El relato de Alcalá Galiano da forma (y fondo) a esta obra de Canogar
El relato de Alcalá Galiano da forma (y fondo) a esta obra de Canogar
125 AÑOS DE «BLANCO Y NEGRO»

Cuento blanquinegro

El primero de los maridajes de este juego de tiempos entre escritores del pasado y artistas del presente pone en relación a José Alcalá Galiano con la pintura del premio Nacional Rafael Canogar

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Sobre la mesa está la cartera; sobre la cartera, un montón de cuartillas; sobre las cuartillas, para que el viento no se las lleve, está el tintero, y en el tintero la tinta, y en la tinta la pluma, y sobre la pluma, la tinta, el tintero, el papel, la cartera y la mesa está el poeta Policarpo Blanco y Negrete, contemplando desde lo alto de las pirámides de su vanidad cuarenta siglos futuros de inmortalidad. Palpitándole el corazón, clava sus ojos en el papel, blanco como su apellido paterno, y en la tinta, negra como el materno y como su suerte.

¿Y cómo no palpitar, si va á lanzar el fíat creador, á poner la primera piedra, el primer verso de la «Ilíada» moderna, su monumental y crono-cósmico poema «La Humaníada»? Por eso, antes de esgrimir la pluma y exprimir la mollera, se santigua en el nombre del Padre, que es él mismo, de la Madre, que es su muy cara, es decir, antibarata esposa Úrsula, y de sus seis Espíritus «non sanctos», Policarpito, Ursulita, Crispulito, Brigidita, Tiburcito y Agapita, frutas ellas y frutos ellos, más ó menos maduros, de su conyugal y casi hipostática unión con Úrsula.

Y después de santiguarse, exclama con fervorosa devoción:

–Bendito seas, tintero, y tú, milagrosa tinta, sangre del espíritu, que al recibir entre tus gotas las divinas chispas de mi genio, hervirás como la magnesia efervescente, y desbordarás y caerás sobre este papel en forma de ideas; y, guiada por la magnética punta de esta pluma, tomarás forma de letras, y las letras se agruparán en palabras, y las palabras se alinearán en versos, y los versos se abrazarán en estrofas, y las estrofas se aliarán en cantos, y los cantos se eternizarán en este inmenso poema que me abrasa el cerebro y me rompe él cráneo, apoplético de inspiración! ¡Oh tintero! ¡Tú serás el teléfono con que hablaré al siglo XXIX, y al XXXIX, y al LXIX, y al XCIX, y «per omnia saecula»… ¡Por ti, cada una de estas cuartillas se tornará billete de 100 pesetas! ¡Por ti arrojaré por la ventana esta raída ropa, digna de Sakyamuni, y me haré seis trajes de Pool en Londres, y seis de Worth, en París, para Úrsula, y treinta y seis, seis por cabeza, para mis pequeñuelos; y después seré célebre, y acaso académico, y quizás diputado; y ¿por qué no? ministro; y tendré ¿quién lo impide? coche y hotel y… ¡Oh tintero! ¡Tú eres mi Providencia, mi fe, mi esperanza, y al emprender mi obra magna, yo te bendigo «in nomine»…

Y al ir entuasiasmado, como la lechera de la fábula, á bendecir casi sacerdotalmente el cáliz tintó rico, el «vas spiritualis», el «vas honorabile», el «vas insignis devotionis»…

Los que saben dar forma al fondo de sus ideas, saber y cualidades, son los grandes, los artistas, los vates, los maestros, los inmortales

¡¡¡Pataplúm!!! La bendiciente y neurósica mano da un golpe al tintero, que, dejándole estático, pierde su estática, y rueda, y se vuelca sobre las cándidas cuartillas, y en vez de llenarlas de palabras, versos, estrofas y cantos, las llena de inmensos borrones, manchas, garrapatos y arroyuelos, y la emancipada tinta, mal saciada de cuartillas, se extiende por la mesa, se esparce por el claro traje y puños y manos de Policarpo, y de éste desciende á chorros sobre la humilde y desflorizada alfombra… y vamos, aquello se torna el mar Negro, el mar de Azoff ó de Azabache, el mare mágnum de la tinta. El atontado y atintado Policarpo pide socorro á gritos, y á ellos, como brigada de incendios, acuden atolondrados sus tres bomberitos y tres bomberitas, Tiburcito, Agapita, etc., etc., etc. Y con el «trop de zéle» infantil, en un momento convierten sus caras en cruces, las manos en guantes de luto, sus trajes en mapamundi, y hasta en papamundi el traje del infeliz papá, quien, repartiéndoles sopapos y puntapiés, llama con voces de Stentor á su protectora Úrsula.

Fresca y blanca como una azucena llega la ursulina esposa, y, al verla, los seis llorosos parvulitos se precipitan en el materno seno de aquella Niobe, que queda petrificada de dolor al ver en medio minuto convertido su vestido, de blanca batista, en cretona de negras flores y caracteres chinos. Y al concertante de los maternos, paternos y filiales gritos, acude la fregona, armada de paños, aljofifas, rodillas y estropajos, para contener la niagaresca inundación de la tinta (que, como la sangre y el aceite, tiene la virtud de la propagación); y tal maña se da, que, á los pocos minutos, muebles, suelo y paredes se ven atacados de una verdadera erupción de viruela negra; tantas y tales son las innumerables pintas, manchas y rosetones negros salidos del infernal tintero.

¡Mísero Policarpo! Ese tintero bendecido, de cuyo fondo debían salir tan estupendas cosas, ahora le cuesta: primero, un traje nuevo para él; segundo, otro ídem para Úrsula; tercero, seis, para los seis angelitos tintudos y patudos; cuarto, nuevos cuadernillos de papel; quinto, nueva alfombra… ¡qué sé yo! una verdadera palingenesia de indumentaria, mobiliario y escritorio.

Y todo por cuestión de forma. Si aquella tinta hubiera caído sobre el papel gota á gota, como rocío pensante, evocada y ordenada por la pluma del gran vate, hubiera producido «La Humaníada», es decir, la fortuna, la inmortalidad de Policarpo.

«Después seré célebre, y acaso académico, y quizás diputado; y ¿por qué no? ministro; y tendré ¿quién lo impide? coche y hotel»

Pero cayó de golpe y porrazo, en forma de borrones y manchas, y salió… ¿qué había de salir?... «La Tintíada»: el poema de la ruina, los préstamos, pagarés, no pagarés, sablazos y bayonetazos del lírico-místico Policarpo.

El poema escrito era la Fama, la Dicha, la Gloria.

El poema derramado fué la Infamia, la Ducha, el Infierno.

¡Ah! ¡La forma! ¡la forma! «Ecco il problema». «That is the question», como dicen los eruditos.

Muchos hombres tienen fondo, y hasta doble fondo. ¡Qué pocos tienen el don de la forma!

Los que saben dar forma al fondo de sus ideas, saber y calidades, son los grandes, los artistas, los vates, los maestros, los inmortales, los héroes de «La Humaníada», el gran poema de la historia.

Muebles, suelo y paredes se ven atacados de una verdadera erupción de viruela negra

Los que derraman la tinta intelectual sin orden, ni concierto, ni plan, á boca de tintero, sólo hacen manchas y borrones; son los pequeños, los inútiles, los charlatanes, los «clowns», los pobres actores de «La Tintíada», el negro poema de la obscuridad y la insignificancia,

Por eso el éxito es cuestión de forma.

Se ignora si Policarpo, con nueva tinta y papel, acabó su gran poema.

Hay quien pretende que, al emprenderle de nuevo, sólo le salieron borrones rimados, garrapatos líricos, y que aquellas cuartillas, emborronadas por el tintero vertido, fueron las más claras é inteligibles que escribió en su vida.

Lo cierto es que, desengañado y hambriento, renunció á las letras, cambió de rumbo, estudió su fondo, y encontró su forma.

Logró ir de visita á Puerto Rico, y hoy es rico y en puerta para ministro.

Dio á su genio forma de ingenio, y á su ingenio forma de ingenios… de azúcar. Era cantador de poemas, y se hizo contador de rentas.

¡Cantar! ¡Contar! Mera cuestión de forma.

Que es cuestión de fondos.

Aplicaos el cuento lectores, y aprovechad la lección de Policarpo.

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