De izquierda a derecha, A.A. Brill, Ernest Jones, Ferenczi, Freud, Stanley Hall y Jung en 1908
De izquierda a derecha, A.A. Brill, Ernest Jones, Ferenczi, Freud, Stanley Hall y Jung en 1908 - Archivo ABC
LIBROS

«Investigaciones experimentales»: Jung, en busca del «Unus mundos»

Con el volumen «Investigaciones experimentales», la editorial Trotta da por concluida la edición española de las «Obras completas» de Carl Gustav Jung. Dieciocho tomos donde se resumen las claves de su pensamiento radical y revolucionario

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Su deseo, como le decía a Abram en una carta de 1957, era «captar el "unus mundus" en el que las llamadas materia y psique ya no son magnitudes inconmensurables». Ya que Jung estaba convencido de que la física y el estudio de los fenómenos psíquicos acabarían por encontrarse.

Tenemos la sensación de que el pensamiento de Jung, una de las revoluciones intelectuales más grandes de este siglo, si no la más grande, no ha comenzado todavía a dar todo su fruto. La razón es que su mensaje es demasiado radical: rompe ciertas creencias básicas de Occidente y nos enfrenta a un universo donde el «yo» no es una mónada aislada y metida dentro del cerebro, donde la naturaleza no es un mero conjunto de leyes frías y mecánicas, donde la emoción y la imaginación recuperan su papel dentro del horizonte de las actividades humanas, donde la separación entre «razón» y «mito» se hace irrelevante o ingenua, donde el médico utiliza el arte y la imaginación para curar.

Muchas de sus ideas ni siquiera se discuten porque no se sabe qué hacer con ellas. Por ejemplo, la idea de que la mente es en realidad materia, sustrato necesario para encontrar el deseado «Unus mundus». Esto le escribe al filósofo G. Frei: «Si consideramos los procesos psíquicos como energéticos les atribuimos una masa. Esta masa sólo puede ser muy pequeña, si no, la física podría demostrar su existencia. En los fenómenos parapsicológicos se hace demostrable, y a la vez se observa que obedece a leyes, pero psíquicas, no físicas, pues es parcialmente independiente del espacio y el tiempo, en el sentido de que la energía psíquica se comporta como si el espacio y el tiempo no tuvieran sino una validez relativa».

Es lo que sucede, por ejemplo, con las sincronicidades, una de sus líneas de investigación más originales y fascinantes. El ejemplo clásico: un paciente le cuenta a Jung que ha soñado con un escarabajo dorado y en ese momento se oye un fuerte golpe en la ventana y ambos ven que un escarabajo dorado acaba de chocar con el cristal. ¿Una simple casualidad? Puede ser si se tratara de un caso aislado. Los estudios sistemáticos dejan claro que no es posible que tales fenómenos se deban a la casualidad.

No casual

Jung (Kesswill, 1875-Küsnacht, Suiza, 1961) llegó a la conclusión de que en ellos la distancia no tenía ninguna influencia, que eran hasta cierto punto independientes del tiempo, y que tampoco había en ellos una relación de causa-efecto, sino una mera coincidencia en el tiempo, una especie de simultaneidad. Esta es la definición clásica: «una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no casual, cuyo contenido significativo sea igual o similar». Pero lo más importante, desde mi punto de vista, es la observación que añade Jung a continuación: «Ello no nos obliga a corregir los tradicionales principios para la explicación de la naturaleza, sino a aumentar su número». Y esto debido a que, dice, «nuestra actitud racional occidental no es ni la única posible ni universal, sino en cierto modo una actitud unilateral y cargada de prejuicios que posiblemente habría que corregir».

El pensamiento de Jung, una de la revoluciones intelectuales de este siglo, no ha dado todavía todo su fruto

La idea subyacente a las sincronicidades es que ha de haber alguna relación entre lo cognitivo y lo físico, entre mi pensamiento y el mundo, una especie de campo de sentido que une acontecimientos entre sí y que opera con independencia del tiempo y el espacio. «Unus mundus». Pero también es fundamental entender qué es lo cognitivo, la mente, eso que llamamos «yo». La experiencia crucial, en este sentido, tuvo lugar en 1913, el año de su ruptura con Freud y también el año en que decide abandonar la universidad. Cuando Europa se dispone a lanzarse a una gran orgía de muerte, Jung comienza a verse asaltado por una sucesión de sueños intensísimos que serían la base de todo su trabajo posterior. No sólo eran sueños nocturnos, sino eso que en su «Psicología y alquimia» describe como «meditatio»: el diálogo con voces interiores. «Filemón y otras figuras de la fantasía me llevaron al convencimiento de que existen otras cosas en el alma que no hago yo, sino que ocurren por sí mismas y tienen su propia vida. Filemón representaba una fuerza que no era yo. Él me explicaba que yo me comportaba con mis ideas como si las hubiera creado yo mismo mientras que, en su opinión, estas ideas poseían su propia vida como los animales en el bosque o los hombres en una habitación o los pájaros en el aire», leemos en «Recuerdos, sueños, pensamientos».

El «Libro rojo»

Pero el título clave en este sentido es el monumental «Libro rojo», una obra literaria de inmensa belleza, un libro iniciático que todas las personas interesadas en el autoconocimiento y en el funcionamiento de la mente deberían leer, aunque Jung lo escribió para sí mismo, como un manuscrito medieval, y nunca quiso publicarlo. Por supuesto, no está dentro de los 18 volúmenes de la «Obra Completa» que Trotta acaba de terminar de traducir y publicar. Pero es que ni siquiera se cita en los otros apartados, que incluyen seminarios, cartas... ¿Por qué?

«Unus mundus». No sólo la psique y la física. No sólo la imaginación y la razón. También el presente y el pasado se unen gracias a Jung, que nos entregó la llave para comprender el pasado, todo ese riquísimo legado de dioses, mitos y leyendas que un estrecho racionalismo, al interpretarlos de forma literal, había reducido a mera ignorancia y oscurantismo. «Hasta ahora casi nadie ha admitido que los mitos son ante todo fenómenos psíquicos que ponen de manifiesto la esencia del alma». Y añade «no se sabía que el alma contiene todas esas imágenes de las que surgieron los mitos y que nuestro inconsciente es un sujeto activo y pasivo, cuyo drama lo reencuentra analógicamente el hombre primitivo en todos los fenómenos de la naturaleza, grandes y pequeños».

Perdemos el sentido de los símbolos y «el vacío se va llenando de absurdas ideas sociales y políticas, todas las cuales se caracterizan por su insipidez espiritual». Las religiones, los mitos, la alquimia, la vida de Cristo, no son historias falsas o explicaciones «precientíficas», sino que hablan de la psique, es decir: de ti, querido lector, y también de mí. «No seas cristiano, sé Cristo», leemos en el «Libro rojo». Y en el «Comentario» al libro «El secreto de la Flor de Oro: «los dioses se han convertido en enfermedades».

«Mysterium coniuctionis». Para lograr la individuación, dice, es necesario integrar los opuestos. También nuestra cultura necesitaría hacer tal cosa: integrar las dos mitades de la realidad, la externa y la interna, la de la mano izquierda y la derecha, en un mundo único que sería, quizá por primera vez, el verdadero mundo del hombre.

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