Fragmento de la instalación a base de dibujos «Je Suis Godot»
Fragmento de la instalación a base de dibujos «Je Suis Godot»
ARTE

Voracidad del dibujo en Fernando Renes

«Me inspiran las cosas que me gustan. Pero más, las que me cabrean». Declaración de principios de Fernando Renes, con la que puebla de forma irónica las estancias del DA2 (Salamanca)

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Una vista de Roma realizada desde un «lugar privilegiado» (valga el topicazo) puede servirle a Fernando Renes (Covarrubias, Burgos, 1970) para hacer una singular declaración de principios: «Me inspiran las cosas que me gustan, pero me inspiran más las que no, especialmente las que me cabrean». No es una situación extraña. Mucha gente sentirá que sus prejuicios derivan principalmente de reacciones indignadas para las que no faltan razones.

Desde la década de los noventa, Renes traza una suerte de cuaderno de bitácora en el que da cuenta de lo que (le) pasa, empleando siempre el dibujo como sutil y poderosa herramienta. En la excelente exposición del DA2 se puede apreciar una mezcla de coherencia y un impulso a la variación, con trabajos que no sólo están realizados en papel, sino que se expanden en animaciones o en terracotas, conformando una suerte de «collage» o instalación que tiene algo de espacio de trabajo.

De Covarrubias a Roma

«El título de la exposición –apunta el comisario, Eduardo García Nieto–, “Cibernética y nutrición”, no sólo remite a uno de los textos de uno de los dibujos del artista, sino que plantea ese espacio de edificación y conflicto en el que el uso de conceptos aparentemente antitéticos van generando un gran “collage” en el que Renes problematiza la formación de los imaginarios contemporáneos: sus vivencias en Covarrubias, Nueva York o Roma, que evidenciaban tanto los flujos migratorios actuales como los mitos en torno a las grandes metrópolis, la pervivencia del mundo clásico en nuestro inconsciente, el papel que el humor y las poéticas juegan en nuestra cotidianidad, lo erudito y lo popular en pugna con lo vernáculo o los mecanismos de articulación del poder, son algunos de los múltiples ámbitos que conviven en sus trabajos». Renes alude en varias piezas a un diálogo que tiene como fondo la mentira o que conduce a su imposibilidad. Sin duda, tiene presente que estamos en un momento esencialmente anecdótico en el que los rumores surgen atropelladamente para perder pronto intensidad; donde hasta las «frikadas» se han tornado inerciales: nada dura ni siquiera el tiempo suficiente para producir hastío.

Este autor tiene energías para dibujar cualquier cosa, y una voracidad a prueba de dietas

Convencidos de que podemos encontrar todo lo que buscamos (ayudados por servidores que nos «catalogan» como consumidores potenciales e impotentes), depuesta la memoria en el archivo (una amnesia nada purificadora), fragmentada la experiencia en múltiples pantallas, devoramos «gadgets» (planificada su obsolescencia con el cinismo del rendimiento económico) para convertirnos en el perfecto «Homo Ciberneticus». Consciente de que la cibernética puede ser completamente «chapucera», Renes nos revuelve una «imagen especular» tan «naive» como una botella de Evian. La situación «normal» es, en términos de Tiqqun (colectivo de pensamiento crítico), un funcionamiento en el que paradójicamente no pasa nada: el Imperio no necesita «contraatacar», le basta con macerar a todos con espectáculos presuntamente divertidos y, a la postre, vomitivos. La dieta de la sociedad computacional está compuesta por grandes dosis de golosinas.

El veneno es el antídoto

Renes trabaja magníficamente sobre el estereotipo. Así, en un plato dibuja los tópicos de Burgos, desde la catedral a su queso fresco, de Atapuerca al Colacho. La insurrección aparece para levantar el pavimento, aunque sea un gesto desesperado. Tenemos que «comernos» el menú degustación de un tiempo desquiciado.

Si, como apuntara Susan Sontag, la obra de arte tiene cualidades «nutritivas», lo que hoy ingerimos puede tener las características de un fármaco: tener las cualidades del veneno y, al tiempo, del antídoto. Cuando la tanato-política impone, empujada por la potencia propagandística del terrorismo, el «estado de excepción», tal vez tengamos que asumir una posición absurda, como la que sedimenta un personaje «amorfo» dibujado por Renes, que tiene por «cabeza» una espiral esquemática, mientras en su redondeado cuerpo podemos leer una rara consigna: «Je suis Godot». Más allá del nihilismo, surge un humor o pulsión sarcástica que se expande en el DA2 de una jarra hasta las paredes, quedando sedimentada la pasión dibujística en una vibrante instalación. En una pared en la que ha dibujado unos impresionantes tiranosaurios, leo la frase: «Uno de mis grandes errores, creer siempre que tengo tiempo». La impresión que da es la contraria: tiene energías para dibujar cualquier cosa, incluso las que le cabrean, y una voracidad que parece romper toda dieta. No hay moralejas en este «autogobierno» cibernético, aunque en dos vasijas tenemos un aviso para navegantes: «No me gusta engordar» y «A mí tampoco». Tomo nota en Navidad, atragantado de mazapán.

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