Flamenco

Rocío Márquez, crónica de una cantaora deslumbrada en Francia

Una jornada con la artista onubense con motivo de la presentación del disco 'Visto en El Jueves' en el Festival Flamenco de Nîmes

Rocío Márquez frente a la plaza de toros de Nimes, del siglo I L.Y.R.

Luis Ybarra Ramírez

El viento de esta ciudad ha de parecerse en algún aspecto a su voz, o al efecto que causa. Lo mueve todo, batiendo hojas y recuerdos, pero termina por devolver las cosas a su origen. El disco que presenta Rocío Márquez en el Festival Flamenco de Nîmes, 'Visto en El Jueves', produce una enorme extrañeza. De alguna forma, suena vanguardista, pero solo es su eco el que aparece junto a una guitarra, la de Canito. Y poco más. Ambos interpretan piezas que encontraron por ese mercadillo sevillano, El Jueves, algunas con casi un siglo de antigüedad .

Ella no tiene flores en la cabeza. Tampoco lunares por la ropa. No habla de rejas ni paredes encaladas, de tiempos, en definitiva, que no vivió. Así, de lejos, diría que no es cantaora . O no es lo que se le presupone a una cantaora. Su voz no se ha quebrado. Es ojizarca, de tez de mármol. Y más con este frío que nos envuelve. El público espera con ansias su actuación. Ha agotado las entradas , algo que hace normalmente en tierras francesas; su «segunda casa», asegura. El año pasado, de hecho, se convirtió en la primera artista española en recibir el premio Les Victoires du Jazz , una distinción que reconoce su talento como uno de los más singulares de todo el globo. Cantaora y paya, con un fuerte compromiso social, ultima los detalles de una posible noche memorable. Mientras tanto todos nos esforzamos en interrumpirla.

«Disfruto más maquinando que cantando, por eso ahora mismo estoy tan entusiasmada. Se me acaban de abrir cien puertas y no sé lo hay detrás»

Francia la adora, por eso resulta tan difícil pedirle que por favor se siente unos minutos a conversar. El paso de la gente enciende su rostro. Y el discurso con el que narra la ilusión de enfrentar nuevos proyectos se ve detenido cuando la reclaman. Presencio viejos reencuentros. Deseados saludos. Vuelve a la conversación, se disculpa. Móvil aquí. Mano agitada allá. Carece de sentido que entrecomille sus palabras, porque es su mirada la que he de transmitir en estas líneas para expresarme con el máximo rigor. No importa demasiado lo que me ha adelantado de su próximo trabajo discográfico , ya terminado, experimental, a las puertas de salida de un posible desmelene, sino la manera que tiene de enfocar el asunto. Confunde ocio y trabajo, y lo explica con una sonrisa que le da varias veces la vuelta a la cara, como una bufanda. Además, la risa le quita el frío. Tiene una obra propia, pero considera que es mayor su porvenir: «Me he apuntado a clases con la cantante Fátima Miranda. También estoy con el coreógrafo Antonio Ruz aprendiendo a habitar mi cuerpo. Disfruto más maquinando que cantando, por eso ahora mismo estoy tan entusiasmada. Se me acaban de abrir cien puertas y no sé lo hay detrás» .

Rocío Máquez y Canito en la sala Odeón de Nimes S.K.

En su tiempo libre le canta a los tomates. Dice que tiene un huerto. Que no para de escuchar a Diamanda Galás, un descubrimiento. Anda «medio flipada» con el Ensemble Aede, formación vocal francesa con la que está colaborando. Flipada entera, diría yo, pero siempre consciente. Qué decir: trabaja con los pies en el suelo y la mente naufragando por una taza con un mensaje amistoso en su costado. De los de paz, luz y todo eso. «Francia me ha regalado mucha libertad. La gente es agradecida y crítica. No entiende de flamenco, sino de cultura. Y por eso es tan fuerte ante las etiquetas y los prejuicios. He ido aquí a un colegio y unos micos que no levantan dos palmos del suelo me han hablado con una profundidad impropia de flamenco y de jazz» .

Cantar como una máquina

De joven, aún más, después de ganar la prestigiosa Lámpara Minera, la onubense saboreó el amargor de la pérdida. Se le fueron las ganas. Sus objetivos se extraviaron, justo cuando logró su primer éxito . Comenzó a cantar con el piloto automático y hubo de reinventarse antes de tocar fondo. Entonces inició la trayectoria que conocemos. «Lo pasé muy mal. Llegué a cantar todo igual, sabiendo hasta dónde tenía que pararme para que el guitarrista me hiciera la misma falseta. Ganaba concursos, pero eso me limitaba. Lo mismo que se me valoraba era lo había dejado de ser para mí un vehículo de expresión. Era una máquina. Eso cambió cuando me hice más permeable a mi entorno. Me abrí a otras referencias y desde entonces encaro los proyectos situándome en la cuerda floja. Me embarco en universos que no domino , música antigua, polifonía, nuevas técnicas vocales, el manejo del cuerpo y de la escena…, y salgo con mi discurso cuestionado y enriquecido . Cuando ya conozco a fondo un repertorio corro el riesgo de que me salte el automático, por eso doy volantazos». Eso hace que cada álbum, 'El niño', 'Firmamento', 'Diálogos de viejos y nuevos sones'…, se mueva en un terreno radicalmente particular, como si nada tuvieran que ver unos con otros.

«Lo pasé muy mal. Ganaba concursos, pero eso me limitaba. Lo mismo que se me valoraba era lo había dejado de ser para mí un vehículo de expresión. Era una máquina».

De pequeña estuvo acomplejada por su tesitura de voz , por considerar que no estaba hecha para el desgarro. Conocer a cantaores del corte de Pepe Marchena, más líricos, le trastocó los prismas. De mayor, aunque aún joven, con mil festivales a la espalda, un doctorado y unas pocas aventuras que contar, afirma estar ante su disco más incendiario : «En otros momentos me planteaba si iba a gustar o no. Este es para el que más me he permitido. Soy yo sin ninguna atadura, y quedaban pocas. No importa en qué circuitos entre para presentarlo y en cuáles se quede fuera. En este proceso creativo solo hay afán de crear y un montón de licencias».

En un viaje a Estados Unidos, Elvira Lindo y Antonio Muñoz Molina le pusieron en contacto con un director de orquesta que quería hacer 'El amor brujo'. Y en el piso neoyorkino de los escritores terminaron, solucionando la vida con un brindis. El único aguardiente que toma ahora se llama té, y mira que nació cerca de Alosno. Leonor Leal, bailaora, le habla de potitos cuando llegamos al hotel. Un técnico de sonido le anima comentando que la parada que hará en Dubai será un horror. En resumen: no importa cómo cante, porque no le van a escuchar. Allí nadie escucha. También le espera la Opéra National du Rhin, en Estrasburgo, otro destino próximo. Camina con la misma ilusión que el niño que mira por la ventanilla del avión, ya de vuelta a España, tratando de distinguir su casa, edificio que ya ha visto varias veces antes de alcanzar los Pirineos. El mundo va girando alrededor de ella y no piensa bajarse como Mafalda. Su participación en él se ha convertido en un bonito experimento, con una capacidad para la sorpresa extraordinaria. Todo le interesa y se ríe de todo, porque tras la oscuridad hay una luz de la que muchos hablan. Está deslumbrada por el mundo.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación