El escritor Fernando del Paso
El escritor Fernando del Paso - EFE

Imagen fugaz de Fernando del Paso

«Conocer a Fernando no hizo sino confirmar las cualidades de cornucopia literaria de sus palabras», dice Alberto Ruy Sánchez, que rinde homenaje al Cervantes en este artículo

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La leyenda es cierta: una especie de dios vigilante que algunos llaman azar cuida a los adolescentes perdidos en las librerías y les otorga un encuentro que si no les cambia la vida añadirá algo sustancial en ella. Yo tendría trece o catorce años cuando entré a una casa de cristal, un invernadero clásico, convertido en librería. En el jardín de la Alameda, al lado del Palacio de Bellas Artes, bajo la sombra de la esbelta Torre Latinoamericana, entre proporciones urbanas heteróclitas y entonces impecables, un libro modestamente llamado «José Trigo» que abrí al azar y no pude dejar de leer durante horas encendió de pronto aquel escenario urbano en mi mente.

No era entonces la palabra sino la sensación iluminadora del exceso.

Como si de pronto, por una cualidad desconocida del lenguaje, todo cupiera en una nuez e hirviera: la historia de un país en la historia de un tren y una persona. Un personaje desbordado, felizmente excesivo. José Trigo me daba una clave urbana y nacional sin ser nacionalista, del barroco –no como estilo sino como proyecto de civilización– que ya tocaba a las puertas de mis percepciones y mis anhelos con Carpentier, Sarduy y sobre todo Lezama.

Vino «Palinuro de México» diez años después a convertir la palabra «Excesivo» en su tercer apellido. Y con «Noticias del Imperio», otros diez años más tarde, su paso se convirtió al mismo tiempo en danza y estampida. La Historia cantándole al oído y él apresando para nosotros la letra y toda la riqueza implícita en la tonada.

Conocer a Fernando no hizo sino confirmar las cualidades de cornucopia literaria de sus palabras, añadiendo en su presencia florida de ropa, de andar y palabras, la generosidad de un espíritu sabio y amigable, siempre bien dispuesto a compartir el sabor de la vida. Recibí su monumental ensayo de ensayos sobre el Islam y el Judaísmo –«Bajo la sombra de la Historia»– como si hubiera escrito para mí cada una de sus páginas. Extraña ilusión de conversación inmediata, interminable, que crean en sus lectores atentos los autores que se vuelven habitantes indispensables de su tiempo.

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