MÚSICA

Álvaro Alonso: «Gene Clark es una página arrancada a la historia»

En «Gene Clark. Vuela hacia el sol», el crítico musical Álvaro Alonso reconstruye la vida y la obra del esquivo fundador de los Byrds

Gene Clark en los años setenta
Jesús Lillo

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No fue la mitología de consumo, hecha de figuras recurrentes para el gran público, sota caballo y rey, la que movió a Álvaro Alonso (Murcia, 1965) a escribir la biografía de un personaje hasta ahora secundario de la historia del pop. Obsesiva y precisa, la búsqueda de las huellas de Gene Clark se convirtió en obligación emocional para quien hace ahora doce años descubrió su voz y sus canciones cuando recorría al volante de su coche la sierra madrileña. «A los Byrds los conocía de pequeño, por mis hermanos, pero Clark era un completo desconocido para mí. Cuando lo escuché por primera vez –recuerda– sentí el flechazo. Tuve la sensación de que me estaba hablando a mí». A la altura del embalse de Valmayor, en 2006, arranca un camino de Damasco que Alonso transforma con el tiempo y a través de las carreteras comarcales del sur de Estados Unidos en road movie . El resultado, Gene Clark. Vuela hacia el sol (Lenoir Ediciones).

Aquella revelación, tras su primer contacto con Gene Clark, no debe de ser una manifestación frecuente en alguien que escucha tanta música, supuestamente blindado ante emociones tan hondas.

Eso me ha ocurrido con muy pocos artistas, con Nick Drake, Townes Van Zandt y pocos más… Los cuento con los dedos de una mano, y todos tienen conexiones entre sí. Las suyas son páginas arrancadas de la historia del rock, y se te revuelve algo por dentro al comprobar que no han tenido el reconocimiento que merecen. Tras escuchar a Clark, empecé a interesarme por su vida y su obra, pero no había nada en castellano, y tampoco sus discos se habían editado en España. Incluso su etapa con los Byrds llegó a nuestro país a través de dos sencillos, en los que el grupo aparecía como Les Byrds. Tenía la necesidad de profundizar más.

Aporta tantos datos que, más que una biografía al uso, «Vuela hacia el sol» se asemeja a un documental.

He buscado información en revistas y vídeos, incluso en fanzines, pero sobre todo tuve la suerte de trasladarme a Estados Unidos y conseguir datos de primera mano, un trabajo de campo que me llevó a Sacramento para entrevistar Kai, hijo de Gene Clark, o a trasladarme a Austin para encontrarme con Carla Olson. Este libro está confeccionado con más de treinta entrevistas originales, una labor muy complicada, sobre todo cuando uno llega desde España y se encuentra con las reservas de quienes tratan de proteger el legado de un creador que aún está por descubrir. Hay muchos fanáticos de Clark, y su familia es muy recelosa. Ganarse su confianza para que compartan su recuerdo es un trabajo lento.

Da la impresión de que usted no se trasladó a Dallas para dar clases durante dos años, sino para establecer un campamento base desde el que asaltar la cumbre del Gene Clark.

Cuando viajas, te lanzas a lo desconocido. Creo que yo me transformé molecularmente en un reportero, lo que incluso me llevó a montar guardia en el camerino del club donde actuaba Hillman, también fundador de los Byrds, para entrevistarlo.

Su trabajo, en esencia, es un puzle de memorias sobre una estrella caída.

A Clark le pasó factura el éxito que logró con los Byrds. Con menos de veinte años sus canciones habían llegado al número uno y se compró un Ferrari, pero no tardó en abandonar el grupo para buscar su propio camino, arriesgar e innovar. Iba siempre por delante. Escribió junto a Brian Jones Eight Miles High , una canción que las emisoras de radio interpretaron en su día como una apología del consumo de drogas, pero sus letras, como las de Dylan, son simbólicas, muy abiertas, para que cada uno le encuentre sentido.

Álvaro Alonso, autor de «Gene Clark. Vuela hacia el sol»

El libro trata al menos de darle ese sentido a la vida de un creador que terminó por destruirse.

Gene Clark es un enigma. Fue un hombre complejo y poliédrico. Carla Olson me dijo que era capaz de situar tres papeles sobre la mesa y de ponerse escribir tres canciones a la vez. De Clark se ha dicho que no leía, pero solía juntarse con personas de gran cultura y componía canciones trascendentales, con un punto místico que lo aproxima a Leonard Cohen. Su espiritualidad, quizá relacionada con su ascendencia india, le proporciona el misterio que trata de reflejar esta biografía. La suya es una historia perfecta: un arranque exitoso, una búsqueda personal y una caída lenta y prolongada, un largo vía crucis que te deja con un nudo en el estómago.

¿No tuvo la tentación de novelar una vida tan dramática?

Preferí meterme en el personaje y comprender lo que pensaba, como si una cámara de vídeo lo siguiera a cada paso que daba. Al ser una obra muy coral, el testimonio de los personajes que intervienen proporciona un punto de objetividad que equilibra mi propio relato, que trata de ser desapasionado. En sí misma, la vida es novelesca. Como decía García Márquez, uno no cuenta lo que sucedió, sino lo que recuerda. Siempre que haces memoria te sale una novela.

La era digital impone unos patrones de conocimiento y desconocimiento, muy superficiales, que impiden valorar la obra de creadores tan desconocidos como Clark. No hay más que ver las pocas líneas que le dedica Wikipedia en su versión española.

Lo de la Wikipedia es vergonzoso, y al final voy a tener que escribir yo la entrada de Clark... Quizá peque de ingenuo al reivindicar su figura, pero ¿por qué no soñar? Estoy convencido de que el tiempo se extiende, que no es lineal. Casos como el deseable redescubrimiento de Clark pueden mostrar la relatividad del tiempo, al permitir que sus canciones se conviertan en algo nuevo de manera progresiva. Vivaldi necesitó décadas hasta que fue reconocido, y las leyes de la genética de Mendel estuvieron en un cajón hasta el siglo XX. Me gusta ese romanticismo, pensar que en Clark hay un secreto escondido que, pese a su rebeldía y pureza artística, merecería ser disfrutado por todos.

Como tantos otros jóvenes, eligió el rock para expresar una creatividad que el siglo XX canalizó de forma magnética a través de la industria de la música. Clark pudo ser poeta, o novelista.

Si lo de los Beatles te pilla con dieciocho años y eres poeta, te vuelves cantante de rock... La fórmula es perfecta: trasladar emociones a través de una canción de dos o tres minutos es algo que aún no ha sido superado.

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