Edward St. Aubyn, autor de «Sin palabras»
Edward St. Aubyn, autor de «Sin palabras» - Brigitte Lacombe
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St. Aubyn se burla del Premio Booker

Lo rozó con los dedos en 2016, pero no fue para él. Y, según intuye, jamás lo será. Del Premio Booker, y de todo lo que lo rodea, se ríe Edward St. Aubyn en «Sin palabras»

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En una entrevista, el muy «british» Edward St. Aubyn (Cornwall, 1960) declaró: «Escribo dos clases de libros: invitaciones a excavaciones arqueológicas o invitaciones a fiestas». Semejante afirmación tiene la graciosa inexactitud del ingenio exacto. Porque las «excavaciones arqueológicas» en la obra de St. Aubyn -la pentalogía protagonizada por el autobiográfico apenas encriptado Patrick Melrose, recopilada aquí en «El padre« y »La madre»- describen muchas fiestas. Muchas, sí, con anfitriones de un imperio que ya no existe y que incluyen a un padre abusador sexual de su hijo y una madre que optó por mirar para otro lado y un hijo heroinómano y suicida a cámara lenta en busca de redención. Mientras que una festiva novela como «Sin palabras» se ocupa de diseccionar con modales de desenterrador de momias esa noche sacra y consagradora que es la entrega del Booker Prize en Londres. Galardón patrocinado por una cadena de supermercados y cena transmitida en directo por televisión que puede llegar a cambiar la percepción que se tiene de un escritor, que alegra a su agente y editor, y que despacha automáticamente muchos ejemplares de títulos tan «highbrow» súbitamente muy populares. Entre los ganadores estuvo lo más granado de la ficción de la Commonwealth (Kingsley Amis, Iris Murdoch, Salman Rushdie, V.

S. Naipaul, J. M. Coetzee, Ian McEwan, John Banville y Margaret Atwood) y St. Aubyn optó a él con su cuarta entrega melroseana, «Leche de madre», en 2006, año en que fue para Kiran Desai por «El legado de la pérdida».

Química tóxica

Aquí y ahora, St. Aubyn está seguro de que jamás ganará el Booker. «Ese premio me preocupa tanto como el título mundial de los pesos pesados de boxeo. Es irrelevante para mí», advirtió cuando -siendo considerado apuesta segura para la edición de 2011 con «Por fin», el cierre de la «saga Patrick Melrose»- ni siquiera quedó entre la primera y larga lista de contendientes.

De ahí que St. Aubyn -definido por «The Guardian» como «el más puro de nuestros estilistas» y admirado por colegas del calibre de Allan Hollinghurst, Zadie Smith, Edmund White, Francine Prose, Michael Chabon y Patrick McGrath- tuviera una idea tan buena como práctica. Sabiendo que todo lo que hiciese a continuación competiría inevitablemente contra su tragicómico y muy celebrado «alter ego» de ficción, decidió matar dos pájaros de un tiro: ignorar por completo a Melrose a la vez que se tomaba la revancha en su nombre con este «Sin palabras».

Así, una virulenta comedia que se lee como un Evelyn Waugh con anfetaminas o un J. P. Donleavy a secas. Burlándose descaradamente del «Booker» y sus circunstancias, narra el «backstage» y «making of» del engendro en cuestión, rebautizado como «Elysian Prize» y financiado por una «muy innovadora» compañía china especializada en herbicidas y pesticidas de gran potencia y a cuyo presidente oriental, inesperadamente, le interesa la literatura en serio y de verdad.

Pero ni toda la química tóxica del mundo parece capaz de neutralizar a los malos bichos que infestan la novela de St. Aubyn: jurados que incluyen a un político, un actor y una ex del Foreign Office devenida autora de «thrillers» superventas a los que, con la excepción de una sensible académica, nada les interesa menos que la lectura de los concursantes.

Edward St. Aubyn es, según el diario «The Guardian», «el más puro de nuestros estilistas»

A modo de interludios, se incluye un puñado de desopilantes pastiches -cuyas correspondencias reales se vuelven transparentes a las pocas líneas- de un novelista indio, un transgresor novelista escocés, una novelista rompecorazones y un neozelandés que escribe «con el punto de vista de Shakespeare». También hay un libro de recetas de cocina que entró en la selección por error, al ser entendido como «una obra maestra lúdica, posmoderna y multimedia». Y, sí, hay un autor de talento. Uno solo. Responsable de «una novela de iniciación de impecable angustia y origen autobiográfico imposible de ocultar». ¿Les suena a algo de alguien?

Escaleras abajo

Aquí, como en las novelas de Melrose y en las anteriores y aún inéditas (la sátira del movimiento New Age, «On the Edge», y la agónica y crepuscular despedida de un guionista de éxito y enfermo terminal empeñado en escribir algo por lo que valga la pena ser recordado, «A Clue to the Exit», favorito de St. Aubyn y mío), vuelve a presentarse el que, más que posiblemente, sea El Tema de St. Aubyn: no hay nada más irritante que un imbécil.

Y en la desaforada «Sin palabras» sobran imbéciles. Difícil elegir al mejor/peor de ellos para prenderle una medalla en el pecho y luego, delicadamente y como quien no se da cuenta, empujarlo con gracia por las escaleras. Y contemplarlo caer, fiesta abajo y con copa de champán en alto, para hacerse pedazos como la más falsa y grosera de las reliquias.

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