y un hombre de negocios. Y empiezan a andar, por el escenario a modo de desfile, con voces masculinas, gestos de hombres para esos cuerpos de mujer que han desaparecido y se han convertido en varón.

El cubo blanco se vuelve un papel de liso a arrugado y por unos canales verticales empiezan a caer chorros de agua negra. Y entonces las intérpretes empiezan a destrozar todo el decorado, como en una gran catarsis, y queda como una foto de zona de guerra. Mientras desaparecen por entre el decorado roto y el agua negra, suena «Femme fatale» , la canción que escribió Lou Reed en 1966 a petición de Andy Warhol para el grupo . El patriarcado se ha destrozado.

La obra trata de las etiquetas, de los estereotipos, de la necesidad de hacer visible a la mujer a través de la denuncia, de la invisibilidad y de la opresión del patriarcado. Tiene muchos momentos de originalidad plástica que son intensísimos. De mucha exigencia física para las intérpretes, es sin embargo parca en coreografía, aunque el movimiento escénico de la obra sea constante, pero quizás a propósito Ménard ha querido convertir ese movimiento en algo casi natural y catártico.

Es un trabajo controvertido , que me gustó por su planteamiento conceptual y plástico y por la composición sonora, y que jamás puede dejar indiferente a un público que finalmente aplaudió de pie y terminó haciéndose fotos delante del destrozado y originalísimo escenario, una vez hubieron acabado los saludos. Y como anécdota o toda una metáfora: el pájaro que se había colado en la sala del Central y que hizo varios vuelos sobre los espectadores al inicio de la función, hasta finalmente desapareció. Y aquí cada uno que componga su metáfora.

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