ENTREVISTA

Francesca Thyssen: «Ya me tocaba ser una oveja blanca»

Desde hace meses, la Fundación TBA21 de Viena cuenta con sede en Madrid. Con Francesca Thyssen, su inspiradora, heredera de una larga saga de coleccionistas, abordamos el futuro del mecenazgo

Francesca Thyssen en el despacho de su apartamento en Madrid Ernesto Agudo

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Considera Francesca Thyssen (Lausana, 1958), que ha madurado: como persona (ahora le interesan con fervor las cuestiones medioambientales) y como coleccionista («Mi actitud antes era más de “he aquí este conjunto de grandes piezas estupendas”»). También lo ha hecho su TBA21 , su fundación en Viena que pronto cumple 20 años, la cual ha desarrollado una dimensión investigadora con la TBA21-Academy, y que recientemente abrió oficina en Madrid. En esta ciudad charlamos con ella, en su céntrico apartamento, base de operaciones desde la que se compromete con cada uno de los proyectos que introduce ahora en el Museo Thyssen (el último, el de Joan Jonas ). Así analiza ella todo lo sucedido.

¿Cuándo se dio cuenta de que el arte le interesaba, que no era lo que le inculcaba su padre, el barón Thyssen?

Pues recuerdo estar en Nueva York, con él, siendo adolescente. Visitábamos el Whitney o el Metropolitan. Le acompañaba para ver una exposición de Courbet. Pero a mí me interesó más una colectiva de minimalistas. No me lo esperaba: esperaba cuadros en la pared, como siempre había visto. Fue una experiencia, una especie de momento rompedor que hizo saltar por los aires todo lo que había visto o experimentado antes.

¿Se tiene que coleccionar con la cabeza o con el corazón?

Con el alma.

¿Eso está a medio camino entre ambas cosas?

Después de mucha meditación, me he dado cuenta de que no es una combinación, es algo propio. Por supuesto que todos tenemos nuestra formación estética y nuestras influencias, pero si puedes usar la intuición, es mucho mejor porque te hace más receptivo y estás más abierto a lo que recibes. Si no, solo acumulas, solo compras.

¿Qué significa para usted que la TBA21 haya aterrizado en Madrid?

Ya me tocaba ser una oveja blanca, no puedo ser más la oveja negra. Y siempre he disfrutado estando en la periferia. Me gustan los lugares remotos. Fernando Benzo [entonces Secretario de Estado de Cultura], me llamó hace unos años. Me preguntó qué hacía falta para que participase en el Museo [Thyssen]. Echaban de menos la presencia de la familia en él. Fue una invitación muy bonita, muy auténtica. Le dije: «No soy buena implicándome si no tengo nada que hacer». Y respondió: «Hagamos una exposición». En mi teléfono tenía vídeos de John Akomfrah, acabábamos de inaugurarlo en Londres... Le encantó la música. La comparó con Pink Floyd. Hubo una conexión inmediata. Y dijo: «Hagámoslo». Estaba muy emocionada de que me invitasen. Lo había intentado durante años, y el momento nunca era el adecuado... Y el museo instaló Purple.

El acuerdo con el Thyssen es por cuatro años. ¿Es el mejor al que se podía llegar o es al que ha podido llegar?

Más habría sido difícil para nosotros. Somos un equipo pequeño, y llegar a conocer cómo trabaja un museo nacional, cumplir sus sistemas, sus métodos, no es sencillo. Pero lo que queríamos traer a Madrid era algo más que solo un programa de exposiciones. Tenemos una experiencia que queremos compartir. Y este es un lugar en el que un poco de humildad nos permitirá llegar más lejos a largo plazo. Añadiría que, además, por ser este un museo nacional, hemos recibido el máximo respeto como familia. Pero genera preguntas sobre el papel de una familia en un contexto así. Esto no ha sucedido nunca en el mundo. No es solo lo que piensa España sobre eso, ni sus ministros. Hay otros centros mirando cómo vamos a gestionar esto porque la relación entre lo público y lo privado ha sido históricamente un fracaso.

Habló de contextos. Supongo que habrá aprendido ya que el deporte nacional español no es el fútbol, sino la envidia...

No tienen ustedes nada que hacer con respecto a Viena. Son unos aficionados. No tienen un Freud aquí...

«El mundo del arte puede ser muy agresivo con la mujer. Por eso me alegra que este sea un tema tan fuerte en España»

Al igual que tuvo problemas en Austria por «no apoyar el contexto local», ¿cómo va a funcionar con el nuestro?

Reconozco que no tengo una experiencia personal. Pero, en arte, no se trata de ir rápido, de llenar armarios con un puñado de obras en un año. Para nosotros todo es un proceso. Y una relación. Y tenemos una muy buena con Teresa Solar Abboud desde hace tiempo, y con Chus Martínez, que es una de las comisarias que trabaja en el programa de TB21-Academy. Esto nos ha acercado a artistas locales, también a los latinos. No creo que tenga que defenderme: acabamos de empezar, y, obviamente, la idea era mostrar partes de la colección. Pero parece que tiene sentido hacer un descubrimiento de España.

Usted pone el acento en la producción. Eso la diferencia de su padre como coleccionista. ¿Qué gana con una actitud así?

Aprendes sobre la vida. Provengo de una familia privilegiada, como sabe. Pero ya muy pronto, cuando fui a la Escuela de Arte en Londres, empecé a cambiar. Me interesaba mucho conocer al artista desde el principio. Lo que experimenté a través de la relación con todos ellos fue ver el mundo de una manera totalmente diferente. Lo necesitaba. Y les estoy muy agradecida. Eso me enseñó a abrir los ojos, y desarrolló mi sentido del humor. Tienes que tener muy buen sentido del humor si trabajas con artistas...

¿En serio?

Si no tienes sentido del humor, olvídate. Ahora miro el mundo con un espíritu mucho más generoso que cuando era joven. Usted y yo nos conocimos en Tokio, y entonces yo era bastante diferente. Mi filosofía entonces era «aquí están mis grandes y maravillosas obras».

Ya que ha mencionado la exposición del Museo Mori, una muestra que Madrid y el Thyssen le negaron, le hago esta pregunta: Su padre utilizó el arte para hacer diplomacia. ¿A usted le ha servido la TBA21 para hacerla con Carmen Thyssen y el Thyssen?

La verdad es que no. No creo. La diplomacia cultural que hacemos desde la fundación es la de hablar del cambio climático. Me gusta tratar temas que tienen sentido y son significativos. Nunca me había imaginado que un artista o una obra de arte podrían funcionar como lo hacen algunos de los que han pasado por la TBA21, dando una verdadera sensación de esperanza. La pieza de John Gerrard en Madrid durante la COP25 fue otro milagro del Museo Thyssen. Una vez más, entra en juego un poco de intuición femenina. Es el tipo de diplomacia en el que nos centramos.

Esta es una pregunta trampa. ¿Qué les diría a aquellos que consideran que, si hay que apostar por revertir el cambio climático, por qué dar dinero a la producción de arte y no a científicos que trabajan por el cambio climático?

Es una buena pregunta, y la respuesta más correcta es que el arte puede trascender muchas disciplinas. A los artistas con los que hemos trabajado, les damos tiempo, dinero para investigar, y les conectamos con científicos y especialistas, y, en algunos casos, los unos se convierten en parte del proceso de los otros. Así apoyamos en cierta medida la investigación. Nuestra responsabilidad artística es visualizar lo que hacen, es unirles para que lo suyo sea comprensible para el público en general, que de otra manera nunca accedería a sus estudios científicos. Pero tampoco somos una empresa de comunicación. Sin embargo, si la gente empieza a hacerse preguntas con las obras que propones, ya habrás dado un gran paso.

«Muchos miran cómo vamos a gestionar esto porque la relación entre público y privado ha sido históricamente un fracaso»

El otro gran tema de la década es el feminismo. ¿Cómo ligan usted y su fundación él?

Va más allá de coleccionar obras de mujeres artistas, algo que hago mucho. Trabajo principalmente con comisarias porque me parece que no compiten entre ellas y buscan soluciones. El mundo del arte puede ser muy agresivo con la mujer. Pero es un tema que no acabo de enfocar bien porque yo soy coleccionista y la gente siempre es amable conmigo, pero me di cuenta de que tenía que dar un paso en nombre de muchas otras. Por eso me alegra ver que en España sea un tema tan fuerte. Es de las cosas sobre las que más tengo que aprender.

Ahora pasa temporadas más largas en Madrid por la fundación. Solía vivir en Londres. ¿Qué piensa del Brexit?

Me horroriza. Estoy desolada. Es un suicidio político. Yo hablo como una inglesa y parezco inglesa, pero la xenofobia allí es terrible. Me fui de Londres con la caída del Muro. No quería estar en un país en el que se hablase tan mal de los europeos del Este. Y, ahora, no quiero mudarme inmediatamente, pero no voy a estar mucho en Reino Unido. Procedo del centro de Europa. Mi corazón es de ahí.

Creo que está pensando en componer unas memorias sobre su padre. ¿Quedan secretos que contar sobre el barón?

La mayoría realmente no conoce mucho a mi padre. Me ha costado encontrar historias sobre su juventud. Él tenía un sentido muy grande de la responsabilidad hacia su padre. Estaba muy centrado en mejorar su legado. Por eso, lo mínimo que podemos hacer sus hijos es ocuparnos del suyo. También fue un empresario muy inteligente. Reconstruyó un imperio después de la guerra, lo que fue muy complicado, especialmente si tenías un nombre alemán. Ya nadie habla de él aquí, en el museo, donde se pasaba horas, sobre todo en restauración. En cierta manera, estaba atrapado en su fortuna. No me había dado cuenta hasta que hablé con personas que le conocían muy bien.

Vuelvo a esa Francesca adolescente en el Whitney y le pregunto por sus hijos. ¿Tiene futuro la colección?

Siempre estoy observándolos. Mi hija pequeña está estudiando relaciones internacionales en SOAS (Londres). Le interesa la foto, el sonido, la música, especialmente todo lo que tenga que ver con Oriente Próximo. Hay grandes artistas a los que Eleonor y Gloria consideran amigos, y sé que les inspiran, pero... De momento tengo que conformarme con eso.

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