LIBROS

El transformismo de Hervé Guibert

El escritor francés, a medio camino entre la autobiografía y la novela, despliega su pose de «enfant terrible» en esta diatriba contra sus padres

Hervé Guibert: 'Autorretrato' (1976)
Jaime G. Mora

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Escritor, periodista, fotógrafo, cineasta, incluso pintor en la fase final de su vida; la intensa carrera del francés Hervé Guibert (Saint-Cloud, 1955; Clamart, 1991) quedó truncada a los 36 años, cuando murió víctima del sida. Cayó enfermo en 1988, pero aquella condena a muerte no silenció su ardor creativo. Al contrario. Acostumbrado a hacer de su vida un artificio literario −en sus novelas navegaba en la ambigüedad de mezclar su vida propia con la ficción−, fue uno de los primeros artistas famosos en revelar públicamente su enfermedad. Lo hizo en un libro, claro.

«Al amigo que no me salvó la vida» fue el primer título de una trilogía en la que fue describiendo el proceso de su agonía. «Sí, mi novela es la historia del sida, del tiempo de la incubación, de la enfermedad y de los años ochenta… –escribió–. Hay en este libro una actitud agresiva, violenta, virulenta…». Guibert también filmó su deterioro físico con una cámara doméstica y se decidió por fin a exponer su obra fotográfica, después de años manteniéndola en un segundo plano para que no interfiriera en su labor de crítico.

Este arrebato final, no obstante, no debería sepultar todo el talento que atesoró durante su juventud. Una docena de novelas, a las que habría que sumar otro puñado de adaptaciones teatrales y antologías de sus artículos periodísticos, conforman la trayectoria literaria de Guibert antes del sida. Porque fue en la escritura donde el autor francés se desenvolvió con más pericia. « Mis padres » (Cabaret Voltaire, 2020), publicado en 1986, quizá sea el libro que mejor defina su actitud ante la novela.

En él despliega esa pose de «enfant terrible» fascinado por la idea del suicidio y evoca su despertar intelectual y el descubrimiento de su homosexualidad durante una adolescencia enfrentada a sus padres. En la dedicatoria escribirá «A nadie», y en las primeras páginas avanza un libro rencoroso, rabioso, cuando descubre que su hermana es en realidad su hermanastra, hija del párroco, y que su padre, un miserable chantajista, ha dejado en Niza a otro hijo. «Adoro la infamia», anticipa, pero en las últimas líneas dirá que «por supuesto», el odio de la dedicatoria del libro es «ficticio».

Lo que en realidad Guibert propone es un sugerente juego literario en el que es imposible discernir si sus recuerdos son ciertos ni si las páginas del diario que reproduce en la segunda mitad de la novela realmente las escribió. ¿Acaso importa? Guibert dirige su inquina hacia sus padres porque por momentos no aceptan que sea homosexual: «Alguien anónimo ha llamado por teléfono para decir que su hijo es maricón. No puede seguir viviendo con semejante deshonra».

Pero lo que late en el fondo del autor es un fuerte deseo de protección y de aceptación . Por eso se emociona cuando su padre le pregunta qué está escribiendo y pone en su boca un «¿Cómo no va a gustarme lo que escribes si es la voz de mi sangre?». O cuando le hace decir: «Estás guapísimo esta noche. La mejor noticia para mí es que no sufras». Melancólico y doliente, dotado de una sensibilidad exquisita, Guibert supo plasmar su sufrimiento vital con una sencillez embriagadora.

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