Faust, una de las bandas que protagonizan «Future Days»
Faust, una de las bandas que protagonizan «Future Days»
MÚSICA

El último ismo

El progresivo aplanamiento de la cultura occidental, formateada y viralizada por internet, impide la gestación y el nacimiento de fenómenos locales como los que hace cuatro décadas protagonizaron los creadores del «Krautrock»

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Lo último que tuvimos por aquí fue una escena, término que entonces servía para delimitar el espacio que de forma virtual ocupaba un conjunto de grupos –muy justitos de fuerzas, no daban para más– cuyo único elemento común era el tiempo que les había tocado en suerte. Coincidieron y montaron una escena, o eso les hicieron creer sus palmeros y propagandistas.

Para organizar un movimiento como Dios manda no solo no les llegaba el talento, sino que carecían del envoltorio social y de las circunstancias –económicas, ambientales, geográficas, políticas, culturales, genéticas, tecnológicas, académicas, etcétera– necesarias para singularizar sus mensajes y distinguirse de un común que fuera de su entorno y casualmente hacía más o menos lo mismo que ellos.

No les quedaba otra.

El marco del cuadro

La publicación en España de « Future Days» (Caja Negra), obra en la que David Stubbs analiza la irrupción y el desarrollo de lo que fuera de la Alemania occidental de los primeros años setenta del siglo pasado se conoció como « Krautrock», sirve para establecer las medidas y la consistencia del marco que recuadra un ismo, quizás el último de la historia. Sin proponérselo, el periodista británico detalla los condicionantes –intransferibles, irrepetibles– que ampararon el nacimiento de un movimiento musical cuyos hallazgos han determinado una parte considerable de la experimentación sonora de los últimos cuarenta años.

Cocinero antes que fraile, seguidor desde primera hora y a distancia de las bandas germanas que abandonaron el carril y el canon del pop anglosajón para ensayar una recomposición musical basada en hilos narrativos con denominación de origen, certificados y exclusivos de la Alemania de mediados del siglo XX, Stubbs repasa y celebra la obra de quienes fueron los héroes de su adolescencia y su primera juventud. Can, Neu!, Amon Düül, Faust, Kraftwerk o Popol Vuh, entre otros, protagonizan un relato de veneración, vindicación y entrega que en esta edición incorpora la sonoridad del acento argentino de su traductor, Tadeo Lima.

El legado de Stockhausen y el rechazo a la colonización norteamericana fueron algunos de los elementos de esta revuelta musical

El proceso formativo y las aventuras de las bandas etiquetadas baja la marca, originalmente despectiva, de «Krautrock» ocupan el grueso de un texto que repasa de manera detallada sus respectivas discografías, dispersas en el croquis de una Alemania Federal cuyas costuras reventaron entre sintetizadores, percusiones mecanizadas, ecología comunera, improvisaciones de largo metraje y gafas graduadas. Se toma tanta molestia David Stubbs en reconstruir el singular ecosistema en el que surgieron todos estos conjuntos que el retrato de familia de los promotores del Krautrock se convierte en un involuntario toque de atención, sobra apuntar que inútil, sobre la imparable pérdida de factores identitarios y la progresiva homogeneización de la cultura. A estas alturas, otro ismo es imposible.

El Londres del «punk», este año de feliz aniversario, el Bronx del primer «rap», el Detroit del «house» o el Chicago del «techno», unos cuantos años más tarde, fueron escenarios poco menos que accidentales de una serie de estallidos creativos que más pronto que tarde y con un formato similar se hubieran terminado produciendo en cualquier otro lugar civilizado. Matices hay para dar y tomar en un árbol genealógico del pop cuyos brotes locales no pasan de aportar tonalidades, cada vez más intercambiables, a sus ramas. Sin embargo, en los últimos años setenta, cuando todo aquello, Alemania era distinta. Cualquier sitio era entonces diferente.

Ajuste de cuentas

Hoy habría que desplazarse a Corea del Norte o poner la brújula sobre el mapamundi del exotismo para encontrar un pedazo de tierra inculta, en el sentido agrícola del término, y esperar sentado el nacimiento de algo parecido a lo que fue el «Krautrock». El legado de Stockhausen, el rechazo a la creciente colonización norteamericana, el ajuste de cuentas con una generación anterior que mantuvo relaciones con el nazismo, el urbanismo de un país que empezó casi de cero o la división geográfica de una nación empequeñecida y humillada confluyeron en un revuelta musical que hoy resulta impensable.

Uniformado por internet, aplanado y desprovisto de accidentes geoculturales, el mundo es hoy ancho, lineal y aburrido. La extinción de los endemismos, consecuencia directa de la globalización y la imposición de un mantillo superficial de curiosidades virales, impide la gestación de un movimiento a partir de materiales y señales propias. Como mucho, un día de estos montamos una escena.

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