Laura Revuelta - OPINIÓN

El capítulo VIII de la saga galáctica

Tras ver «El despertar de la fuerza», última entrega, por ahora, de «La guerra de las galaxias», puede aventurarse cómo proseguirá el capítulo VIII de la serie, que ha pasado de ser una simple película con mayúsculas a una suerte de carrera para iniciados que barajan más teorías que las de la Relatividad

Madrid Actualizado: Guardar
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Fui a ver «El despertar de la fuerza» -el séptimo capítulo de «La guerra de las galaxias»- el fin de semana de su estreno en compañía de un forofo de la saga galáctica: uno de esos espectadores que se ríe junto a otros seis o siete más de los que se encuentran en la sala ante una fina gracia que suelta Han Solo a Chewaka. Los cien espectores restantes que ocupan todas las butacas -calculo a ojo- no pillamos el chiste porque no estamos tan al tanto de los guiños para iniciados. Comento este detalle, no con sarcasmo, para que se hagan a la idea del grado de conocimiento que tiene mi acompañante. Al final de la película me susurra al oído que ya sabe de qué va a tratar la VIII parte: descubriremos que Rey (Daisy Ridley) es la hija de Luke Skywalter y de ahí en adelante se montará el guión.

Rey, nueva en el elenco de personajes a los que la fuerza les acompaña, viene para quedarse. En la escena final de «El despertar de la fuerza» ambos personajes se encuentran sin saber quién es quién ni qué les une, pero se palpa en el ambiente que aquí hay tomate consanguíneo. Siento si he desvelado este penúltimo final, pero, dado el recuento millonario de espectadores, quien no haya visto ya este capítulo es porque no le interesa demasiado ni la historia, ni el fenómeno «Star Wars», ni quiere vivir en este mundo de la cultura del espectáculo con todas sus consecuencias, incluso las intelectuales. A mi acompañante le tengo por inteligente y culto, y sabe de qué habla. Lo que me adelanta en absoluto es desdeñable si tenemos en cuenta que «La guerra de las galaxias» va todo el rato de lo mismo: unos dirán del drama shakesperiano entre padres e hijos; otro, del clásico griego. El hijo mata al padre por los siglos de los siglos, sagas y culebrones incluidos.

Existen teorías más que reputadas por algunos premios Nobel que encumbran la telenovela a la cima de la dramaturgia contemporánea que bebe en el botellón de los clásicos. Después de tragarse un Dallas a la colombiana las resacas son de aúpa. Con «La guerra de las galaxias» la melopea divaga, elucubra, entre el bien, el mal, el lado oscuro y la fuerza, pero, al final, el hijo mata al padre y se enamora de la madre. Si atamos estos cabos, «La guerra de las galaxias» se ajusta a los parámetros de un culebrón en toda regla. No se asusten los forofos, que esto en absoluto tiene por qué ser malo. Tan solo un poquito más casposo. Aún a riesgo de que los millones de fans de «La guerra de las galaxias» se me pongan un tanto al bies, me apetece bajar(les) los pies a la tierra. Intentaron hacerlo enrevesado -líar el lío- cuando arrancó la saga por en medio (capítulos IV, V y VI, los primeros estrenados), para hilar luego con el comienzo de la trama (capítulos I, II y III, segundos por estrenar) y seguir por el final (capítulo VII, recién estrenado). El desorden da más profundidad al discurso, avalarán los doctos, que se harán los interesantes mientras te dibujan el árbol genealógico en una servilleta. Sin mayores ditirambos, se trata de una tontería, como me ratifica mi asesor en la materia y forofo acompañante: la segunda trilogía, que en realidad es la primera, no merece ni a la reina Amidala (Natalie Portman), que alterna sus «looks» entre «geisha», personaje salido de un cuadro de El Bosco y la Dama de Elche. Vargas Llosa agitó la coctelera de la narrativa del culebrón cuando, en «La tía Julia y el escribidor», al escritor de seriales radiofónicos que protagoniza la novela se le va la cabeza y entremezcla todas las tramas y personajes de sus guiones ya de por sí enrevesados por los cruces de pasiones desatadas entre el amor y la guerra. También me viene a la memoria que en mis años de cine de verano me endilgaron en una de las sesiones dobles la proyección de «Excálibur» (John Boorman, 1981) con los rollos cambiados. El primero fue el tercero; el segundo, el primero, y el tercero, el segundo. Un lío que me hizo coger manía a esta película. La leyenda artúrica también cabalga en «La guerra de las galaxias». Excálibur es la espada de luz. Y quien no encuentra relaciones es porque no quiere.

Producto de entretenimiento

Nadie deduzca que le tengo manía a «La guerra de las galaxias». La sigo capítulo a capítulo desde que se entrenó en 1977. Otro recuerdo: me llevaron mis padres a ver esa primera entrega y ante la fascinación que sentí por lo interestelar se les ocurrió acercarme a una sesión en la que se proyectaba «2001, una odisea en el espacio» (Stanley Kubrick). Se había estrenado una década antes (1968), al menos fuera de España. El chasco resultó mayúsculo. Nada entendía de aquellos monos que rompían monolitos con unos grandes huesos en sus zarpas y durante una larga primera parte de la cinta. Ni de aquel ordenador (Hall 9000) que se rebelaba y hablaba con un tono de voz de doblaje desagradable y repetía aquello de «puedo sentirlo, mi mente se está yendo». La historia se basa en un relato de Arthur C. Clarke que contaba con lectores de culto. Aquella primera vez me aburrió soberanamente y cogí una cierta inquina a esta película hasta la edad adulta. Luego vendría Bowie y su «Space Oddity» (1969) con un astronauta, el Major Tom, que flota en el infinito. También fue entonces cuando el hombre puso un pie en la Luna. «La guerra de las galaxias» me entretuvo tanto que he seguido toda la secuela sin llegar a los límites del forofo. A «La guerra de las galaxias» siempre la he contemplado como un producto de entretenimiento supremo: cuando Hollywood sabe hacer arte con todas las armas de su toque espectacular. A «2001, una odisea en el espacio» siempre la he entendido no como una obra del arte cinematográfico en exclusiva sino como un tratado de filosofía futurista y cibernética. Pero la saga de George Lucas ha ganado la batalla. Ha pasado de ser una simple película con mayúsculas a una suerte de carrera para iniciados que barajan más teorías que las de la Relatividad. 22.816 páginas señala la Wikia con libros sobre «Star Wars».

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