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El sueco Robin Bengtsson abrirá la primera semifinal con la canción «I can't go on» - ANDRES PUTTING

Eurovision 2017La edición más convulsa de Eurovisión arranca con Italia como gran favorita para el triunfo

El veto ucraniano a la participante rusa ha puesto en la encrucijada a la organización, que también ha sufrido los desafíos políticos y económicos del país. Azerbaiyán, Bélgica, Portugal y Suecia, las predilectas de los eurofans en la primera semifinal

ENVIADO ESPECIAL A KIEV (UCRANIA) Actualizado: Guardar
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Pese a todas las trabas legales, económicas y políticas, Kiev está preparada para alzar esta noche el telón de Eurovisión 2017. La capital ucraniana acoge por segunda vez en su historia el famoso certamen musical, aunque durante los últimos meses su papel de ciudad anfitriona ha estado en peligro en numerosas ocasiones. Y es que los problemas burocráticos y la guerra soterrada con la vecina Rusia han puesto contra las cuerdas a los reponsables del festival.

Elegir la sede del concurso fue todo un quebradero de cabeza, ya que ninguna infraestructura del país cumplía con los requisitos exigidos por la UER (Unión Europea de Radiodifusión). Tras la cancelación de diversas ruedas de prensa y la consumación de los plazos establecidos, se designó el Centro Internacional de Exposiciones como el lugar más apropiado para celebrar el concurso. Pero se ha tenido que acondicionar todo el interior: montar las gradas, mejorar el sonido, montar la sala de prensa, las cabinas de los comentaristas... Una reforma integral de un espacio que muchos, al principio, no veían idóneo.

Mientras, el gobierno ucraniano se mostró torpe y lento a la hora de emprender reformas legislativas necesarias para garantizar la viabilidad del proyecto. Por ello, los medios denunciaron una clara falta de entendimiento entre la administación estatal y la televisión pública. «Peleamos contra el sistema, el sabotaje, la corrupción y el nepotismo», llegó a decir en noviembre el director interino del ente público, Alexander Harebin, sólo semanas después de que cayera en bloque la directiva encargada de organizar el festival. «El tiempo se acaba», advirtió públicamente Jon Ola Sand, supervisor ejecutivo de la UER.

Casi de forma milagrosa, todas las barreras administrativas y económicas desaparecieron en enero y los reponsables ucranianos comenzaron a ganar el tiempo perdido en disputas internas. Y cuando la situación parecía encauzada, Eurovisión tropezó con uno de los mayores escollos a los que ha tenido que hacer frente en sus 62 años de historia.

Veto a Rusia

Rusia confirmaba en marzo a Julia Samóylova, una cantante de 28 años en silla de ruedas por una atrofia muscular espinal, como su representante en Kiev. Rápidamente, el gobierno ucraniano advirtió de que la artista no tendría permitida la entrada a Ucrania al haber actuado en la península de Crimea tras la anexión de Rusia en 2014. El Servicio de Seguridad consideró que la artista cruzó ilegalmente la frontera al acceder sin autorización a un territorio que sigue considerando suyo. La legislación ucraniana condena esta acción con tres años de prisión.

La UER adoptó durante dos meses un papel de mediador para conseguir que Ucrania finalmente levantara el veto. A través de un dilatado trabajo diplomático, para muchos poco hábil, las buenas palabras y la actitud conciliadora dieron paso a última hora a las presiones y las advertencias para romper el bloqueo ucraniano. Ingrid Deltenre, directora general de la UER, escribió personalmente al Primer Ministro Volodymyr Groysman para advertirle del «impacto negativo» que esta decisión conllevaba y la seria posibilidad de quedarse fuera del concurso el año siguiente. Víctima de una broma telefónica, la propia Deltenre amenazó incluso a los anfitriones con llevarse el concurso a Berlín si mantenían su decisión. Pese a todo, el gobierno ucraniano se plantó en el «no» y, a pocos días del certamen, la televisión rusa anunciaba su ausencia forzada.

Este duro enfrentamiento ha herido como nunca antes el espíritu neutral y apolítico de un concurso que nació precisamente para unir a un continente desgarrado por la II Guerra Mundial a través de la música. A la espera de sus posibles consecuencias, los esfuerzos de la UER se concentran ahora en salvar esta convulsa edición de la mejor manera posible. Por eso, las expectativas para la primera semifinal de esta noche son altísimas.

Portugal, Suecia y Azerbaiyán, favoritas

18 países competirán por lograr una de las diez plazas que dan acceso a la gran final que tendrá lugar el próximo sábado y para la que ya están clasificados los miembros del llamado «Big 5» (España, Italia, Reino Unido, Francia, Alemania) y Ucrania como anfitrión. Suecia y Portugal parten como favoritas para lograr el ansiado pase. Robin Bengtsson buscará la séptima victoria de su país, que lo igualaría con Irlanda en el liderato, con una apuesta pop moderna, elegante y definida al milímetro. Un derroche de ingenio sueco para una actuación que arranca en el backstage y que protagonizan las cintas de correr en las que Robin y sus coristas se suben para ejecutar una coreografía perfecta en un festival cada vez más volcado en la parafernalia y el show. Una propuesta muy diferente a lo que plantea Portugal, que aspira a conseguir el mejor resultado de su historia solo con el talento desbordante de su intérprete Salvador Sobral. Los lusos, que han competido casi cincuenta veces y nunca han ganado, sorpenden con su cuarto lugar en las casas de apuestas gracias a la delicada y embelasada melodía de «Amar pelos dois». El cantante, vencedor del último festival da Cançao, llega a Kiev aquejado con graves problemas de salud que ha declinado precisar. En tales circunstancias, ha sido su hermana Luísa Sobral quien lo ha sustituido durante los ensayos previos a esta semifinal.

Azerbaiyán y Armenia, países históricamente enfrentados, suben como la espuma en las predicciones. Los azeríes vienen dispuestos a sorpender con una actuación impregnada de surrealismo y locura, donde un hombre con una cabeza de caballo subido en una escalera roba protagonismo a la cantante Dijah. Mientras, los armenios buscan repetir el sorprendente efecto que provocó la actuación de Iveta Mukuchián en 2016 repitiendo ese laborioso trabajo de realización y escenografía, esta vez al servicio de Artsvik. Unos guiños a Bollywood y la aparición de un ave gigante en como fondo de escenario adornan una actuación que ha levantado muchas expectativas.

Todo lo contrario a Bélgica, que tras sus dos primeros ensayos ha perdido posiciones en las casas de apuestas. Blanche ha sido muy crítica por su actitud inexpresiva y limitada voz en los ensayos de «City lights», donde precisamente el juego de luces es la gran baza visual de los belgas. Todos los candidatos buscan explotar sus fortalezas para captar votos: el montenegrino Slavko Kalezić fía sus opciones al juego coreográfico que desarrolla con su larga (y postiza) trenza, los moldavos Sunstroke Project prometen poner a bailar a todo el mundo al ritmo de su saxo, y la diva griega Demy tira de chulazos sin camiseta para aportar más espectáculo a su discotequera «This is love».

Las baladas tendrán el sello personal de la polaca Kasia Moś, la checa Martina Bárta, la albanesa Lindita, el esloveno Omar Naber, el dúo finlandés Norma John y el australiano Isaiah, que protagoniza la tercera participación del país oceánico en Eurovisión. La psicodelia llegará de la mano de los letoneses Triana Park y el tradicional canto a la paz lo interpretará este año la georgiana Tako Gachechiladze. La islandesa Svala Björgvinsdóttir y el chipiota Hovig completa el cartel de candidatos que sueñan con hacerse un hueco en una final de Eurovisión donde Italia es gran favorita para la victoria. Precisamente, su candidato, Francesco Gabbani, y el español Manel Navarro estarán en el show de esta noche para presentar un anticipo de sus candidaturas.

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