Niños usando el dispositivo de realidad virtual Google Cardboard como herramienta educativa en una clase
Niños usando el dispositivo de realidad virtual Google Cardboard como herramienta educativa en una clase
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Mundos virtuales para aprender o perderse

Los dispositivos de realidad virtual suponen una puerta a un mundo regido por nuestros deseos y que responde a nuestro control. El debate girará en torno a dejar la puerta abierta o cerrarla a nuestras espaldas y olvidarla para siempre

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La nave acelera y sale despedida del hangar de la estación al espacio exterior. Un ejército de cazas patrulla la órbita de un planeta rocoso en un estadio primigenio. Todo parece en calma a pesar de la muchedumbre. De repente aparece una fisura en el espacio, y un nave descomunal entra en fase. La voz del comandante nos previene segundos antes de vernos inmersos en una batalla masiva por los recursos del planeta. Los indicadores de los controles no paran de sonar, nos persiguen, nos disparan. Maniobramos, volteamos nuestra nave, ejecutamos bruscas piruetas para quitarnos de encima a un enemigo sin rostro que nos persigue incesante. Intentamos seguir órdenes, pero la desorientación es completa. Arriba y abajo no tienen ya ningún significado.

Nos concentramos en sobrevivir. Y de pronto, la nave nodriza detona sus reactores nucleares, arrasando todo en una ola de luz blanca. La demostración de «EVE Valkyirie» para Oculus Rift ha terminado.

El sueño de la realidad virtual lleva décadas en el imaginario cultural, proyectándose en numerosas obras de ciencia ficción que tratan de explorar las ventajas y los peligros de una realidad falsa. Aunque ha habido intentos en el pasado, ahora por primera vez la tecnología está en un punto en el que se puede acometer este sueño con garantías de éxito. Requiere una potente inversión, pero tanto Oculus Rift como HTC Vive tienen la vocación de llegar al público masivo. Tenemos entre nosotros un mero punto de partida. Estos dispositivos serán sustituidos en dos o tres años por nuevos modelos, más avanzados, hasta que en un momento se termine por clausurar la línea que separa lo real de lo virtual. El nivel de fidelidad alcanzado por los primeros modelos nos lleva a aventurar que no tendrá que pasar mucho tiempo antes de que eso ocurra, puede que una sola década.

Realidad cuestionada

El término realidad virtual, de hecho, resulta un contrasentido, un oxímoron evidente que sin embargo pasa inadvertido. El concepto de una realidad falsa nos lleva a plantearnos el problema desde una perspectiva filosófica. Ahora estamos centrados en las ventajas de lo que muchos consideran un nuevo medio e incluso un nuevo lenguaje, pero todo aquel que haya pasado un tiempo prolongado en una simulación virtual reconoce que el cerebro se vuelve escéptico al volver a la realidad, haciéndonos dudar durante algunos segundos si lo que vemos es fruto o no de una simulación. ¿Qué pasará cuando la tecnología permita crear mundos virtuales con una fidelidad absoluta? ¿Qué pasará cuando nos sumerjamos en esos mundos con una privación sensorial total, desconectando a nuestro cerebro de cualquier vínculo con la realidad tangible? El propio valor de la realidad quedará en cuestión.

Resulta innegable que en un mundo tan globalizado, donde es tan frecuente que amigos y familias se encuentren separados por miles de kilómetros, la realidad virtual es una de las propuestas más convincentes para anular las distancias. Aunque Oculus Rift fue concebido en un primer momento como un periférico para «gamers», Mark Zuckerberg decidió invertir más de 2.000 millones de dólares en la naciente empresa de un jovencísimo Palmer Luckey por las posibilidades que tenía la tecnología en facilitar la comunicación entre las personas. Las videollamadas o teleconferencias por internet que hacemos hoy en día serán sustituidas en un futuro próximo por reuniones virtuales.

No será descabellado que haya personas que pasen la mayor parte de su tiempo en simulaciones de realidad virtual

El concepto de realidad virtual esconde la inmersión definitiva. En las últimos años las empresas de electrónica de consumo, cuando acometían el diseño de nuevas pantallas, siempre buscaban el mayor número de pulgadas como garantía de ventas. La realidad virtual cierra la carrera con una propuesta imbatible. Ya no es una cuestión de tamaño, porque ya no se limita a una ventana a un mundo posible, sino de una inmersión en el mundo posible. El mundo del entretenimiento siempre ha tratado la inmersión como su Santo Grial, y la realidad virtual, en ese sentido, supone un cambio de paradigma. Los videojuegos son sin duda la industria mejor situada para sacarle partido, pero el cine también puede incorporarse a la experiencia en cualquier momento.

El último vértice sobre el que se aprecian posibilidades, más allá del entretenimiento o la comunicación, es en la enseñanza. Según Jeremy Bailenson, director del Laboratorio Virtual de Interacción Humana de la Universidad de Stanford, hay cuatro principales razones para usar la realidad virtual como herramienta educativa: cuando entrenar a personas en el mundo real resultara demasiado caro, peligroso, contraproducente o sencillamente imposible. En ese sentido, entrenar a un bombero para saber cómo moverse por un edificio en llamas podría resultar muy arriesgado de practicar en el mundo real, pero podría hacerse de forma segura en un entorno de realidad virtual. Desde hace tiempo los pilotos o los soldados utilizan simulaciones para entrenar sus capacidades, pero las simulaciones virtuales también pueden dirigirse a estudiantes de primaria o secundaria. Google, con su Expeditions Pioneer Program, busca llevar a toda la clase en viajes virtuales por las ruinas del Machu Pichu, la Gran Barrera de Coral, el Palacio de Buckingham o la superficie de Marte. Estas expediciones se apoyan en su propio Google Cardboard, pero lejos de ser una simulación de verdad, las experiencias se sustentan sobre una serie de fotografías de gran calidad tomadas en 360 grados. Los profesores dirigen la atención de los estudiantes a través de una tableta conectada a todos los teléfonos inteligentes, y pueden saber quién está mirando en la dirección adecuada.

Desde la metafísica

Las posibilidades de la realidad virtual son muy estimulantes, pero no se puede dejar de lado las implicaciones metafísicas que una realidad irreal implica. Muchos autores a lo largo de la historia han estudiado la naturaleza de la realidad, desde Platón y Aristóteles hasta Spinoza o Kant, por mencionar a solo unos pocos. Cuestiones como la dualidad mente-cuerpo cartesiana, el idealismo platónico o la realidad como sustancia única vuelven a estar de actualidad ante el advenimiento de una máquina generadora de realidades.

Resultan notorios los casos de personas en sociedades ultra competitivas, como la japonesa o la coreana, que se evaden a los mundos virtuales de los juegos masivos multijugador de rol en línea. En cuestión de pocos años, no será descabellado pensar en el auge de un tipo de personas que prefieran pasar la mayor parte de su tiempo consciente en simulaciones de realidad virtual. Cuando el ser humano posee la capacidad efectiva de sustituir su realidad por otra más acorde a sus necesidades o intereses, ¿qué razones se nos ocurren para no hacerlo? ¿Qué valor intrínseco posee la realidad para argumentar su prevalencia o superioridad ontológica sobre una virtual? ¿Debemos plantar cara y aferrarnos a la realidad tangible o rendir la experiencia sensorial y aceptar la cadencia evolutiva del posthumano?

¿Qué pasará cuando nos sumerjamos en mundos virtuales desconectando el cerebro de todo vínculo con la realidad tangible?

Conforme las simulaciones se vuelven más realistas, la propia realidad se vuelve más simulación, produciéndose un efecto de vasos comunicantes donde se diluye una supuesta primacía de una sobre la otra. Todavía mantenemos atavismos que nos previenen sobre pasar un tiempo excesivo frente a pantallas, pero en dos generaciones, cuando los nativos digitales pasen a ser nativos virtuales, esta narrativa que ensalza los valores de la experiencia sensible dejará de tener significado para unos individuos incapaces de aceptar una realidad que exista al margen de su propia interacción. No es sino natural que cada vez más gente vaya recluyéndose en realidades alternativas cuando la experiencia del mundo real no les satisfaga.

Ya existen voces que proponen la realidad virtual como una herramienta fundamental para los tratamientos paliativos y la experiencia de final de la vida, pero una vez que se abre esa puerta, ¿por qué debe circunscribirse a ese período concreto? Se avecina una crisis profunda en la concepción filosófica del ser humano que podría llevarnos a ver con miedo o recelo estos avances tecnológicos. No es cuestión de adoptar una postura ludita, sino de elaborar argumentos convincentes que faciliten un espacio de compenetración en vez de sustitución. El ser humano lleva milenios perfeccionando el arte del escapismo. Ante el que puede ser el salto definitivo en pos de ese objetivo, necesitamos razones de peso para no dejar este mundo atrás.

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