Una de las piezas exhibidas en la exposición «Jukebox, Jewkbox! A Jewish Century on Shellac and Vinyl», abierta en el Museo de Historia de los Judíos Polacos, en Varsovia, hasta finales de mayo
Una de las piezas exhibidas en la exposición «Jukebox, Jewkbox! A Jewish Century on Shellac and Vinyl», abierta en el Museo de Historia de los Judíos Polacos, en Varsovia, hasta finales de mayo - EFE
ALTA INFIDELIDAD

Coleccionismo musical: materialismo histórico

La décima edición del Record Store Day viene a ampliar las diferencias de clase, aparentemente culturales, entre quienes escuchan música y los que coleccionan sus traducciones plásticas

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Una casete de aspecto casero, cuyos créditos están escritos a mano y que incluye tres maquetas de Paul McCartney y Elvis Costello, un disco aparentemente grabado por los Flaming Lips en la Estación Espacial Internacional o un nuevo single de los Smiths en cuya portada aparece el actor Albert Finney, nuevo en la cartelería del grupo de Manchester, son algunos de los fetiches que en ediciones limitadas lanza la industria del disco dentro de dos semanas, en una nueva entrega, la décima, de esa feria universal del autocultivo y el ilusionismo que se conoce como Record Store Day. Como la OPEP cuando se pone de acuerdo para cerrar el grifo del crudo e incrementar el precio del barril, las compañías renuevan sus votos y su confianza en la progresiva transformación del aficionado a la música en coleccionista de ejemplares cuya cotización viene determinada exclusivamente por su reducida tirada.

Menos es más.

A la inversa

Al histórico tocomocho de la venta mayorista -sin plan renove, por amor al arte y la alta fidelidad- de la reedición en CD de los álbumes en vinilo que cada aficionado había atesorado durante años en su discoteca sigue ahora, treinta años después, el proceso inverso, aún más rebuscado y perverso. Sound Of Vinyl Essentials (etiquetada bajo el sugerente eslogan Back To Black) se llama la iniciativa comercial, disponible en grandes superficies y establecimientos del sector. Esta inédita retrorreconversión tecnológica, comparable al ejercicio/sacrificio de tirar la minipímer y ponerse a hacer la mayonesa a mano, porque alguien diga que está más rica, trasciende el umbral de la música y se interna en el campo de la psicología de mercados o en los guiones de Cuarto milenio, desde donde, por hache o por be, quizá sea posible darle una explicación.

Con las necesidades básicas cubiertas y la biología estabilizada, el ser humano ha ido encontrando en el sector servicios unas satisfacciones inmateriales, muy legítimas, que en el mercado de la cultura incorpora la variable de los complejos, que dan mucho de sí para vender las cosas más raras. Un día de estos, está al caer, vuelve el CD.

Clasismo material

La nueva celebración del Record Store Day, con su catálogo de quincalla selecta, abunda en la división gradual de la audiencia musical en dos clases -alta y baja, por sus conocimientos y poder adquisitivo-, identificadas por sus hábitos de consumo. Por un lado están quienes escuchan a través de las plataformas de streaming las canciones que como churros y para solaz general fabrica la industria y, por otro, los que adquieren piezas cuyo valor es ya extramusical. Son su preciosidad material y su excepcionalidad las que determinan un precio ligado al poder de atracción que ejercen sobre sus potenciales compradores. Con su Back To Black, su Record Store Day y su canesú, las compañías discográficas profundizan en una disociación -mercantil y cultural, a través del garrafón que sirven al por mayor y, por otra parte, de los licores envejecidos que embotellan para un segmento supuestamente más refinado- que va camino de convertirlas en galerías de arte, especializadas en obra gráfica del siglo XX. Es en la trastienda, detrás de la sala en la que se exponen las serigrafías numeradas, donde le dan aroma a la ginebra.

El lote de discos -en su mayoría vinilos- que conforma la oferta de este décimo Record Store Day confirma la tendencia de una gran industria cuyos archivos, convenientemente sacralizados, genuinos surtidores de reliquias en edición facsímil, no dejan de ganar peso cultural e histórico frente a la premeditada devaluación que representa la música desprovista de soportes físicos y que a granel se escucha en los smartphones y se baila, muy suelta, hasta altas horas de la madrugada.

Betún de Judea

Sin fondo de armario, los pequeños sellos no tienen otra opción que envejecer con betún de Judea unos catálogos de genuino estreno, pero que ganan cierta respetabilidad y apariencia en vinilo. No se trata de hacer dinero, sino de pasar por genuinos creadores y, desde una posición clasista, marcar distancias con el star system de ese gran público que se abona al streaming. En este mundo de plástico y complejos, sin embargo, todo es capaz de ir peor.

Según el informe anual de Discogs (Marketplace Analysis & Database Highlights), el formato que mayor crecimiento experimentó en 2016 fue el CD, con un incremento del 16 por ciento, el doble que los vinilos. Un total de 375.939 unidades de discos compactos fueron añadidas al mayor establecimiento de intercambio musical del planeta, cifra que hace prever una nueva operación de rescate, ahora dirigida a recuperar un artefacto para el que ni siquiera es ya fácil encontrar reproductores y que, sin embargo, contiene los elementos necesarios para alcanzar la categoría de venerable, que a estas alturas equivale a obsoleto. Grabar un CD va ser dentro de poco una anomalía de las que dan caché, pedigrí y relumbrón. Mucho arte.

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