Erik Nielsen dirigió este programa de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla
Erik Nielsen dirigió este programa de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla - GUILLERMO MENDO
CRÍTICA

Alucinaciones tímbricas

Erik Nielsen dirigió a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en un programa en el que destaca la «Sinfonía fantástica» de Berlioz

SEVILLA Actualizado: Guardar
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Todavía no ha llegado julio, el calor nos ha dado una tregua y el programa de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) se antojaba apetecible, siquiera fuese por esa «Sinfonía fantástica» con que culminaba el concierto, y ya el Teatro de la Maestranza registraba media entrada. Y tampoco sería por el desconocimiento de las obras iniciales, ya que hasta ahora Axelrod ha equilibrado la novedad con el atractivo –en mayor o menor medida- para disfrute de una mayoría de público.

Repetía Lutoslawski, que nos permitía admirar la pureza, la desnudez, la honestidad del clarinete del malagueño Miguel Domínguez: los primeros compases del «Allegro» inicial, el movimiento más clasicista, nos lo dejaron ver, acaso como nunca; luego la obra se iba encrespando y fueron los matices, el virtuosismo o el estrujamiento de las posibilidades del instrumento lo que sobresalió.

Como Domínguez, Aragó está con nosotros desde el comienzo, así que hemos visto su evolución hasta llegar hasta la depuración del sonido mostrado: relacionamos generalmente el fagot con un sonido (b)ronco, borboteante, divertido o dramático; pero en la muy clasicista obra de Vanhal descollaba un lirismo poético que lo llenaba todo, un equilibrio y una pastosidad subyugante.

Prieto Pérez, también fagotista de la ROSS, posee un sonido más abierto, más expansivo, combinándose armoniosamente con el de su compañero hasta parecer un único instrumento desdoblado. La «cadenza» final aunó una dificultad extrema en sí misma y una pulcrísima aleación sincronizada de ambos.

Igual de perfilado fue el acompañamiento de Nielsen –más en Lutoslawski-, pero hubo que esperar a Berlioz para que su dirección adquiriese completa personalidad. Sabido es el mimo tímbrico de los franceses, pero en Berlioz raya la obsesión (y no intentamos forzar el título de este programa): Músorgski murió con su «Tratado de orquestación» en la cama, por poner un solo ejemplo -de entre muchos- «obsesionados» con la visión tímbrica del francés. Nos pareció que toda la intensidad de ritmo y de expresión, y a la vez toda la riqueza de sus coloraciones despuntó en los dos últimos movimientos, dosificados con gran sabiduría y dominio técnico.

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