LIBROS

Variaciones Auster

El escritor neoyorquino Paul Auster, después de varios años de «retiro», vuelve a la escena narrativa con una obra que aspira a ser (una más en la lista) la «Gran Novela Americana»

Paul Auster, autor de «4 3 2 1»
Rodrigo Fresán

Esta funcionalidad es sólo para registrados

¿Puede «4 3 2 1» ser una novela impropia del Paul Auster que supimos conocer y al que considerábamos perfecta y totalmente asimilado y, al mismo tiempo, una más que adecuada novela de un Auster hasta ahora desconocido? La respuesta es sí y tal vez y quién sabe y depende de la disposición o predisposición con que uno la abra. Lo más saludable es aproximarse a ella con el mismo interés y humor de siempre . Con un sentimiento similar al que nos acercamos a los últimos y un tanto irregulares y automáticos y previsibles títulos de ficción de Auster (excepción hecha en lo que a mí respecta de «Invisible», en el 2009) que no es otra cosa, a esta altura, que el mismo sentimiento con el que uno se sienta frente a una/otra película de Woody Allen : porque están ahí, porque aparecen puntual y frecuentemente, porque uno ya leyó y vio todo lo anterior y ha recibido tantas alegrías, así que no puede ni sería justo dejarlo ahora.

Cerca de Balzac

Pero en esta ocasión hay elementos inquietantes y diferentes y novedosos: Auster hace siete años que no se detiene en la novela habiéndose dedicado con gracia a hacer memoria («Diario de invierno» e «Informe del interior») y ahora, lejos del formato y tamaño habitual (historias breves) nos ofrece otra cosa muy diferente. Algo que es como si Allen estrenase filme de cuatro horas, presupuesto millonario, modales de David Lean y pantalla «CinemaScope» con sonido «Dolby Atmo». Sí, «4 3 2 1» (en la «long list» para el próximo «Man Booker») es la prueba fehaciente de que Auster no ha sido inmune a uno de los desafíos/compulsiones a los que afronta/sucumbe todo escritor más o menos serio de su país. Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) intenta con «4 3 2 1» su Gran Novela Americana. Y lo logra y no lo logra como todos sus antecesores (excepción hecha de ambos extremos de la especie a cargo de dos hombres sin tiempo ni fronteras: «Moby Dick» de Melville y «Lolita» de Nabokov ) valiéndose de mimbres clásicos: la novela de iniciación que, siendo Auster y viéndose obligado a introducir algo diferente, no es otra cosa que la novela de reiniciación.

Reiniciación que alcanza tanto a él mismo (algunas vez considerado cima del posmodernismo, Auster desciende aquí a las profundidades de lo decimonónico y está mucho más cerca del torrencial Balzac que del avasallador William Gaddis) como a su héroe: el multifacético Archibald Isaac «Archie» Ferguson quien, de ser un superhéroe de la Marvel Comics, bien podría llamarse «Bildungsro-Man» y su poder sería el de empezar una y otra vez, con pequeñas y no tanto variaciones que suponen colosales alteraciones de su existencia. Ferguson nace en el mismo lugar y mismo día pero un mes después que Auster -el 3 de febrero de 1947, en Newark- y s u vida se ramifica en cuatro modelos/posibilidades (uno de ellos súbitamente interrumpido) con algunas constantes: la relación con su madre, su fascinación por el amor de sus vidas Amy Schneidermann, y su pasión por la palabra escrita aunque con diferentes formatos: como periodista, como precoz autobiógrafo de su amor por Laurel & Hardy, como joven novelista «experimental». Y, sí, Ferguson es un no transparente sino turbio Auster alternativo con alternativas (siete secciones abarcando cada una de ellas un período de dos décadas en la vida) y es la puesta en práctica de ese pensamiento tan peligroso que todos pensamos a las tres de la mañana, en la noche oscura del alma: ¿qué hubiera sido de mí sin en lugar de X hubiese optado por Y? Sabiendo, claro, que la mejor opción hubiese pasado por esa Z que nunca supimos ver.

Fría pulcritud

Auster -aunque el mecanismo lejos esté de ser original o novedoso- cuenta esto con rígida maestría y fría pulcritud, como quien practica la más implacable de las autopsias . Y aquí reside el único reproche que se le podría hacer a «4 3 2 1»: este tipo de monolito hubiese ascendido más alto de gozar y hacer gozar con la gracia picaresca que gente como Robertson Davies, John Irving, Mark Helprin o Mordecai Richler imprimen a sus sagas existenciales . Claro, el modelo de estos no es otro que Dickens . Mientras que Auster, en el modo en que funde acontecimientos domésticos con efemérides públicas, parece mirar demasiado de cerca a otra de las Grandes Novelas Americanas: al también impresionante pero un tanto gélido «Submundo» de Don DeLillo.

Y en «4 3 2 1» -sí, se trata de uno de esos libros en los que uno se va a vivir- Auster lo cuenta todo

Y en «4 3 2 1» -sí, se trata de uno de esos libros en los que uno se va a vivir- Auster lo cuenta todo. Hasta el más mínimo detalle. Que alguien encienda un cigarrillo significa que nos enteraremos de marca y aroma y diseño del paquete y lo que produce en el fumador. Pero, en más de una ocasión, Auster está mucho más cerca de Knausgård que de Proust o de Brodkey y lo meramente descriptivo se impone por mucho a lo reflexivo y sensorial. Sobre el final, Auster -quien no es un gran estilista pero sí es un eximio narrador-vuelve a ser el mismo Auster de siempre: el Rey de las Coincidencias y Casualidades Que No Lo Son Tanto.

Cuando ya habíamos asumido que estas eran nada más y nada menos que cuatro novelas en una y que lo importante era el viaje y no el destino, un anticipable «twist» formal pone a todos los Ferguson en su sitio. Ya no los confunde sino que los funde en un gran libro.

Nosotros sonreímos y cerramos «4 3 2 1» -y sí, por supuesto, a no dudarlo, allí estaremos- hasta la próxima «Variación Auster».

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación