Dramas comunes a los tiempos de Benjamin y a los nuestros han sido retratados por Fréderic Pajak
Dramas comunes a los tiempos de Benjamin y a los nuestros han sido retratados por Fréderic Pajak
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Con Benjamin hemos topado

La Historia intelectual del siglo XX, y del XXI, no se puede entender sin la figura de Walter Benjamin, cuyas reflexiones anticipan buena parte de los problemas que nos aquejan en estos días

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¡Cómo corren los tiempos y se alborotan para estar siempre en las mismas! Ésa podría ser la primera impresión –la primera desde luego de muchas otras– que uno se lleva tras la lectura atenta de ensayos como «Sobre el lugar social del escritor francés», de Walter Benjamin, de tanta actualidad cuando fue escrito como ahora mismo y en la Francia de entonces como en la España de hoy o en cualquier otro país europeo. Nuestro autor redactó ese texto a lo largo de la segunda mitad del fadídico año 1933, el del ascenso de Hitler al poder, y lo hizo en buena parte, es de suponer, durante su segunda estancia en Ibiza. En él pasa revista al papel –Benjamin dice «el lugar social»– del escritor francés desde principios de siglo hasta la actualidad de aquel entonces.

Por el ensayo desfila toda una sociología del quehacer y la influencia pública de los más señeros escritores franceses del primer tercio del siglo XX, empezando por Maurice Barrès y Apollinaire y terminando por Malraux y también Apollinaire. Entre medio, entre el primer planteamiento del peligro que suponen los poetas según el genio del surrealismo –los poetas tienen que desaparecer, cuantas más aptitudes tienen más dañinos son– y el cierre del texto en el mismo sentido –«la poesía es sin duda alguna peligrosa»–, Benjamin escruta con bisturí certero la función social de Alain, de Julien Benda y su « Traición de los intelectuales», de Péguy, Céline y Julien Green y también de Proust, Valéry, Gide o Blaise Cendrars entre otros.

La posición de los intelectuales dentro de «la organización social del imperialismo», arranca afirmando Benjamin, es «cada vez más difícil». Y a continuación viene el análisis de la «crisis» de la función del intelectual en las figuras señaladas. Si sustituimos imperialismo por globalización y al «cada vez más difícil» le añadimos unas cuantas arrobas más de dificultad –la crisis la podemos dejar tal cual– tendremos un buen punto de partida y luego una colección de nada desdeñables consideraciones para afrontar la actual posición del intelectual entre nosotros.

Política de escenario

Una posición que, para empezar a entendernos, bien podrían enmarcar dos hechos recientes. Uno: nada menos que dos aspirantes de las todavía así llamadas izquierdas a la presidencia del Gobierno de nuestro país se encuentran un día para hablar de la formación de Gobierno y uno de ellos le regala al otro nada menos que un libro, ¡un libro!, tradicional vehículo de pensamiento y cultura y genuina herramienta del intelectual. Pues bien, era un libro de deportes o sobre un deporte. Dos: una nueva dirigente política de sobrevenido alto copete entiende una palabra concreta de una imagen crítica empleada en una rápida conversación por un intelectual que lleva muchos más años que los que componen la vida de esa dirigente política estudiando la historia del pensamiento, de la política y la literatura y la arquitectura, y la utiliza para meter bulla políticamente correcta, es decir, beata, en los medios y para hacerse fotos. Ninguna de las miles de páginas sobre crítica de la política, filosofía de la historia u organización de la ciudad del escritor en cuestión ha considerado jamás la nueva gerifalte que le pudieran interesar lo más mínimo para su gobierno y el de su ciudad, pero le ha faltado tiempo para entrar al trapo cuando ha visto la posibilidad de «escenificar» –esa palabra que les gusta tanto a los políticos que parece que no saben hacer otra cosa– una riña como el dios Espectáculo manda.

Total que si nos diera por elevar estas dos anécdotas a categoría, la función del intelectual limitaría hoy en nuestro país al norte con la insignificancia y la inexistencia –con su eclipse social– y al sur con la instrumentalización de su casquería mediática, es decir, de sus higadillos, mollejas y pezuñas que a veces dan en aparecer en la comunicación de masas. Nunca con las verdaderas tajadas, con el consumo y aprovechamiento de aquello que es alimento esencial pero exige esfuerzo masticar y digerir.

Benjamin ya denunció la política en la que «todo da igual» salvo es espectáculo que se monta

Pero es que con la Política hemos topado en el mismo sentido en que antes se decía que se topaba con la Iglesia. Y uno se pregunta si no es eso lo que a su modo auspiciaba a las claras Benjamin en una época justamente (1933) en que sin embargo ya se le podían ver las dos orejas al lobo, la izquierda y la derecha, si bien algunos, aun con talento y buenas intenciones, adolecían o persistían en adolecer de una perspectiva que les ocultaba una de ellas: «dar al fin con la política», convertirse en militantes políticos, hacer que la poesía fuera de veras peligrosa como quería el surrealismo. Los ejemplos más preclaros irían por el lado de Gide.

Benjamin contempla que el «imprescindible saneamiento» de la «crisis en la que vive el intelectual» presupone «la profunda transformación de la sociedad». Una trasformación que augura y que a la vez acaso también teme, por lo menos al dar cuenta de la posición de Julien Benda y su «La traición de los intelectuales», que constata la «actualidad sin precedentes que lo político ha obtenido para los literatos. Por todas partes hay novelistas politizantes, poetas politizantes, historiadores politizantes y críticos politizantes». Pero lo preocupante no sería eso en sí, sino la dirección en que se despliega esa politización, a saber: los nacionalismos en perjuicio de la ciudadanía o, dicho con Benda, de la causa de la humanidad, la partitocracia en perjuicio del derecho y la democracia, la cultura del Poder en prejuicio del poder de la cultura, la doble moral. Y todo ello presentado como precepto moral para más inri. ¿Les suena a algo?

Atmósfera cargada

Ya antes había destacado también Benjamin el «todo da igual» a excepción del entusiasmo que se le pueda sacar a una idea, el que se considere que lo importante no es tanto el acontecimiento sino el espectáculo que pueda derivar de ello, el idealismo de los gestos y el nihilismo de las convicciones (y su reverso, el esteticismo) y el conformismo a que todo ello conduce. Ésa es la atmósfera cargada, dice, que detona el surrealismo, y se hace cábalas de cómo esas doctrinas de principios de siglo XX muestran una profunda afinidad con las del presente aciago en que escribe su texto.

A nosotros, habitantes de la cargada atmósfera de los primeros decenios del siglo XXI, este ensayo nos tendría que llevar a hacernos desde luego las mismas cábalas, sólo que corregidas y aumentadas, porque es que estamos aún, o de nuevo, en las mismas. Y con un agravante estético: en las últimas pinceladas sociológicas aludidas, Benjamin no estaba describiendo una actitud intelectual aún así llamada de izquierdas, como ahora parece entre nosotros, sino la postura de Maurice Barrès, célebre escritor nacionalista y antisemita de la época.

Benda zahiere la adhesión de la inteligencia a los prejuicios políticos propios de las «clases» y los «pueblos», tal vez sin darse cuenta, según Benjamin, de que es un intento de escapar de las abstracciones idealistas. Puede que fuera, también según Benjamin, una mentalidad «romántica» la que llevase a Benda a denunciar la «traición de los intelectuales» a su misión de sostener la libertad, el derecho y el humanitarismo frente a los posicionamientos políticos de los intelectuales en línea con uno u otro de los totalitarismos y sus prejuicios clasistas y populistas, pero quedémonos por hoy, respecto a todo lo dicho y además de ello, con un aviso de su «Discurso a la nación europea»: «o sacamos adelante Europa o seremos niños para siempre». «Niños para siempre», he ahí el programa vencedor, exigentismo y berrinche, bonitismo (narcisismo) y espectáculo –y el que venga detrás que arree– mientras se anubla eso que llaman el «escenario».

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