«Mujeres VI» (1999), fotografía de la serie «Antesala del desnudo»
«Mujeres VI» (1999), fotografía de la serie «Antesala del desnudo»
ARTE

La verdad sobre el cuerpo

La fotógrafa chilena Paz Errázuriz se separa de los cánones tradicionales de belleza para mostrar al ser humano de forma descarnada. Una retrospectiva en Mapfre lo pone de manifiesto

Madrid Actualizado: Guardar
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Representante de Chile en la última Bienal de Venecia, a la fotógrafa Paz Errázuriz (Santiago de Chile, 1944) la trajo a España por primera vez, en 2012, el entonces director artístico de PHotoEspaña Gerardo Mosquera, quien en el catálogo señala, a propósito de aquellos famosos retratos de boxeadores –que protagonizaron el cartel del Festival y obtuvieron el Premio del Público–, que la artista «no nos muestra combates ni campeones de boxeo, sino muchachos frágiles debajo de su musculatura, derrotados tal vez», porque, en toda esta obra hecha a contracorriente, «la humanidad de las figuras aparece expuesta contra el canon, gracias a la incorrección, a la ruptura contra lo establecido». Y es que en general, la fotografía de Errázuriz trata de subvertir ciertos «órdenes visuales» (por ejemplo, los que rigen la fotografía documental romántica, o los modernos cánones de belleza), construyendo «un imaginario de lo marginal, una poética del abandono, compuesto por sujetos que quedaron fuera de la normalidad impuesta por la modernización, mostrando cómo es la vida en este exilio» (C.

Valdés).

Por otra parte, la carrera de Paz Errázuriz, artista autodidacta, se inicia en coincidencia con el golpe de estado de Pinochet (1973-1990) y, consecuentemente, es reflejo del arte que se hizo en Chile durante el llamado «apagón cultural», que paradójicamente fue muy fecundo por cuanto surgió allí la llamada Escena de Avanzada (la vanguardia chilena), que posee unas características específicas, «predominando hasta hoy lo analítico sobre lo visual, la crítica sobre la “jouissance”, la deconstrucción sobre el uso directo del símbolo y la imagen» (Mosquera) y que en general es poco conocida internacionalmente. Esta amplia retrospectiva en la Fundación Mapfrereúne pues los principales temas tratados por la artista a lo largo de su trayectoria agrupados en una decena de epígrafes.

Las mayorías minorías

Vagabundos, ancianos abandonados, locos, luchadores, prostitutas, travestis, tribus perdidas… Si bien la propia autora ha manifestado que el concepto de «marginalidad» le parece inadecuado en relación con su obra («Yo revierto el término minoría. Son absolutamente mayoría. Los súper sofisticados y los súper privilegiados son en realidad la minoría. De todos modos, prefiero ocupar la palabra minorías, que la palabra marginal, que siempre me aplican»); y si bien el comisario de la muestra, Juan Vicente Aliaga, se afana a lo largo de todo su ensayo en demostrar que «el objetivo principal de Paz Errázuriz [...] es el de desestabilizar el orden visual normativo. Un orden que se sustenta en los valores clasistas burgueses», llegando a afirmar incluso que «la compasión ante el sufrimiento humano debe ser evitada», lo cierto es que el espectador no podrá dejar de considerar que las imágenes de la exposición –en la que predominan las representaciones de cuerpos avejentados– son de una extrema dureza, no existiendo en la muestra un solo remanso de belleza o aún de esa «normalidad impuesta» que la artista trata efectivamente, a fuer de desterrarla de su imaginario, de convertir en marginal.

A la obra de Erráruriz se la ha relacionado habitualmente con la marginalidad, pero la autora rechaza ese concepto

Esto se aprecia ya en sus primeras series, «Dormidos» y «Personas», que protagonizaron su primera exposición individual en 1980 y siguieron desarrollándose a lo largo de toda la década: tan descarnado es el retrato de la condición humana en esas escenas de los barrios pobres de Santiago que muestran a personas de aspecto miserable que se quedan dormidas en plena calle y en posturas imposibles, como en aquellas otras en las que los protagonistas son gente pudiente en sus fiestas o fincas, porque de algún modo la artista hace hincapié siempre en aquella «incorrección» –política o icónica– detectada por Mosquera y en la que lo defectuoso o lo anómalo se relaciona extrañamente con lo personal y único, como si fuera precisamente lo imperfecto –más que aquello que encaja en el relato y el canon dominantes– lo que dignifica a toda persona. La crítica ha convenido, de hecho, en que la búsqueda de la dignidad en aquello de lo que nuestra cultura rechaza es la gran constante en la obra de Errázuriz, como se aprecia en series como «Cuerpos», dedicada a ancianos que posan desnudos en un escenario vacío, «Vejez», que se desarrolla en asilos, o «Tango», protagonizada por inverosímiles parejas maduras en un club de baile.

Sus series más duras

En 1992 y 1999, la fotógrafa desarrolla «El infarto del alma» y «Antesala de un desnudo», dos de sus series más duras, dedicadas a hospitales psiquiátricos. El horror que muestran esas escenas es tal que la artista pospuso la presentación de la segunda –dedicada a las duchas colectivas del sanatorio– por temor a ser considerada una pervertida y, a raíz de su exhibición, las autoridades introdujeron mejoras en las instalaciones. Y, en los años noventa y 2000, se interesa por la prostitución masculina –en su famosa serie «La manzana de Adán»– y femenina, así como por los submundos del boxeo –serie «El combate contra el ángel», de 1987–, la lucha libre –«Luchadores del ring», de 2002– y el circo, además de centrarse en temas más claramente antropológicos, como el estudio de una etnia en vías de desaparición en «Los nómadas del mar» (1995) o de un remoto poblado en el que muchos de sus habitantes padecen una rara enfermedad ocular producida por siglos de endogamia («La luz que me ciega», 2010). Descubrámonos pues en esta terrible galería, como sentencia Mosquera, «despojados de nuestras benévolas autorrepresentaciones».

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