Lola Solana y cómo convertir la literatura en el mejor adiós

La gestora se estrena en la novela con «La cruz de madera», dedicada a su madre

Lola Solana, antes de la entrevista con ABC Ernesto Agudo

Bruno Pardo Porto

Lo malo del tiempo es que corre y lo devora todo a su paso. Quizás por eso tenemos memoria y un día inventamos la escritura: para atrapar el pasado en la página y hacer justicia con aquello que merece la pena ser recordado. A veces es un suceso, una escena la que nos deslumbra por su belleza, pero otras es una vida entera la que merece ser conservada y legada al futuro. La primera novela de Lola Solana , « La cruz de madera » (La esfera de los libros), nació precisamente de ese deseo de congelar un poco el reloj y fijar la biografía de su madre en un libro, para evitar que el viento se la llevase de este mundo tras su muerte.

«Necesitaba escribir, necesitaba desahogarme. Y entonces me decidí a escribir la novela», cuenta ahora la autora. Fue algo así como una llamada que la llevó a un curso de escritura y a ejercitar la pluma durante un año para, al siguiente, meterse de lleno en su proyecto: narrar la vida de su madre y la de su abuela, la de una realidad remota y distinta. Eso le obligó a restarle horas al sueño, porque solo en la noche tenía momentos de reposo y liberados, un bien muy preciado para esta gestora de fondos de inversión del Banco Santander. «Escribía cuando acababa de trabajar, cuando mis hijos ya estaban dormidos y mi marido haciendo sus cosas… Es que mis aficiones, lamentablemente, son nocturnas: la escritura y la astronomía. Por eso tengo tantas ojeras siempre», confiesa entre risas.

En esas noches fue pergeñando su novela capítulo a capítulo, episodio a episodio, buceando en las conversaciones pasadas con su madre, rememorando, convirtiendo esos flashes pretéritos en un relato. «Lo sabía todo de ella, lo que he hecho es plasmarlo. Era una persona tan alegre, tan vital… Cada vez que me acuerdo de ella siento una ausencia tremenda, simplemente se me saltan las lágrimas pensando en las cosas que me decía», reconoce.

Una imagen de la madre de Lola Solana

El proceso de escritura fue laborioso, con correcciones continuas, y también un viaje hasta esa España de finales del XIX en la que nació su abuela. Desde ahí el lector avanza en el tiempo a través de una familia que vivió la guerra, con sus dramas y traiciones, y con sus costumbres perdidas. Porque de alguna manera «La cruz de madera» es el fresco de una vida más calmada, donde no existían esas prisas que hoy nos empujan al sándwich en frente de una pantalla, donde la hora de la comida era un rito para estar codo con codo con los de tu sangre. «Eso lo hemos perdido. Y es una pena, porque entonces nos contábamos cosas, anécdotas. Yo no conocí a mi abuela ni a mi abuelo, pero mi mare me hablaba de ellos… Me transmitía sus enseñanzas», asevera.

En la novela está esa intención del legado, de transmitir a los nuevos (sus hijos, para empezar) las voces de antaño, de enseñarles de dónde vienen para que, tal vez, no estén tan perdidos con el adónde van. «Cuando me preguntan en el mundo financiero que cuáles son mis referentes, que si es Warren Buffet o Peter Lynch… Yo siempre digo que mi madre, porque tenía el norte muy claro. Ella decía lo mismo de la suya, de mi abuela. Esa referencia se transmite de generación en generación. Creo que eso es lo que hace que las familias sean eternas: el sentirte orgulloso de los padres y las madres», sentencia Solana.

Y de hecho este libro tiene mucho de homenaje y de carta de despedida, esa que no le pudo dar en vida: «Yo tenía una espina clavada, porque cuando murió mi madre no estaba con ella. Ahora le he dado la despedida que se merecía, la pena es que no la pueda leer».

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