LIBROS

Cien años con Miguel Delibes

Reeditan la biografía «Miguel Delibes de cerca» y las novelas del autor por el aniversario de su nacimiento y su muerte

Esther Tusquets y Miguel Delibes, fotografiados en 1961
Jaime G. Mora

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En Valladolid nació, en 1920, y en Valladolid murió Miguel Delibes , hace ya diez años. «Soy como un árbol, que crece donde le plantan», dijo de sí mismo. Ni su proyección como periodista, que le abrió las puertas a las tentadoras llamadas desde Madrid, ni el enorme éxito de sus novelas, lo sacaron de Castilla. Incluso más que provinciano, se consideraba pueblerino: «Lo soy en esencia. Me siento más feliz los cuatro o cinco meses que paso al año en el pueblo que los que tengo que pasar en la ciudad». Allí, lejos de las aglomeraciones, apenas sabían que era famoso: «Ordinariamente hablo con gente a quien le importa un carajo si soy escritor o no lo soy y hablamos de tú a tú».

Delibes era una persona «corriente y moliente», y por eso, por no tener el «punto de enajenación y psicopatía» que según él distinguía a los genios, decía que nunca sería un gran escritor. Era un hombre «más sencillo, menos complicado y quizá más zafio» que quienes, como Sábato , se engolaban con declaraciones del tipo «uno escribe para sí mismo y después para el lector». A Delibes no le iban estos juegos de palabras: «Pienso que la escritura debe ser siempre comunicación, de otro modo no tiene sentido». El autor castellano cimentó su obra en la sencillez, una cualidad que nunca pasa de moda.

Así lo confirma que, en el año Delibes, por el centenario de su nacimiento y la década que ha pasado desde su muerte, sus libros sigan tan vivos como cuando, novela tras novela, iba firmando clásicos de la literatura española. Lola Herrera se ha lanzado a las tablas de toda España por quinta vez desde que en 1979 se embarcara en la adaptación teatral de «Cinco horas con Mario» y José Sacristán , que ya encarnó a Pacífico Pérez en «Las guerras de nuestros antepasados», se está despidiendo de los escenarios con «Señora de rojo sobre fondo gris».

«Yo he sido siempre novelista de personajes, y de ahí, quizá, la facilidad con que mis novelas han sido adaptadas al cine o al teatro», dijo. Una quincena de relatos del escritor vallisoletano han dado lugar a obras teatrales o películas, repasa Ramón García Domínguez en « Miguel Delibes de cerca », la biografía de referencia que Destino ha actualizado con motivo del aniversario. Todo Delibes está aquí: están sus orígenes familiares, su tenacidad contra la censura y la enorme influencia de su mujer, Ángeles de Castro , la señora de rojo:«El equilibrio, mi equilibrio. La mejor mitad de mí mismo»; y están su serenidad ante la llegada de los tiempos modernos, sus méritos como director de «El Norte de Castilla» y su inesperada carrera como escritor de novelas.

Nada habría sido posible sin el premio Nadal, al que Delibes se presentó en 1947 «como si fueran unas oposiciones de Derecho Mercantil», sin apenas lecturas previas y con la idea de que «literatura y ampulosidad eran sinónimos». Pero «La sombra del ciprés es alargada», aunque él siempre renegara de ella, convenció a los señores de Destino y ganó. Que no lo colocaran en el pelotón de los torpes, como le dijo a Javier Goñi en « Cinco horas con Miguel Delibes », la interesantísima entrevista que Fórcola recupera para disfrute de los amantes de la buena conversación, lo empujó a seguir escribiendo.

Y así llegaron «Cinco horas con Mario», «El camino», «Los santos inocentes» o «El príncipe destronado» –las reediciones con nuevos prólogos que Destino ha elegido en el comienzo del año Delibes–, y los «Diarios» de Lorenzo, «Mi idolatrado hijo Sisí» o «El disputado voto del señor Cayo», y sus libros de viajes, y sus reflexiones sobre la caza, y sus muchos ensayos en defensa de la Castilla vacía. Títulos que conforman una brillante biografía literaria que culmina en la inesperada «El hereje».

«Quién iba a decirme a mí cuando publiqué 'La sombra del ciprés es alargada', en 1948 –diría, aún sorprendido por su talento–, que cincuenta años más tarde iba a atreverme con una novela casi el doble de extensa y compleja que aquélla».

Delibes se equivocaba cuando decía que en el arte la genialidad casi siempre va ligada a un desequilibrio: no hay mayor rareza que el sentido común.

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