Emilio Gavira y Roberto Enríquez, en una escena de «Fausto»
Emilio Gavira y Roberto Enríquez, en una escena de «Fausto» - Aljoša Rebolj
crítica de teatro

«Fausto»: la belleza del instante

El esloveno Tomaz Pandur dirige en el teatro Valle-Inclán una adaptación del clásico de Goethe

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El diablo medieval, con su amenaza de condenación eterna, asoma sus cuernos en esta fábula sobre el conocimiento y sus límites que protagoniza uno de los grandes personajes de la literatura universal. Goethe la consolidó en el imaginario colectivo convirtiéndola en una formidable obra trágica de duración desorbitada en la que trenza y tensa la oscura presencia tentadora de las antiguas leyendas y los ímpetus del primer romanticismo germano. El esloveno Tomaž Pandur perfila «su» Fausto a partir del texto inabarcable del escritor alemán para amasar una versión personal de hermosa concepción plástica, hermética, tumultuosa, de poderoso aliento operístico, que utiliza magistralmente el vídeo, la música, la espectacularidad escenográfica y unos actores entregados a la férula del genio. Puro Pandur, capaz de crear momentos de estremecedora belleza y conjugar todas las declinaciones del tedio.

La adaptación corta lógicamente de aquí y allá, hace que los personajes resuman la acción y contiene pasajes de efervescencia declamatoria y furiosas escenas de acción física. El director se cura en salud con gracia, haciendo que Ana Wagener, que interpreta a la mujer de Mefistófeles, diga en uno de sus parlamentos que quien desee la integridad del texto es mejor que se lea el libro. He mencionado a la esposa de Mefistófeles porque la versión presenta al personaje infernal en compañía de su señora y un par de vástagos, como insinuando que el mal reside en la institución familiar. Así, Margarita y Valentín son hijos de papá Mefistófeles, jefe de cuatro desastrosos criados que añaden un ápice de humor al guiso panduriano.

La larga primera parte se centra en las peripecias del sabio hastiado de sus estudios y su aceptación del pacto mefistofélico, cediendo su alma a cambio del conocimiento infinito y el acceso ilimitado a los placeres; sobre la imponente escenografía de Steve Jonke, un muro diagonal compuesto por tres partes móviles, se proyecta el gran trabajo videográfico de Dorijan Kolundzijan: fórmulas, frases, animales en movimiento... La segunda parte adquiere la forma de epílogo reflexivo, y el vídeo recoge paisajes que evocan la arrebatada expresividad de Caspar David Friedrich, a lo que contribuye el «posado» de espaldas de Fausto ataviado con un uniforme negro como el de los fascistas italianos.

Los actores se vuelcan hasta la extenuación, desde el vibrante y torturado Fausto de Roberto Enríquez al sinuoso Mefistófeles de Víctor Clavijo. Estupendas también Ana Wagener y la Margarita de Marina Salas, quien, entre otras barrabasadas, debe vaciarse sobre la cabeza muchos cubos de agua. Un montaje tanfascinante como aburrido, qué quieren que les diga. En algunos momentos dan ganas de apropiarse de una de las frases del protagonista: «Instante detente, eres tan bello».

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