Qué plan

Ruta Magna: visita a los rincones más inusitados de la catedral de Sevilla

El programa nos permite acceder a espacios que normalmente están cerrados al público, como el coro, el altar mayor o la capilla de San Hermenegildo

El altar mayor de la catedral desde dentro Juan Flores

Luis Ybarra Ramírez

Lo que tiene la inmensidad es que nunca llega a conocerse del todo. Por eso, la nueva visita que se ha diseñado desde el Cabildo resultaba tan necesaria. Porque la catedral de Sevilla es ese templo al que uno siempre regresa a certificar su ignorancia . A cerciorarse otra vez de que lo que allí se oculta se ha erigido por un millón de manos e ideas. Estéticas cambiantes en función de los artistas y los siglos, las tendencias, las catástrofes, los rayos hirientes enemigos del Giraldillo, el talento, el tiempo. Y el resultado, en definitiva, se refleja en ese campo de detalles sublimes y leyendas, de recovecos ocultos, obras sin grietas y hendiduras donde la historia puede leerse incluso a oscuras. Un sinfín de información que sobrepasa y que ahora puede disfrutarse de manera directa con la Ruta Magna.

Tras ofrecer la posibilidad de recorrer las cubiertas y también un trayecto en el que ahondar en las vidrieras, esta nueva alternativa se centra en la planta baja. Para hacerla aún más atractiva, se plantean grupos reducidos y espacios al que el público general no puede acceder normalmente, como la capilla de San Hermenegildo, el coro o el altar mayor. Además del propio cicerone y las audioguías , se ha incluido música en su mayoría barroca y del Renacimiento para incorporar una dimensión más al itinerario. Suena «O magnum misterium», una pieza rara por desconocida y mágica de Tomás Luis de Victoria, y las voces al cielo descubren las entretelas de esta vasta catedral de bellas amalgamas.

El itinerario

Dónde arrancar la ruta es una decisión compleja, pero lo más sensato quizá sea hacerlo por la zona más antigua. Al acceder a través de la Puerta del Príncipe , frente al Archivo de Indias, llegamos al trascoro y subimos por la capilla de San Isidoro hacia una tribuna a catorce metros de altura. Las paredes, desde aquí arriba, gimen y rezuman cosas que se han de ir traduciendo con la ayuda del profesional que nos acompaña.

El grito amarillo de la luz incidiendo sobre la piedra, el eco acuoso que salta en los bajos mármoles y la grandeza absoluta desde el único punto de vista que podríamos definir como completo por la extensa panorámica que nos regala. Los apuntes generales sirven para contextualizar este monumento a la búsqueda de la fe y la salvación en el que conviven diferentes estilos artísticos. Pero es al descender cuando comienza el verdadero zarandeo de las retinas.

Capilla de San Hermenegildo con túmulo sepulcral Juan Flores

Tras superar la vieja tabla de la Virgen de los Remedios , cuya autoría es anónima y data del siglo XV, los goznes se retuercen con pavor para abrirnos los hierros de la capilla San Hermenegildo, donde nos topamos con un túmulo sepulcral de un naturalismo sobrecogedor. Mercadante de Bretaña talló certero al cardenal Juan de Cervantes , que descansa con un cervatillo a los pies y sobre los pliegues de la dura almohada. Su rostro frío e impávido causa gran impacto. Gótico. Magistral.

La capilla en la que se santiguó Magallanes a su llegada a la ciudad, junto a los restos de Colón, es la de Santa María de la Antigua , que custodia una de las imágenes más veneradas del edificio. La misma que dio nombre a pueblos, iglesias y países en la otra orilla del Atlántico. El fresco de San Cristóbal , justo a la salida, muestra al primer guacamayo pintado de Europa.

Una parada esencial de la Ruta Magna, más allá de La Cieguecita o el Cristo de la Corona, es el propio coro . De nuevo, nos introducimos en un lugar que brinda imágenes inusitadas de la catedral. Pequeño palacio de ébano construido entre los siglos XV y XVI en el que los 117 sillares representan escenas del Antiguo y Nuevo Testamento.

Los órganos se vuelven mastodónticos cuando nos rendimos a sus faldas; el facistol, que tiene cadenas como marcapáginas, gira al centro con torpeza; y la madera seduce ornamentada con adornos mudéjares que en su conjunto conforman una pieza única. Como curiosidad, la giralda que aparece tallada en los respaldos no es la que vemos hoy, sino una mucho más remota. Nos evoca más si cabe a aquel lejano minarete.

Coro de la catedral Juan Flores

El otro gran privilegio de la visita se comprende acto seguido, en el momento de entrar en el altar mayor y empequeñecernos ante el retablo más grande del mundo . Un libro abierto de unos 500 metros cuadrados con una influencia enorme de la escuela flamenca. En él, se resume la vida de Jesús en veintiocho cajetones. La talla de la Virgen de Sede , donación de Alfonso X chapada en plata, lo preside, y el arcaico Cristo del Millón derrama una expresión agónica con el cuerpo arqueado por el dolor y su interpretación gótica. Elevado en las alturas, aparece muriendo ante los que lo contemplan con gesto de aspereza. Miran de frente una manifestación cruda del calvario.

Los lamentos que rezan a los oídos convertidos en melodía se van apagando tras el tintineo de este faro inabarcable de destellos. La única certeza es que habrá que volver para acercarnos un poco más a las verdades que guarda. Y, aún así, la sensación latente de que jamás llegaremos a domeñar esta construcción donde cada arista es un emblema bombea con fuerza por las galerías de las naves. Esbeltas, presumidas, se despiden a la espalda en silencio, conscientes de que en realidad nosotros pasaremos y ellas seguirán ahí.

Precio y horarios

La duración del recorrido es de aproximadamente una hora y media, aunque se adapta al interés de cada visitante. Tiene un coste de 16 euros por persona, entrada que puede adquirirse en la página web (www.catedraldesevilla.es) o en las taquillas, e incluye la utilización de prismáticos para no perder detalle de las particularidades de ciertas obras. El horario es de lunes a viernes a las 12.15 y a las 16:15 y los sábados a las 12:30 . La catedral de todos, como nunca.

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