Sanmao y José María Quero (a la izquierda) se conocen en Madrid y se casan en el desierto
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Sanmao, una china todo a cien

La historia de la autora china Sanmao parece de película, pero, aunque suene a tópico, es real como la vida misma. Una vida entre Madrid y el Sáhara donde no faltan el amor y la tragedia

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Sanmao es el nombre de un personaje de cómic chino -el más famoso allá, a decir de los conocedores de este campo de rarezas ilustradas- creado en los años treinta, cuya figura, entre errante y cariacontecida, recuerda a la de nuestro Calimero con el hatillo al hombro. Sanmao significa tres pelos, lo mínimo de cabellera en una cabeza monda y lironda. Y Sanmao es el nombre con el que se «rebautiza» para la posteridad la protagonista de esta historia, que nace bajo el nombre real de Maoping Chen el 26 de marzo de 1943 en la ciudad china de Chongqing. De familia acomodada, padre abogado, que tiene que huir a Taiwán (Taipéi) por asuntos políticos.

El peregrinar de Sanmao, la de carne y hueso, arranca aquí y acaba en el punto de partida después de haber recorrido medio mundo y mil y una aventuras de las de no creer, lo que hace de ella un personaje fascinante.

Novelesco, aunque al final sea ella la autora de novelas que aún hoy en su país arrasan en ventas. Una idolatrada y clásica «longseller», además de traductora de Mafalda al chino. La Sanmao de carne y hueso y Mafalda se parecen, y tienen más de tres pelos. Les podría adelantar su final, pero a eso, ahora, se le denomina «spoiler» (destripar), y no lo voy a hacer.

Una niña bien

Maoping Chen, antes de acabar en Sanmao, gustaba llamarse Echo Cheng, al menos cuando llega a España, al madrileño barrio de la Concepción, al caer la década de los sesenta. Así es como se presenta a los vecinos y amigos. Maoping Chen, Echo Cheng o Sanmao -tanto monta, monta tanto-, no crean que cae por estos lares como si de una «pobre» emigrante oriental se tratara. En aquella época no se estilaban los chinos todo a cien. Si acaso, recién inaugurados los primeros restaurantes tres delicias de la capital, cuando lo de «Chinatown» sonaba a cine negro, no a barriada ni a polígono de ojos rasgados. Maoping Chen, Echo Cheng o Sanmao -tanto monta, monta tanto- es una niña bien -pija, se diría en el argot de barrio de entonces-, rebelde, que no se resigna a una vida encorsetada al modo tradicional chino, con ansias de aventura, que coge la maleta y se planta en el aquí y ahora de una España poco hecha a rarezas y exotismos. Aún no acogíamos emigrantes. Seguíamos siendo emigrados.

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