Crítica de Danza

Johan Inger nos envuelve de danza

La compañía italiana Aterballetto inaugura el Festival de Itálica con el estreno absoluto de «Golden Days»

Sevilla Actualizado: Guardar
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De nuevo sentada en las caveas del teatro romano de Itálica para asistir un año más a la inauguración del Festival Internacional de Danza, y desde 1980..., parece que fue ayer. Las caveas casi al completo en una noche que invitaba al uso del chal.

Ha apostado Itálica por la compañía Aterballetto para la inaguración del certamen, y no se ha equivocado. El elenco italiano lleva ya seis años renovándose artísticamente para ponerse en el ranking europeo, no sólo por la calidad de sus intérpretes, sino por trabajar con coreógrafos de diferente factura. Aterballetto tuvo un anterior director durante casi quince años, Mauro Bigonzetti, que a la manera de Duato en España, hizo del elenco una compañía de autor, interpretando casi exclusivamente sus obras.

Pero ahora ya no. Aterballetto se ha renovado exitosamente a tenor de lo que pudimos ver anoche en el teatro romano. Un excelente elenco de bailarines interpretó el estreno absoluto de «Golden days», del coreógrafo sueco, Johan Inger.

Inger es uno de los grandes creadores que tiene la danza europea en la actualidad y Premio Benois 2016 (el Oscar de la Danza). Residente en Sevilla desde hace unos años (aunque nunca aprovechada esta circunstancia por la ciudad), el coreógrafo presentó anoche «Golden days» compuesta por tres piezas: «Rain dogs», «Birland« y «Bliss».

Johan Inger se ha dejado llevar por sus músicas, que son un poco las de todos. Con una banda sonora que se inicia con Tom Waits para seguir con Patti Smith y terminar con el jazz de Keith Jarrett, ha compuesto una sinfonía coreográfica impresionante.

Cada una de las piezas de «Golden days» puede interpretarse de forma individual. En «Rain dogs» Inger utiliza nueve bailarines, su número mágico. Es una belleza coreográfica con una enorme precisión en detalles. Rezuma a recuerdos lejanos de Cullberg y Kylián, pero reinterpretados por Inger en un lenguaje propio que aporta sobre todo, una sensación inmensa de estar viendo buena danza, sin más. El suelo es negro, el vestuario es gris, blanco y negro.

«Birland» es un sólo lleno de humor en el que además Inger se permite una licencia teatral, tanto que algunos espectadores creyeron que era una pausa. Los técnicos empiezan a quitar el tapiz negro de la escena para convertirlo en blanco, y tras breves instantes.... sale una bailarina. Van eliminando las grandes tiras pegadas al suelo y ella sortea a los operarios mientras suena Patti Smith. Muy buen sólo de Ivana Mastroviti, excelentemente ejecutado. Al final el humor, siempre presente en las obras de Inger: uno de los técnicos «retira» a la bailarina del escenario.

Y «Bliss», una pieza que rezuma vida y sobre todo felicidad. El escenario tiene un inmenso cuadrado en blanco. Los bailarines llevan atuendo de colores neutros, el piano de Jarrett nos transporta a otras décadas. «Bliss» produce el deseo infatigable de bailar. La coreografía muy pegada a la tierra sólo eleva a los bailarines en pequeños portés muy delicados con milimétricas composiciones. Pero no se engañen, detrás de ese aparente minimalismo sueco, hay un inmenso vocabulario barroco de pasos, giros y movimientos.

«Golden days» ha sido una sorpresa doble, por un lado, al contemplar un Aterballetto muy renovado, en estética e interpretación, con una calidad excelente, y por otro, ver el innegable talento de Johan Inger que sabe otorgar el valor a los grupos al mismo tiempo que destacar el carácter de cada bailarín, incluídos varios bellísimos pasos a dos. Como alegato final sale a escena toda la compañía, 17 bailarines, en uno de los momentos de mayor energía de la pieza para quedar, a la manera Inger, sólo uno danzando sobre el tapiz. «Golden days», un estreno mundial que nos dejó una enorme sensación de felicidad, algo que ocurre cuando la creación llega al alma.

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