Juan Verdú, autor de «El jardín del flamenco»
Juan Verdú, autor de «El jardín del flamenco» - David Breckon
entrevista

Juan Verdú: «De Morente aprendí que sin sentido del humor no se puede vivir»

Pocos como él conocen los entresijos y las anécdotas del mundo del arte jondo y sus grandes figuras en los últimos cuarenta años. Todo ello lo cuenta en su libro «El jardín del flamenco»

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No canta, ni toca la guitarra, ni baila -a menos que se arranque en alguna juerga nocturna-, pero pocos pueden presumir de haber vivido el ambiente flamenco como él. Desde su privilegiada posición de organizador de festivales y conciertos, además de aficionado y entusiasta activista empeñado en que Madrid mantenga la llama de la capitalidad del cante jondo, Juan Verdú ha estado, y continúa todavía -es director del festival Suma Flamenca-, en el epicentro del género desde comienzos de los años ochenta. Una experiencia que merece la pena ser contada, con ingenio y pasión. Es lo que ha hecho en su libro «El jardín del flamenco» (editorial Alfabia).

-¿Cómo se encuentra hoy ese jardín?

-Está en un momento maravilloso e importantísimo, aunque por desgracia creo que gusta menos en España que fuera.

Los artistas giran hoy por todo el mundo. Y aunque Andalucía sea la cuna, Madrid es la capital que hizo profesional al flamenco.

-¿Juan Verdú ha sido como el jardinero?

-Empecé trabajando en el flamenco a principios de los años ochenta, y en aquel momento se encontraba casi completamente parado, quitando compañías como la de Antonio Gades. Entonces empezamos a trabajar todos juntos, artistas y nosotros, y conseguimos hacer la primera Cumbre Flamenca con el ministerio de Cultura en 1984. Era ministro por entonces Javier Solana, y nos dieron la ayuda para a hacer la cumbre en el Alcalá Palace. Aquello fue el principio del renacimiento.

-Pero el libro empieza antes de esos años.

-Empieza cuando me vine de Guadalajara a vivir a Madrid, a principios de los setenta, que era un momento importantísimo porque era el del cambio de la dictadura a la democracia. Tenía algún amigo en Guadalajara al que les gustaba el flamenco, pero ya en Madrid me hice profesional. Había aquí una gran actividad de estudiantes que se dedicaban a trabajar en los Colegios Mayores en el jazz, en el cine. Iba mucho de oyente al San Juan Evangelista. Fue allí donde me enamoré definitivamente del flamenco.

Sabicas, hombre sabio

-Hay personajes del libro que merecerían un tomo entero. Como Sabicas.

-Fuimos íntimos amigos. En el año 84, cuando hicimos la primera Cumbre Flamenca , teníamos un cartel impresionante, con todas las grandes figuras. Estaba Enrique Morente, Manolo Sanlúcar, Farruco, Chocolate... una locura. En «La noche gitana» estaba Sabicas, e hicimos una gira juntos. A partir de entonces, cada vez que venía por Madrid me llamaba, e íbamos a los toros, a cenar... Era una persona sabia, no solo como guitarrsita, sino como persona.

-Pues podrá contar multitud de anécdotas.

«De Paco de Lucía decía Sabicas: "¡Hay que ver como corre! Hay que tocar despacito y con mucho cariño"»

-Muchas. Llevaba desde el año 37 en Nueva York, y nunca aprendió a hablar inglés, ni perdió el acento navarro. Cuando llevaba diez años allí, solo sabía pedir para comer un vaso de leche y huevos fritos. Un día el médico le dijo: «Tiene usted el hígado azul marino». Era graciosísimo. Siempre estaba contando chistes. De Paco de Lucía decía: «¡Hay que ver como corre! Hay que tocar despacito y con mucho cariño, y sobre todo con mucho arte. Hay que poner el alma siempre». Cuando fuimos el primer año a Dortmund, después de la actuación terminamos en una cena con el alcalde, que dijo que había sido una noche maravillosa, y «es usted una persona simpatiquísima, lo he pasado fenomenal. Pídame usted lo que quiera». Y él contestó: «Pues esaría bien que me dieran un apartamento aquí en Dortmund, para venir de vez en cuando».

-Los guitarristas decían que llegaban los cursillo de flamenco por correspondencia desde Estados Unidos, cada vez que Sabicas publicaba un disco.

-Se los aprendían de memoria. Fue uno de los maestros más importantes de la guitarra flamenca, y es una pena que viniera tan poco a España. Yo le llevé al programa de «Madrid Flamenco», en Onda Madrid, y cuando estábamos terminando la entrevista le puse un disco de Carmen Amaya, en el que Sabicas toca la guitarra. Y entonces empezó a dar voces en la radio, «¡Carmen Amaya, la mejor del mundo¡, ¡Olé, Carmen Amaya!». Y al ratito, saca el pañuelo y empieza con unos lloros... «Maestro, ¿qué le pasa?». Y me dice: «Chico, te voy a dar un consejo, si alguna vez te gusta una mujer y te enamoras de ella, declárate. Yo no me atreví a declararme a Carmen Amaya, ni Carmen Amaya a declararse a mí, y cuando terminó la gira volvió de Nueva York a Barcelona, y no nos atrevimos ninguno de los dos a declararnos. No volví a verla nunca, y sigo enamorado de ella».

Enrique Morente

-Llama la atención que los más grandes, como Paco de Lucía, Sabicas o Enrique Morente, han sido gente muy divertida.

-Eso es la sabiduría de vivir. Eso lo aprendí de Enrique: sin sentido del humor no puedes vivir. En cuanto llegaba a un sitio se hacía enseguida con todo el mundo. Me acuerdo que fui con él a los cursos de veranos de la Universidad Menéndez Pelayo, donde hacíamos siempre una noche de flamenco. El día que vino Enrique había un curso de Vargas Llosa sobre cómo escribir una novela. Nos metimos de oyentes con los alumnos, al fondo. Y empezaron las preguntas. Enrique levantó la mano y preguntó si podía hacer una. Se volvieron todos los alumnos y Vargas Llosa le preguntó: «¿Y usted quién es?». «Un cantaor». «¿Y qué pregunta me hace usted?». «A mí me parece que lo más difícil para escribir una novela es poner el fin, terminarla. Me parece dificilísimo». Y el escritor se levantó y dijo «Es la mejor pregunta que me han hecho en mi vida». Esa noche suspendió la cena que tenía con el rector de la Universidad y el alcalde de Santander, y se fue con Morente y se tiraron hasta las seis de la mañana.

-¿Qué otra figura destacaría de las que ha tenido contacto?

- Pina Bausch, una de las figuras más importantes que he conocido en mi vida. Fue una bailarina y coreógrafa revolucionaria de la danza contemporánea. Otro de los regalos que me ha hecho el flamenco, porque la Comunidad de Madrid, que la trajo para un Festival de Otoño, me encargó que le enseñase Madrid. Y estuvimos por del centro, por la Plaza Mayor, y al llegar la noche, ¿dónde la voy a llevar si no?, pues al Candela -local situado en el barrio de Lavapiés-. Coincidió que aquella misma noche empezó la guerra del Golfo, la del George Bush padre, y la estábamos viendo por televisión, donde la retransmitían como si fuera una película, con lo terrible que era. Y Pina se puso a llorar. Apagamos la tele, y vino Enrique Morente, se puso a cantar y ella se emocionó. A partir de entonces le entró una verdadera locura por el flamenco. Cada vez que venía a España se venía con nosotros a todos los espectáculos que hubiera.

-La noche ha sido siempre territorio flamenco. ¿Es verdad que es entonces cuando surge el verdadero duende, más que en los escenarios?

-Estoy seguro de que si nos hiciesen a todos un análisis de las noches y la fiesta, tenemos que decir que lo hemos pasado bien, muy bien, pero a mí no me pueden decir, con veinte «machacos» en todo lo alto, si alguien ha cantado o ha bailado bien. Lo que pasa es que como estás emocionadito y calentito, pues te parece que todo sale bien. Lo mejor es el escenario, y cuando te pilla bien, es lo más bonio del mundo. La fiesta es un mito. En las fiestas estás a gustito y hasta yo canto maravillosamente. Yo he llegado a bailar y me han aplaudido, y soy un Don Quijote, un gigantón.

-¿Siguen existiendo esas fiestas?

«Los artistas de ahora toman Coca-Cola y a las doce y media se van a la cama»

-Ha habido muy mala suerte, porque hemos sufrido unas pérdidas terribles. Camarón, Paco de Lucía y Enrique Morente. Esos tres genios inigualables, irrecuperables, eran los que de verdad le dieron al Candela el caché, y cuando los hemos perdido, se perdió esa forma de vivir. Además, los artistas de ahora toman Coca-Cola y a las doce y media se van a la cama. Como canta Sabina, «peor para el Sol». El problema que tienen es que para la noche les veo un poquito aburridos. Nos faltan esos artistas, y los demás, como Pepe Habichuela, Carmen Linares, Ramón el Portugués, que estaban siempre ahí, ya no les apetece, porque salir ya todas las noches es imposible. Es una pena. Morente era como la luz del Candela, era muy amigo de Miguel Candela, con quien echaba su partidita de ajedrez todas las noches a la una. Había veces que se juntaban doce guitarristas, un auténtico lujo. Eso no se volverá a repetir. Y siempre reinaba un respeto maravilloso, ahí no se mosqueaba nadie. Enrique cantaba con guitarristas como Gerardo Núñez, Rafael Riqueni... Los Ketama también iban por allí. Fue muy importante para el renacimiento del flamenco, porque los jóvenes conocían allí a los grandes artistas.

-Se sentirá usted un verdadero privilegiado.

-Los que trabajamos en lo que nos gusta y lo que queremos, somos unos auténticos privilegiados, es una auténtica bendición que la vida te ponga ahí. Pero hay que luchar mucho, hay que estar ahí. Aunque mis hermanos y mis primos me preguntan todavía que en qué trabajo. Llevo 500 años y todavía no me toman en serio.

-Para terminar, díganos a quién ve hoy entre los jóvenes con más futuro en el género.

-Los que me ha impresionado en el cante son Rocio Marquéz y Arcángel; en el baile El Yiyo, el chaval lo tienen todo, va a ser figura mundial: y la guitarra, creo que Daniel Casares.

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