«Mesa con mantel, salero, taza dorada...» (c. 1611)
«Mesa con mantel, salero, taza dorada...» (c. 1611)
ARTE

Clara Peeters: la mesa está servida

Poco se sabe de Clara Peeters, y eso engrandece aún más su leyenda. La única certeza es que es la primera mujer a la que el Museo del Prado le dedica una muestra

Madrid Actualizado: Guardar
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De Clara Peeters apenas si se saben tres cosas seguras: que nació en Amberes, que vivió en la primera mitad del siglo XVII, y que sus óleos, de los que se conservan unos cuarenta, fueron lo suficientemente estimados en su tiempo como para distribuirse por Europa. Especializada en naturalezas muertas, gozó de prestigio mientras los aficionados apreciaron esta clase de temas y lo perdió al cambiar el gusto.

La naturaleza muerta es un género que invita a reflexionar sobre las cosas menudas. En el barroco, su momento supremo, el bodegón era considerado un género menor. Pocos creían que una obra dedicada a objetos inanimados pudiera suministrar una experiencia estética similar a la que ofrecen los personajes humanos o divinos.

El arte aspiraba a aclarar las cosas –la reflexión sobre la transitoriedad de la existencia, el tema barroco por antonomasia, respondía a la necesidad de acrecentar la conciencia de lo que el hombre se juega en ella, no a cuestionar su sentido– y el contenido era esencial. Aunque los encabritados corceles de los retratos ecuestres estén tan quietos como las ostras de los bodegones, el espectador de la época daba por buena la ilusión.

Alegorías

Ello no impidió que los autores sobresalientes, los que no simplemente desempeñan un oficio, fueran más lejos transformando sus bodegones en alegorías. Algunos añadieron incluso figuras. Peeters lo hace, por ejemplo, en un autorretrato donde luce sus encantos vestida de cortesana junto a una mesa con florero y joyas sobre la que flota una pompa de jabón, símbolo de la fragilidad de la vida.

Salvo en Holanda y los Países Bajos, un cuadro solía ser en el siglo XVII un objeto de lujo. La prosperidad de que gozaban aquellos territorios hizo que floreciera la producción en general y esto afectó también a la pintura acercándola a nuevos clientes. Escenas costumbristas, paisajes y bodegones no estaban destinados a palacios y templos, sino a las casas burguesas. Contemplar las alegrías de una próspera cotidianidad satisfacía a quienes disfrutaban de ella, y las naturalezas muertas congelaban la riqueza.

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