Detalle del montaje de la exposición en Madrid, que recupera al Juan Muñoz escultor y redescubre al grabador
Detalle del montaje de la exposición en Madrid, que recupera al Juan Muñoz escultor y redescubre al grabador
ARTE

Juan Muñoz, escenografías del vacío

No es usual encontrarse con el trabajo de Juan Muñoz en galerías. Elvira González rompe la mala racha y lo presenta como un artista más allá de la escultura que renovó

Madrid Actualizado: Guardar
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Ha vuelto. A pesar de su trágica muerte prematura, en el momento más alto de su trayectoria. Aunque, en realidad, nunca se fue: su mirada y su palabra incisivas, desplegándose en las formas abiertas de sus piezas -conversaciones en el vacío- han seguido muy presentes. Mostrándonos así hasta qué grado la interrogación artística, cuando está plena de sentido y de fuerza, permanece en el tiempo.

Juan Muñoz, que falleció en agosto de 2001, apenas cumplidos los 48 años, poco más de dos meses después de la presentación en la Tate Modern de Londres de su extraordinaria «Doble atadura» («Double Bind»), que causó auténtica sensación en la escena internacional del arte. Se trataba de una gran instalación con 37 figuras humanas de un metro de altura, fabricadas con resina, distribuidas en dos pisos, concebida como expresión plástica y escenográfica de la esquizofrenia característica del mundo en el que vivimos.

Sobre ella, poco antes de su inauguración, decía Muñoz: «Dos niveles geológicos, dos estratos de significación».

Poner en juego

Juan se marchó demasiado pronto, pero nos dejó sus obras. En ellas depositó esa capacidad de interrogación que tan brillantemente sabía poner en juego personalmente con su palabra imaginativa y veloz. Juan era una de las personas de mente más rápida que he conocido en toda mi vida. Y ese rasgo impregna su trabajo. «Poner en juego» es la expresión más justa para lo que quiero decir: el trabajo artístico de Juan Muñoz es el de un prestidigitador, aquel que con sus manos, sus gestos y sus palabras nos hace mirar en una dirección que nos permitirá percibir lo insólito. Aunque sea una ilusión.

Ahora, Juan ha vuelto a Madrid, donde nació, con una hermosa exposición de síntesis que nos permite adentrarnos en su universo plástico, frágil y sutil, espejo de las sombras y extravíos que nos habitan. Con un montaje limpio, que permite un diálogo íntimo y directo con las piezas, se han reunido para la ocasión cinco obras escultóricas, dos pinturas y un grabado, en todos los casos, de gran calidad.

Juan se marchó demasiado pronto, pero nos dejó sus obras. En ellas depositó su capacidad de interrogación

Las figuras escultóricas se desdoblan, juegan entre sí, conversan, ríen, se cuelgan del techo desde la boca o se deslizan por el suelo riéndose; se sitúan en dualidad frente al espejo, en el que inevitablemente también nos introducimos nosotros. Sobre un denso fondo negro, las pinturas y el grabado representan escenas interiores en las que habita la ausencia, con muebles, sin nadie, espacios vacíos que destilan el murmullo de la soledad.

Hablar en el silencio

Sentimos como si estuviéramos hablando en el silencio, riéndonos sin saber por qué, suspendidos como acróbatas sin serlo, reflejados en un espejo sin fin, con la única compañía de los muebles solitarios y desolados. Juan Muñoz nos introduce en «su escena», en la que gravita una extraña y profunda melancolía. Por eso, hablar de él simplemente como escultor es limitar el sentido y alcance de su trabajo. Juan construía escenografías, piezas de conversación, itinerarios hipnóticos, que crean en el espectador el vértigo de la caída.

De ahí brota lo insólito, lo insospechado, con la utilización de figuras supuestamente distantes, fuera de lugar, encaramadas en los muros, en balcones. O también con rasgos diferentes: los chinos, tan presentes en su obra, que aunque parecen distintos, sin embargo, no son otra cosa que el reverso de nosotros mismos, el otro lado de la mirada. Esos desplazamientos, la dualidad de niveles y de sentidos, subrayan que la mirada es, ante todo, coreografía, una especie de danza silenciosa en la que intentamos superar la habitual imposibilidad del diálogo entre seres humanos.

Simular y fingir

Lo que así experimentamos, en último término, es una intensa sensación de dualidad, de simulación y fingimiento, tan característica de la condición humana. La densidad estética, la profunda belleza de las piezas de Juan Muñoz brota de esa experiencia difusa de pérdida, de derrota y soledad, que todos llevamos en lo más profundo del corazón. En la cercanía y distancia que nos transmiten a la vez sus piezas, en su carácter insólito, encontramos una propuesta plástica que va más allá de la escultura, produciendo una auténtica expansión de la misma: el valor expresivo del rostro, la voz no formulada, la mímica, la expresión de las figuras, la danza de los cuerpos... La escenografía, en fin. Estas figuras, que son las nuestras, y que nos hacen percibirnos como extraños.

De esa forma, nuestra manera de ver el mundo se renueva, se abre a espacios inadvertidos. Lo más próximo se torna lejano. Y lo lejano, o exótico, se envuelve en el halo de lo cotidiano. Este artista de la ilusión, este explorador de los mundos ocultos, era ante todo un habitante de los territorios de la poesía. No creo que el sentido de su obra pueda reconstruirse buscando referencias o contrastes iconográficos. Juan era un investigador del lenguaje: de las derivas vacías de la palabra, de la incomunicación. Y también un gran estudioso de la arquitectura, de la más vanguardista a las variantes populares, en las que buscaba los ámbitos del vivir, los espacios que dan la medida de los seres humanos.

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