LIBROS

Javier Muguerza, artífice de la amistad

El pasado 10 de abril fallecía a los ochenta y tres años el filósofo Javier Muguerza. Maestro de maestros, su legado descansa en la enseñanza universitaria de España e Hispanoamérica

Javier Muguerza había nacido en Coín, Cádiz, el 7 de julio de 1936

VICTORIA CAMPS

Con la muerte de Javier Muguerza se ha ido el filósofo más influyente del pensamiento español de los últimos cincuenta años. Supo contagiar su pasión por la filosofía a unas cuantas generaciones de procedencias geográficas e intelectuales diversas, en los años en que era imperativo que la filosofía hecha en España se sacudiera la gazmoñería que arrastraba y se empapara de las ideas más frescas que venían del exterior. Como bastantes de sus coetáneos que ansiábamos respirar aires nuevos, su trayectoria filosófica empezó en el terreno de la lógica y la filosofía analítica. Muy pronto cambió de rumbo y viró hacia la ética , en la línea que había empezado a marcar su maestro Aranguren.

La vitalidad y la expansión que la filosofía práctica ha tenido entre nosotros no hubiera sido tal sin el paso firme y decidido de quien sabía por dónde había que ir, a quién había que leer, qué contactos eran imprescindibles. De la mano de las críticas «frankfurtianas» a la razón ilustrada y de las teorías sobre la ética comunicativa y la justicia que Habermas y Rawls empezaban a pergeñar, Javier Muguerza fue dejando a un lado el aséptico positivismo analítico para darle mil vueltas a los problemas que plantea el deber ser. De ahí saldrían sus dos grandes libros: «La razón sin esperanza» y «Desde la perplejidad».

No complacencia

Ambos títulos hablan por sí mismos. La filosofía que Muguerza ha ido tejiendo se asienta en la incertidumbre y en la inseguridad de quien piensa que quizá no le competa al filósofo otra función que la crítica y que, en ningún caso, su lugar es el de la complacencia con lo que hay. Fue un maestro de muchos y muchas, pero un maestro atípico . Alejado de jerarquías y cargos institucionales, seducía y buscaba complicidades con su encanto personal que era magnético. No le bastó el dominio de un área de la filosofía que, gracias a su arte, adquirió un peso dentro de los estudios filosóficos que jamás había tenido.

Pensaba que la filosofía no podía fracasar porque sería el fracaso de la razón misma

Pensaba que la filosofía moral debía extenderse más allá de sí misma, hacia lo que llamaba sus «parafernalias»: la filosofía del derecho, de la religión, de la historia, incluso la metafísica depurada de sus anacronismos cabía en esa nueva filosofía primera que se empeñó en construir y lo logró con creces. Con ese espíritu fue cuajando el Instituto de Filosofía del CSIC , lugar de encuentro por antonomasia en torno a los eventos filosóficos, y fundó la revista Isegoría, cuyo título identifica a la perfección cuáles eran sus ambiciones con respecto a esa comunidad ética que se afanaba en consolidar.

Red filosófica

Fue profesor en la Complutense, en la Universidad de La Laguna, en la Autónoma de Barcelona y finalmente en la UNED . Pero quiso ir más allá y extender la red filosófica a hispanoamérica e incluso a todo el mundo ibérico. La «Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía» fue un magno proyecto que, bajo su dirección y un buen equipo como los que sólo él conseguía reunir, es un original testimonio que da cuenta de la producción de la comunidad filosófica hispanoparlante de nuestro tiempo.

Con él fue imperativo que la filosofía hecha en España se sacudiera la gazmoñería

Nadie como él prestó tanta atención a la obra de sus coetáneos de todas las edades y geografías. Dialogó, por supuesto, con los grandes nombres de las corrientes filosóficas internacionales, pero no dejó de hacerlo con la obra de los filósofos que tenía más cerca, rompiendo con ello esa perversa tradición española de ignorar lo de dentro y encandilarse con lo de fuera. Estaba convencido de que la filosofía española se había homologado a la que se hacía fuera de nuestras fronteras y tenía características propias que no era inteligente ignorar.

Perplejo y dubitativo por un lado y obstinado al mismo tiempo , las dos caras confluían en la personalidad no sólo intelectual de Javier Muguerza.

No en vano el último capítulo de su último libro responde al título de «Perplejidades y obstinaciones». Su filosofía quiso ser a la vez utópica y desesperanzada , lo que tampoco es contradictorio si lo vemos a la luz de la que fue una de sus afirmaciones preferidas: «si los hechos no se ajustan a la razón, peor para los hechos». Pensaba que la filosofía no puede fracasar porque su fracaso sería el de la razón misma. Jamás le atrajeron las corrientes posmodernas ni los pensamientos débiles que fácilmente sucumben al escepticismo más estéril, una actitud que un filósofo no puede permitirse.

Sin quererlo ni intentarlo, más bien rehuyéndolo, nuestro querido filósofo acabó siendo una guía para los perplejos que, como en su caso y a pesar de todo, creemos en la filosofía, tuvimos la suerte de conocerle y gozar de su amistad.

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