Éxtasis, euforia química y acid house: cuando Primal Scream arrastraron el rock a la pista de baile

La banda escocesa celebra el 30 aniversario del revolucionario 'Screamadelica' con 'Demodelica', colección de maquetas de su disco más influyente y legendario

Bobby Gillespie, durante la gira de 20 aniversario de 'Screamadelica' en 2011 ABC

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Y de pronto, como si alguien le hubiese echado droga en la bebida, el rock perdió la cabeza. El coqueteo ya venía de lejos, jaleado por el estallido de la cultura rave en las postrimerías del thatcherismo y lubricado por los primeros escarceos con la electrónica de los Happy Mondays y los Stone Roses, pero fueron Primal Scream, unos escoceses escuchimizados con camisas de paramecios y cortes de pelo tazón, los que acabaron por consumar el matrimonio. Ahí estaba el rock, encamándose con prisa y ganas con el burbujeo sintético del acid house y dejándose arrastrar a empujones al centro mismo de la pista de baile.

Forjada la alianza, sólo faltaba espolvorear la mezcla con un poco (o, mejor dicho, con un mucho) de éxtasis y esperar a que se obrara el milagro. Un prodigio que sacudió el primer tramo de los 90 con la psicodélica y vistosa portada de Paul Cannell y un puñado de canciones de impacto memorable. «Well, we wanna be free / We wanna be free to do what we wanna do / And we wanna get loaded / and we wanna have a good time», que recita Peter Fonda al comienzo de la definitiva y definitoria 'Loaded'.

La frase, un sample extraído del filme 'Los ángeles del infierno' (1966), sigue siendo, aún hoy, la mejor tarjeta de presentación de un disco libérrimo y juerguista; un álbum generosamente regado en drogas sintéticas (sí, en este caso son importantes) que no solo hizo historia, sino que también la cambió. Hablamos, claro, de 'Screamadelica', el disco que hace justo tres décadas forjó una imbatible alianza entre rock y música de baile; entre guitarras de raigambre 'stoniana' y acid house de brazos abiertos y mirada perdida en el más allá.

Electrónica de masas

Corría 1991, año generoso en sobresaltos musicales y obras maestras del grunge, el trip hop y el noise, cuando Primal Scream lideraron su propia revolución con un disco sin el que probablemente no existirían ni las madrugadas de los festivales ni la cara más bailable del brit pop; ni los Chemical Brothers ni, en fin, toda esa electrónica que utilizó el rock como palanca para hacerse masiva y entrar a lo grande en estadios y macrofestivales.

Cubiertas de 'Screamadelica' y 'Demodelica' ABC

Un disco capital que celebra estos días sus 30 años de vida con la publicación de 'Demodelica', colección de maqueta de interés puramente arqueológico pero acabado revelador; un cuaderno de esbozos que, página a página, muestra cómo hubiese podido sonar el tercer disco de Primal Scream si la empresa no hubiese contado con la participación de luminarias de la electrónica como Andrew Weatherall, The Orb, Jimmy Miller y Terry Farley. O, ya puestos, si Bobby Gillespie y los suyos no se hubiesen puesto hasta las cejas de éxtasis.

Y es que, tal y como le explicaba el cantante de la banda escocesa al periodista Pablo Gil en el libro 'El pop después del fin del pop' (2004), 'Screamadelica' hubiese sido un disco completamente diferente sin las propiedades estimulantes y alucinógenas del MDMA. «El disco estuvo muy influido por el éxtasis y por ir a las fiestas y a los clubs, por las sensaciones escuchando la música y consumiendo éxtasis. Intentábamos crear sonidos que se parecieran a nuestras sensaciones por la noche, también consumiendo éxtasis en la grabación. En el resto de discos la influencia existe, pero es menor».

Un ejemplo de lo que ocurrió aquellos días lo encontramos en la primera encarnación de 'Come Together', una atolondrada balada de soul-rock que pasó de casi calcar el riff inicial de 'Suspicious Minds' a renacer en forma de infecciosa odisea de dub y funk psicodélico. De la versión de 'Demodelica', de hecho, apenas se aprovecha el coro gospel, prueba de hasta qué punto las sesiones de grabación debieron ser un apasionante labor de ensayo-error. La semana que viene llega a las librerías de Inglaterra 'Tenement Kid' , autobiografía de Gillespie que la editorial Contra publicará en castellano a principios de 2023 con traducción de Ibon Errazkin y que a buen seguro aportará más claves sobre aquel periodo. O quizá no, ya que durante años el cantante se ha aburrido de repetir que apenas recuerda nada de los primeros noventa. «Demasiada acción en mi cuerpo, demasiadas movidas en mi cuerpo», dijo no hace demasiado en una entrevista.

Clásico por accidente

Clásico indiscutible, lo cierto es que, como las mejores mejores cosas, 'Screamadelica' nació casi por accidente: a principios de 1990, el periodista y discjockey amigo Andrew Weatherall recibió el encargo de remezclar 'I'm Losing More Than I'll Ever Have' y lo que era una balada de soul sureño que la banda había grabado para su segundo disco se transformó como por arte de ensalmo en una auténtica bomba. Euforia química, un loop de batería, los vientos de la original, el sample de 'Los ángeles del infierno'... «Simplemente hicimos 'Loaded' como un experimento. No teníamos nada que perder. Éramos como exploradores que intentaban ver dónde nos llevaba la música. Sólo estábamos tratando de hacer un disco que pudiera encajar en esta escena y que la gente pudiera bailar. Pero recuerdo que cuando terminamos sonaba realmente increíble», recordaba Gillespie en una entrevista con la revista 'NME'.

Con el single escalando en listas y Primal Scream estrenándose por fin en el 'Top Of The Pops', llegó 'Screamadelica' y lo cambió todo. Fue su 'Exile On Main St.', aunque cambiando la heroína por el éxtasis y las lujosas villas de la Costa Azul por los clubes de Londres y Brighton. «Era mucho más divertido estar en los clubes que en los conciertos de rock, que eran un coñazo, la verdad», reconocía Gillespie, para quien la escena electrónica de los 90, heredera de ese Segundo Verano del Amor que campó a sus anchas por prados y raves de Inglaterra en 1989, «era más underground, tenía más misterio, más sexo, drogas nuevas y fantásticas».

Fiel reflejo de que todo lo que sube ('Higher Than The Sun') tiene que bajar ('Damaged', 'I'm Comin' Down'), 'Screamadelica' logró capturar la esencia del momento y conjugar el impacto de las luces estroboscópicas con el ímpetu espiritual del gospel y los ardores carnales del viejo rock and roll. Lo químico y lo orgánico, el Manchester de los ochenta y el Memphis de los setenta, juntos y revueltos en un disco que, en un año de feroz competencia (ahí estaban 'Achtung Baby', 'Blue Lines', 'Foxbase Alpha' o 'Bandwagonesque') se llevó el Mercury Prize al mejor disco del año.

Quien sabe si para compensar, lo siguiente que hicieron los escoceses fue disfrazarse de impersonators de los Rolling Stones con el ramplón 'Give Out But Don't Give Up', punto de partida de un guadianesco y febril historial de idas y venidas entre la electrónica revolucionaria ('XTRMNTR') y el rock convencional ('Riot City Blues').

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