Billie Holiday, cuya canción «Strange Fruit» es un alegato contra la esclavitud
Billie Holiday, cuya canción «Strange Fruit» es un alegato contra la esclavitud - Archivo ABC
MÚSICA

Julián Hernández recuerda: ¿A esto lo llaman entretenimiento?

El líder y fundador de Siniestro Total reflexiona sobre el papel de la canción como revulsivo contra los tiempos actuales al hilo de la publicación del libro de Dorian Linskey «33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta»

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Esta es la pregunta que Dorian Linskey declara como crucial en «la controvertida relación entre la política y el pop a lo largo de décadas» y data su origen en las reacciones a «Strange fruit», la tremenda canción sobre linchamientos de negros en los Estados Unidos de entreguerras que Billie Holiday lanzó a la estratosfera. Linskey amplía así, y ya de entrada, el concepto de canción protesta a más allá del cliché que manejamos por aquí de «tipo con camisa de cuadros, una guitarra y una silla cantando muy serio sobre lo jodido que está todo».

Y la pregunta es perfecta porque tendemos siempre a identificar entretenimiento con escapismo o despreocupación. ¿Esto es lo que quiere el sistema? En principio, puede parecer que sí, pero nuestra querida y siempre renovada maquinaria militar capitalista y sus distintos ministerios de propaganda también nos quieren preocupados, por no decir muertos de miedo.

Si nos asustan lo suficiente, estaremos tan aturdidos que no distinguiremos bien quién nos amenaza exactamente.

Situación de parálisis

Los ataques en París se producen en un contexto de confusión máxima: son inmediatamente reivindicados por el Califato de Daesh, una auténtica evolución perversa de la idea de grupo terrorista «normal» que teníamos hasta ahora y, precisamente por eso, envuelta en misterios insondables muy difíciles de rastrear al margen de la información oficial. La guerra contra el terror, desatada desde el 11-S, está en permanente actualización: es Francia quien toma el relevo esta temporada.

El problema es lo que dice Gore Vidal a propósito de esto: «No se puede estar en guerra contra el terrorismo porque no es un enemigo real, es abstracto. Es como estar en guerra contra la caspa. Esa guerra será eterna y sin sentido. Es idiota». En otro momento, Vidal remata de tacón: «Esto no es una guerra, es un eslogan. Es una mentira. Es publicidad, que es la única forma de arte que hemos inventado en América. Y la utilizamos para vender jabón, guerras y candidatos a la presidencia». (América, por supuesto, es ya todo el mundo occidental).

El Califato de Daesh es una auténtica evolución perversa de la idea de grupo terrorista «normal»

La demostración de que la guerra contra el terrorismo es una mentira podría estar delante de nuestras narices: todas las guerras han tenido sus canciones, ¿dónde están las canciones de esta? Cantar contra el Ku-Klux-Klan, contra la guerra de Vietnam o contra Franco era fácil porque tenía sentido. ¿Cómo se canta y protesta a la vez contra este batiburrillo de religiones y fanatismos que nos venden como enemigo declarado? La matanza más grave de los ataques de París se produce en un concierto de rock. Vaya, hombre, ¡qué casualidad! Habrá que andarse con ojo: la música es un entretenimiento de alto riesgo.

¿Qué eslogan (y una canción es un eslogan) puede contrarrestar al Gran Eslogan que supone la Guerra contra el Terrorismo? Nos vemos en una situación de parálisis. Nuestro renovado ardor guerrero y nuestro recién exacerbado patriotismo europeo nos están llevando a cantar «La Marsellesa» en estadios de fútbol y allí donde haga falta. Ese va a ser nuestro entretenimiento colectivo: cantar himnos guerreros o, en su defecto, villancicos alrededor del belén.

El miedo es el objetivo

Tomar la guitarra, a la manera de Woody Guthrie, como una «máquina de matar fascistas» es poco menos que una utopía. El fascismo, tal como lo conoció Europa después de la I Guerra Mundial, ya no existe salvo en pequeños grupos de tarados. Se ha transformado en algo mucho más sutil que impregna a toda la sociedad uniformando la opinión pública. La desinformación es el medio; la guerra, el mensaje; el miedo, el objetivo.

¿Cómo se protesta contra este batiburillo de fanatismos que nos venden como enemigo?

La revolución no será televisada, pronosticaba Gil Scott-Heron. Claro que no, porque no se producirá nunca, y no se producirá precisamente porque lo que no sale en televisión no existe. Entendiendo «televisión» como cualquier tecnología que nos permite «ver de lejos», este bucle es insalvable. La manipulación de esa visión de lejos es muy sencilla y nos creemos cualquier imagen. Véanse las grabaciones de bombardeos con cámaras subjetivas desde el artefacto que lanza las bombas: en plena era de Google Maps, desde donde se puede ver hasta la marca del cepillo de dientes del vecino, resulta que unos trastos que cuestan millones de dólares graban en un blanco y negro borroso que no permite distinguir si el objetivo es militar, civil o estamos ante una simulación. La voz en off nos guía convenientemente: «aquí vemos el bombardeo de un campo de entrenamiento del Estado Islámico y blablablá». Todo aclarado.

El año 2015 empezó con el asalto a la Redacción de «Charlie Hebdo» y ¿termina? con estos nuevos ataques en París. Parafraseando a Ingrid Bergman en «Casablanca», el miedo llega a Europa y nosotros nos enamoramos, ¡qué mejor entretenimiento!

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