Juan Manuel de Prada presentó su nueva novela
Juan Manuel de Prada presentó su nueva novela - asís g. ayerbe

Nueva novela de Juan Manuel de Prada: la guerra palaciega entre Santa Teresa y Ana de Mendoza

El escritor dibuja la mala relación existente entre ambas

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Como esos hermanos que no pueden vivir separados o esas novias que «ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio», Santa Teresa de Jesús y la Princesa de Éboli protagonizaron una de las historias palaciegas más peculiares de la historia de España. Las dos eran en sus respectivos ámbitos personas muy ambiciosas. La primera quería darle un giro a la religión católica en España y la otra anhelaba un mayor protagonismo en la corte, solo que fue la princesa quien sacó su lado más perverso. Al final, tan parecidas fueron que terminaron odiándose.

Como en el «making of» de una película taquillera, Juan Manuel de Prada recorrió junto a un grupo de periodistas la villa de Pastrana, pueblo medieval de Guadalajara y uno de los escenarios de su última novela, «El castillo de diamante» (Espasa).

El libro dibuja con mucho acierto la incómoda relación que mantuvieron santa y princesa, que comenzó por el deseo de esta última de experimentar los arrobos místicos que venía «padeciendo» Teresa de Jesús. La inquina que llegó a sentir por la monja es lo que De Prada denomina como «admiración envidiosa».

Empezaba de esta manera una relación tortuosa, de desplantes mutuos y puñaladas traperas; algunas de las cuales se vivieron en el Palacio Ducal de Pastrana, donde ayer Juan Manuel de Prada explicó las líneas maestras de su novela. «La princesa de Éboli pertenecía a esa nobleza vieja que estaba siendo desplazada del poder», contextualizó De Prada. Tanto ella como su marido –Ruy Gómez– vivían allí porque estaban perdiendo influencia en la corte desde que la nobleza empezó a medirse más por méritos militares que por el árbol genealógico. Ahí el belicoso Duque de Alba les empezó a tomar delantera y la única forma que encontró la princesa de prestigiarse fue pidiendo con ansia la compañía de Teresa de Jesús, que ya era la religiosa más famosa del momento.

Sin embargo, la santa estaba harta de ser tratada «como una atracción de feria», resumió el escritor. Su única obsesión era fundar conventos sin dote (sin el dinero de la nobleza) y reformar algunos aspectos de la fe que venía promulgando su congregación. En ese sentido, Teresa de Jesús no era una religiosa convencional: leía novelas de caballerías, algún que otro libro prohibido, e implantó en sus conventos la oración mental, que por entonces era vista como una herejía. Lo normal en la época era rezar en voz alta o musitando las oraciones pactadas. «Santa Teresa era más moderna que la Princesa de Éboli, que nunca entendió su reforma religiosa y se encendía cada vez que rechazaba su dinero», dijo De Prada.

Contra todo y contra todos, Santa Teresa consiguió fundar un convento en Toledo y, como advierte uno de los personajes de la novela, no la detuvieron «ni las combinaciones del cabildo, ni la retirada de los donantes. La madre (Teresa), aun sin dineros, consiguió fundar en Toledo. Dios está de su parte». Después de aquello, la santa aceptó a regañadientes fundar otro en Pastrana, donde terminó de estallar.

A cal y canto

Muy cerca del palacio ducal, que ahora está en manos de la Universidad de Alcalá de Henares, la princesa de Éboli financió la obra de aquel convento. Lo hizo por afán de mando, como dice la propia Teresa en la novela, porque para señoras como aquella «fundar y dotar conventos es como allegar títulos de nobleza. Y disputan entre ellas por ver quién tiene más». Así fue como Teresa de Jesús abandonó Toledo para asentarse en Pastrana.

El convento fue creciendo y el día de la inauguración la santa no pudo más. Vio aquellas celdas minúsculas, sin apenas ventilación y orientadas al norte y ordenó derribarlas. El concepto de la fe que Teresa tenía no era sinónimo de llevar una vida oscura y casi ermitaña, pues consideraba el sol un bien de Dios del que no había por qué privarse. «Así no peligrará la santidad de vuestras monjas», alegó la princesa de Éboli delante de aquel cuchitril. «Ya se sabe que entre la santa y el santo, pared, cal y canto». Conocer el resto del conflicto ya es tarea del lector.

Esta última novela de Juan Manuel de Prada, cargada de «humor humano y amor divino», tiene mucho de Cervantes, Quevedo y Valle-Inclán. Contiene citas ocultas y guiños a la novela de caballerías, la picaresca y el esperpento. Es un libro, dijo mientras criticaba la agresiva reforma sufrida por el palacio de Pastrana, con el que se ha divertido mucho y en el que se ha tomado «muchas licencias literarias», la mayoría cargadas de humor. «Lo que más me interesaba era crear personajes, porque a Santa Teresa se le ha tratado en las novelas de forma muy estatuaria. No existía una Santa Teresa novelesca», argumentó.

Aunque por momentos parezca la historia de una buena santísima y una mala malísima, Juan Manuel de Prada cree haber reflejado el «choque entre una mujer satisfecha con la vida que ha elegido y otra que no logró lo que deseaba».

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