Novela

Juan Bonilla: «No se debe basar nada de un personaje histórico en mentiras»

Recupera en su última novela, «Totalidad sexual del cosmos», a Naui Olin, artista mexicana de vanguardia y precursora de la «performance»

Juan Bonilla en el Aljarafe sevillano Juan José Úbeda

Jesús Morillo

Para el jerezano Juan Bonilla (1966) el canon literario no es una lista de autores grabada en el mármol de la posteridad. Lector inquieto y buscador de libros raros en librerías de viejo , este escritor reconoce tener «querencia o tendencia por nombres esquinados» de la literatura.

Uno de ellos es Carmen Mondragón , más conocida como Naui Olin , artista de la vanguardia mexicana cuya obra, que abarca la poesía y la pintura, diluyó las fronteras entre alta y baja cultura, revolucionó las costumbres con sus desnudos en revistas de consumo masivo, fue pionera de la «performance» y sirvió de modelo para Diego Rivera.

Esta escritora es la protagonista, o quizás mejor coprotagonista, de «Totalidad sexual del cosmos» (Seix Barral), en la que Juan Bonilla no solo narra la vida de esta artista, sino el mismo proceso de reivindicación y recuperación de su figura para la contemporaneidad.

¿Qué hace un escritor que ha vivido en Roma, Londres o Madrid en una pequeña ciudad dormitorio de Sevilla, como Mairena del Aljarafe?

Vivía en el centro de Sevilla, los alquileres se pusieron imposibles, los vecinos de toda la vida, que eran viejecitas que llevaban cuarenta años en el edificio, lo abandonaron ante la llegada de los vikingos y cuando empezamos a escuchar fiestas a las cuatro de la madrugada y los vecinos llamaban no para pedir sal sino para pedir condones entendimos que había llegado el momento de abandonar el centro.

¿Llevaba mucho tiempo en Sevilla?

Llevábamos cinco años, tras venir de Londres. Sevilla siempre ha sido la ciudad a la que iba y volvía, desde que llegué aquí en diciembre de 1989 para trabajar en Radio América, con Jesús Quintero. Me iba a otra ciudad a trabajar y cuando lo dejaba, me volvía a Sevilla. Es una ciudad que me gusta mucho y ahora, incluso más que cuando vivía en el centro.

Esta novela y la anterior («Prohibido entrar sin pantalones», que le valió el Premio Bienal de Novela Mario Vargas LLosa en 2013) ha recuperado un personaje histórico. En aquella a Vladimir Mayakovski y en esta a Naui Olin, ambos poetas y miembros de la vanguardia, ¿qué le interesaba de estos personajes?

Hay un tipo de artista o de poeta que desborda su propia producción y que en su vida ponen lo más llamativo e interesante de su propia obra, que se traducen a sí mismos a vida, a conseguir ser artista o poeta en todo lo que hagan.

Como Oscar Wilde.

Eso me resulta muy llamativo. El hecho de que tuvieran vidas poéticas e, incluso, algunas similitudes, como el hecho de que los dos deciden acabarlas cuando pierden el motor principal, que es la juventud. Mayakovski se pega directamente un tiro y Naui Olin lo que hace, cuando pierde la juventud, la belleza y la potencia que tuvo es encerrarse en su casa, que es otro modo de suicidio. Lo que me interesa en ambos casos es la vida como relato. Hay vidas que parecen una novela.

Esas vidas le permiten echar también una mirada sobre el siglo XX.

El comienzo de este proyecto era un poco con esa idea, contar a través de las vidas de algunos poetas la locura, la monstruosidad y también la belleza de lo que fue el siglo XX.

¿Esa monstruosidad se cuenta mejor con la visión de un poeta que con la de un historiador?

Obviamente, eso está contado en muchos tomos y perfectamente detallado, pero eso a mí no me interesaba, sino ir hacia los adentros de las cosas. Para escribir estas novelas utilizo una cantidad de documentación que debo dejar de lado, es una labor de auténtica limpieza, porque rompía el ritmo de poema o de letanía que quería darle.

No le interesa tanto la anécdota como el viaje interior de los protagonistas.

Efectivamente. En cualquier caso cómo afecta algún hecho histórico al personaje que a mí me interesa. La columna vertebral de esta novela es pensar que en una vida caben muchas vidas y que cada uno de nosotros somos muchos. Naui Olin fue una niña de papá, una niña bien, se casó con un pintor, tuvo un amante vulcanólogo, fue artista, escandalizó México... Son personajes distintos, aunque responden a un mismo nombre.

¿Cuándo descubrió al personaje y supo que había una novela?

Descubro a Naui Olin en un reportaje biográfico a mediados de los 90 hecho por Adriana Malvido. Me pareció una mujer interesante, pero no volví a pensar en ello. Lo que verdaderamente me llevó a escribir la novela fue la figura Tomás Zurián, el restaurador que descubrió a Naui Olin.

De hecho, su trabajo en esta novela es como el del restaurador, eliminando repintes de leyenda para que aflore la verdad del personaje.

Esa era un poco la idea de fondo, que al final se viera que toda la novela había sido una obra de restauración de un personaje, de salvar del olvido al personaje del que te acaban de contar la novela. En este caso hacía justicia tanto al restaurador como a la propia Naui Olin, una mujer que lo que hace es salir a la calle y no pedir nada más que lo más revolucionario: que la dejen hacer lo que ella quiera.

El restaurador fantasea en su novela con que Madonna haga un musical sobre ella. Naui Olin parece una artista pop «avant la lettre».

Es una artista pop y sin «avant la lettre». Pop en el sentido etimológico que se quiso utilizar en los años 60, alguien que está entre las primeras en no distinguir entre alta y baja cultura. En ese sentido es muy pop.

En una ficción, ¿donde están los límites cuando se usa un personaje real en una novela?

Es un tema peliagudo. Cuando se escribe sobre gente que está viva o tiene vivos deudos, hijos, maridos... Hay que tener la mínima consideración de pasar ese filtro, tener un permiso y conseguir un aprobado, que cuando comencé a escribir esto es lo primero que hice. Me puse en contacto con Tomás Zurián y le pregunté si podía contar esto de esta manera.Hasta que no he tenido su luz verde no la he publicado. Pero creo que la ficción funciona o no por sí sola.

¿En qué sentido?

La ficción se justifica por sí misma, por su potencia. Lo que uno no puede hacer es mentir, que es distinto de la ficción, porque la ficción no tiene que ver con la mentira. No todas las mentiras son ficciones ni todas las ficciones son mentira. Si escribo una novela sobre Luis Cernuda estaría muy mal que me inventase que fue amante de Primo de Rivera porque me da la gana. Esas cosas no se pueden hacer, porque entonces no lo llames Cernuda, llámalo como te dé la gana. Uno no debe basar nada de lo que escriba sobre un personaje histórico en mentiras.

Este ciclo de novelas lo quiere continuar con Agustín García Calvo.

Llevo muchos años trabajando en García Calvo, porque me parece que tiene una de esas vidas poéticas que dan para una novela. Tengo un amigo, el poeta Miguel Albero, cuya madre se preparó unas oposiciones con García Calvo en una academia que puso cuando lo echaron de la Universidad. Siempre dice que es el único hombre genial que conoció.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación