LIBROS

Visionarios de otros mundos

Las distopías sobre pandemias ya son novela histórica. Pero estas obras maestras de la ciencia ficción siguen llevándonos al futuro

Ilustración de la primera edición de «De la Tierra a la Luna», de Julio Verne

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Imaginar escenarios fuera de nuestro alcance espacio-temporal, salvo que fuéramos replicantes y pudiéramos ver cosas que los demás no creerían - Philip K. Dick se consideraba «un peón de Dios, una variable reprogramada en uno de esos insidiosos cambios de realidad que conforman la trama del Universo»- siempre ha sido una tentación para el ser humano. La literatura de ciencia ficción ha proporcionado un buen puñado de obras maestras , cuya enumeración no cabría aquí. En mitad de la hecatombe se nos ha proporcionado, de alguna forma, ese deseo: vivimos en el futuro, a costa de (casi) matar la ficción . Quien escriba sobre estos días hará novela histórica, no fantástica. Pero estos autores sí fantasearon.

PIONEROS

Hay críticos que consideran Utopía (1516), de Tomás Moro , como el primer relato de ciencia ficción de la Historia, por su descripción de una isla construida artificialmente cuya sociedad idealizada, pacífica, igualitaria, previsora, sin propiedad privada, está basada en los ideales filosóficos y políticos del mundo clásico y el cristianismo. A algunos dirigentes de hoy en día les gustaría la música... si no fuera porque esa comunidad también era patriarcal. Pero no es hasta finales del siglo XIX cuando el género adquiere carta de naturaleza con Julio Verne y sus tres novelas visionarias: Viaje al centro de la Tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865) y Veinte mil leguas de viaje submarino (1870), que tuvieron una enorme influencia en autores posteriores. Comparte esa paternidad H. G. Wells , autor de La máquina del tiempo (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898), que describe por primera vez una invasión alienígena de la Tierra. Es conocida la deuda que la cultura audiovisual tiene con estos escritores.

DISTOPÍAS

Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley , enlaza de alguna forma con aquella isla de Tomás Moro, aunque la sociedad que plantea el escritor británico es más inquietante: no hay guerra ni pobreza, pero tampoco diversidad cultural, filosofía ni amor, y los niños aprenden por hipnopedia (a través del sueño), la humanidad se organiza en castas donde cada uno sabe (y acepta) su lugar en el engranaje y las penas se curan consumiendo una droga llamada soma. Un paso más allá se encuentra 1984 (1949), de George Orwell , obra esencial de la ficción distópica. Con su lectura es imposible no sentirse concernido por el mecanismo atrozmente represor que sufre Winston Smith , vigilado por el ojo catódico (el Gran Hermano ), aterrorizado por la habitación 101 del Ministerio del Amor, donde te torturan no para sofocar un acto de rebeldía, sino para que tu arrepentimiento sea sincero. El año 1984 quedó atrás. Por el camino cayó el Muro y se desbarató el edificio soviético, pero tomaron impulso los nacionalismos totalitarios y los populismos. Las fake news no son sino réplicas de las consignas del Partido Único («Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza»). 1984 es la distopía que aún nos podemos temer. Cerramos este apartado con dos títulos imprescindibles de Philip K. Dick: El hombre en el castillo (1962), cuya trama se sitúa en Estados Unidos quince años después de que las fuerzas del Eje derrotaran a los aliados en la Segunda Guerra Mundial, y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), que dio pie al filme Blade Runner .

«SPACE OPERAS»

El término space opera surgió como una burla. Fue el escritor Wilson Tucker el que lo utilizó por vez primera en 1941 para criticar la ciencia ficción folletinesca de su época, a la que comparaba con las soap operas , seriales radiofónicos o televisivos muy populares entre las amas de casa y los jóvenes estadounidenses. Ray Bradbury llevó los viajes espaciales a su mayoría de edad con Crónicas marcianas (1950), donde traza en tono más poético que tecnológico la colonización de Marte por los humanos. Pórtico (1977), de Frederik Pohl , describe una fiebre del oro intergaláctica que acaba con el descubrimiento de maravillas... y también de horrores. Es la única novela que ha obtenido los máximos galardones del género: Hugo, Nebula, John W. Campbell y Locus. Dos clásicos más: Dune (1965), de Frank Herbert , también multipremiada, donde el autor nos hace viajar 10.000 años en el futuro a un imperio galáctico de estructura feudal; y 2001: Una odisea espacial (1968), de Arthur C. Clarke , donde el papel estelar de la supercomputadora con look orwelliano HAL 9000 -que decide eliminar a los astronautas, a los que considera mecanismos fallidos que entorpecen la misión- nos lleva al último capítulo.

ALMAS DE METAL

HAL 9000 incumplió las famosas leyes («Un robot no debe dañar a un ser humano o, por inacción, dejar que un ser humano sufra daño», etcétera), recogidas por Isaac Asimov en Yo, robot (1950), un compendio de moral para androides inteligentes donde se plantean paradojas que indagan sobre la situación del hombre en el universo tecnológico. El escritor checo Karel Capek fue el primero en utilizar el término robot para definir a un autómata en su pieza teatral R.U.R. Robots Universales Rossum (1920). Desde el golem (ser fabricado a partir de materia inanimada, como el barro o la arcilla) que inspiró a Capek al ciberpunk de Neuromante (1984), de William Gibson , con sus «vaqueros de consola» con electrodos implantados, la inteligencia artificial ha habitado nuestros sueños y pesadillas.

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