Juan Goytisolo
Juan Goytisolo - AFP
Libros

El heterodoxo perpetuo

Sostuvo casi siempre una naturaleza polemista y hosca, que quizá en el fondo escondiera un disgusto con una obra de ficción que no cuajó entre los lectores jóvenes

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Seguramente pocos escritores tomarían como un elogio recibir el adjetivo de disidente, y sin embargo conjeturo que nada le gustaría más a Juan Goytisolo que ser recordado como tal. Ha muerto en Marrakech donde vivía desde hace muchos años, haciendo testimonio de una elección vital por una cultura que marcó la evolución de su obra literaria, desde «Reivindicación del conde don Julían» (1970) y especialmente «Juan Sin tierra» (1975) y «Makbara» (1980).

Quiso situarse en una línea de vindicación experimentalista que lo alejara de lo consabido, pero que denunciara al mismo tiempo la espalda que Occidente había dado al mundo árabe. No siempre fue a favor suyo el permanente juego con el lenguaje, porque siguen siendo preferidas las obras anteriores a esos juegos, especialmente «Campos de Níjar» (1960) un hermoso y temprano libro de viajes por el pueblo de Almería, al calor del alcarriano de Cela y sobre todo «Señas de identidad» (1966), novela autobiográfica que lo inicio en lo que luego se ha llamado autoficción. Si tuviera que destacar dos libros que lo harán pasar a la historia literaria quizá elegiría los dos volúmenes de su autobiografía, titulados «Coto vedado» (1985) y «En los reinos de taifa» (1986).

El primero narra su vida personal y familiar (con el valiente testimonio de su homosexualidad), el segundo dedicado a su vida pública en París, en especial como asesor que fue para la literatura en español de la prestigiosa editorial Gallimard. Su perfil literario quedará unido también a su singular defensa de las tesis que sobre la cultura española hizo don Américo Castro, idealizando notablemente la convivencia antigua de las culturas judía castellana y mozárabe. Sirvió muchas veces esa disidencia, y la estela de Vicente Llorens, discípulo de Castro, para vindicar españoles que fueron realmente exiliados, por ejemplo la obra de Jose María Blanco White que en los años previos a la muerte de Franco editó y estudio.

Tuvo mucho tino en adscribirse a la figura poética de José Ángel Valente, compañero suyo de generación con quien compartía la admiración por la mística española y la figura de San Juan de la Cruz, que analizó en «Las virtudes del pájaro solitario». Su obra literaria última había derivado en un experimentalismo satírico que dio títulos bastante despendolados como «Carajicomedia» en una línea más quevedesca (la que realmente sigue) que cervantina, que le hubiera gustado seguir y declaraba hacerlo.

Quedará en la memoria de muchos españoles su compromiso antibélico en las crónicas y artículos periodísticos que mandó desde Sarajevo en la guerra de los Balcanes («Cuaderno de Sarajevo», 1993). Fue muy coherente en situarse al frente de las dictaduras, y fue de los primeros en abjurar de la cubana de Castro, en el conocido caso Padilla, cuando tal cosa no hacía casi nadie en el mundo de las letras. Si bien estuvo siempre, y en comandita con otros, en pasar por exiliado del mundo cultural, no estaba tan ajeno a él y mantuvo bastante intransigencia para con estéticas que no compartía. En la estética literaria sostuvo casi siempre una naturaleza polemista y hosca, que quizá en el fondo escondiera un disgusto con una obra de ficción que no cuajó entre los lectores jóvenes. De manera que fue un vanguardista al que el futuro iba abandonando conforme llegaba.

Ver los comentarios