LOS LIBROS DE MI VIDA

«Ética», de Spinoza: nada hay fuera de la geometría de Dios

El filósofo holandés nos legó en su «Ética» una monumental obra en la que explica al hombre y la naturaleza como una extensión del Ser Supremo

El pensador holandés Baruch Spinoza (1632-1677)
Pedro García Cuartango

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Fue a finales de 1676 cuando Gottfried Leibniz se detuvo en La Haya para conocer al filósofo por el que siempre había sentido una profunda fascinación. Aquel hombre se llamaba Baruch Spinoza y estaba en sus últimos meses de vida. Leibniz y Spinoza permanecieron juntos 48 horas discutiendo la «Ética» , la obra póstuma de aquel genio que vivía en una habitación cubierta por el polvo de cristal de las lentes que pulía para ganarse el sustento.

Leibniz era 14 años menor que Spinoza, que había adquirido la reputación de hereje y ateo por sus anteriores escritos, que provocaron su expulsión de la comunidad judía. Es difícil imaginar a dos seres humanos más distintos que Leibniz y Spinoza. A pesar de su juventud, Leibniz pertenecía a las academias científicas más importantes de Europa y era un pensador y un científico reconocido. Spinoza, en cambio, no salía jamás de su modesta residencia, carecía de medios económicos y estaba considerado por sus vecinos como un personaje excéntrico y medio loco.

Números y mística

Leibniz, el descubridor del cálculo infinitesimal y del sistema de notación binario de los números, estaba poderosamente fascinado por los trabajos de aquel filósofo místico. No sabemos lo que hablaron Leibniz y Spinoza durante aquellos dos días, pero nos podemos imaginar al sabio judío de origen portugués argumentando la naturaleza infinita de la sustancia mientras el científico alemán le rebatía con su famosa teoría de las mónadas como elemento primordial de la materia . Ambos albergaban concepciones filosóficas opuestas en muchos sentidos, pero también tenían importantes afinidades, como su escepticismo sobre el conocimiento empírico. Pero la principal diferencia entre uno y otro es que Spinoza era un filósofo que creía en una ética de las convicciones, mientras que Leibniz era el perfecto representante de una ética de la acción.

Llevo leyendo la «Ética» desde hace 30 años y siempre descubro nuevos matices o interpretaciones que se me habían escapado. Es tal la profundidad de sus proposiciones, axiomas, corolarios y escolios que puedo estar tranquilamente pensando durante muchas horas el sentido de un par de líneas, como me sucede con Wittgenstein .

Lo primero que me sorprendió al abordar el libro es su misterioso título completo: «Ética demostrada según el orden geométrico». ¿Ética y geometría? Pensé inicialmente que el recurso a lo geométrico era una artimaña del autor para distanciarse de lo que escribe, pero no, no se trataba de eso. Spinoza elige la geometría porque su «Ética» es esencialmente demostrativa y sus elementos guardan la misma cohesión con el todo como, por ejemplo, los lados de un hexágono. Para el filósofo holandés, la geometría era la encarnación más perfecta de la racionalidad. Téngase en cuenta que se dedicaba a pulir cristales y piedras preciosas.

Concepto del hombre

Luego me intrigó mucho que en las primeras proposiciones del libro no apareciese la palabra «hombre». Spinoza define la sustancia, los atributos, las afecciones y Dios, pero ni una palabra sobre la humanidad. Me llevó mucho tiempo comprender que el concepto de hombre es una simple extensión de la sustancia que, según la proposición VIII, es «necesariamente infinita». Para Spinoza, todo lo real es sustancia , una sustancia única que impregna todo lo que existe. Pero lo real es plural porque hay infinitos atributos y afecciones de la sustancia, de suerte que nuestro entendimiento finito no puede comprender la infinitud de ese universo del que formamos parte.

Pero la sustancia no es la materia para Spinoza. Es Dios, Ser Supremo que contiene el comienzo y el final de todas las cosas o, mejor dicho, un principio y un término que confluyen porque todo lo que acontece no es más que un despliegue de esa sustancia única y eterna. «Todo cuanto es, es en Dios y sin Dios nada puede ser sin concebirse», dice la proposición XV. Eso significa que cumplimos los designios de Dios aunque hagamos el mal e incluso yendo más lejos, que la libertad humana no existe porque lo malo y lo bueno, lo feo y lo bello, lo noble y lo vil están dentro de las potencialidades de la sustancia divina.

La filosofía de Spinoza nos eleva al considerarnos como extensiones de Dios, pero luego nos convierte en insectos al negar el libre albedrío. La «Ética» me ha llevado a preguntarme muchas veces si los hombres somos realmente libres o actuamos en función de nuestra herencia genética. Me queda la duda. En este aspecto, Spinoza nos deja un profundo interrogante que late bajo este maravilloso libro que jamás podemos dejar de leer.

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