LIBROS

Alejandro Palomas: «La vulnerabilidad es lo más potente del ser humano»

Con «Un amor» (Destino), el autor barcelonés se ha alzado con el Nadal de este año. Una novela en la que retoma a la familia que protagoniza algunos de sus exitosos títulos anteriores, como «Una madre»

El escritor y traductor Alejandro Palomas (Barcelona, 1967)
Carmen R. Santos

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-¿Es el personaje de Amalia una superviviente?

-Lo es de muchas cosas, y, además, parte de un hándicap: su condición de albina que disminuye alguna de sus capacidades. Es muy valiente y encarna lo más hermoso de las segundas oportunidades en la vida. Su personaje me surgió de una necesidad vital al darme cuenta de que tendría que aprender a vivir sin mi madre, con quien mantengo una relación muy especial, porque algún día la perdería. Fue un fogonazo y supe que debía llevarla al papel, quizá con la ilusión un tanto infantil de que así no le pasaría nada.

-¿Cuánto hay de realidad y de ficción en la familia de «Un amor»?

-La realidad es un cien por cien porque existen, es decir, yo los vivo como reales. Diferencio a mi familia de la de Amalia porque son dos familias distintas. Pero los arquetipos son idénticos. Yo soy muy ceramista a la hora de crear, moldeo mucho con las manos y necesito tener a mis modelos muy cerca para poder seguirlos constantemente porque escribo con la cámara al hombro, los acompaño allí donde van. He terminado conviviendo con las dos familias. En mi cabeza se alimentan entre sí, mutuamente.

«El humor es esencial. Si el drama y los conflictos no se hornean con él es como comer arena»

-¿Centrarse en una familia da mucho juego? ¿Es un ámbito privilegiado?

-Da mucho juego pero es muy arriesgado porque es un micromundo y «a priori» es muy limitado. Tienes que tener mucha curiosidad y muy presente que tu misión literaria, tu objetivo, es hacer de lo pequeño y lo más íntimo algo universal. El secreto está en que quien lo convierte en universal son los ojos del lector. Para uno es algo muy cercano, pero incluyes al lector en esta familia. Esta familia sin la incorporación del lector no sería nada.

-¿Tras «Un amor» continuará la serie? ¿Se le ha quedado algo en el tintero?

-No la continuaré, esa es la respuesta oficial. Pero la verdad es que no lo sé. Reconozco que a veces me pongo trampas en mi propio juego literario para no despedirme de mis personajes. Y, además, en este caso ha aparecido uno, Oksana, que lo devora todo, y que aparece en el último tercio de la novela. Y que después desaparece y lo dejo en el momento más interesante, en el que empieza a desplegarse. Sé que es una trampa que me pongo para no irme. Me cuesta mucho decir adiós tanto a personas como a personajes, y esa dificultad se multiplica mucho con esta familia. La siento ya demasiado mía.

-Conocida es la apreciación de André Gide de que con buenos sentimientos y buenas intenciones no se hace buena literatura. ¿Su obra lo desmiente?

-No puedo juzgar si mi obra es buena o no. Sí le digo que, en efecto, hay en ella lo que Gide aborrecía. Tenemos prejuicios contra los buenos sentimientos, contra la bondad, al verlos como sinónimo de fragilidad. Sin embargo, para mí la vulnerabilidad es lo más potente del ser humano. Busco con mis personajes, que quiero sean muy próximos, crear un fondo muy profundo de empatía con el lector.

-Encabeza «Un amor» una cita de Ali Smith: «Recuerda que hay que vivir». ¿Su novela es fundamentalmente vitalista?

-Sí, es vitalista, pero no de un vitalismo simplista. Llego a él después de haber pasado por un largo desierto, tras haber vivido grandes dificultades. Yo he conocido las dos caras de la luna. Y he optado por esta, pero conscientemente.

«El personaje de Amalia me surgió de una necesidad vital al darme cuenta de que algún día tendría que aprender a vivir sin mi madre»

-En «Un amor» Fer vuelve a ser la voz narradora. ¿Desde el principio pensó que abordar la historia desde este personaje era lo más adecuado?

-No consideré que Fer fuera el más adecuado. De hecho, escribo desde distintas voces, todos los personajes de mis novelas hablan en primera persona y van dándose el testigo como en una carrera de relevos. Cada personaje va recorriendo su tramo. Y con él va desencadenándose la acción. Quería que Fer dejara paso a otro, pero no sucedió. Los personajes estaban muy tranquilos viéndose contados y sintiéndose contados por Fer y dejé que fuera así. De esta manera fue también en «Una madre» y en «Un perro». Fer es el que cuenta porque es el que menos quiere mostrarse. Llegará un momento en el que deba hacerlo, pero entonces será alguien más el que deberá hablarnos de Fer.

-¿Se planteó otras posibilidades?

-Sí, pero fue un planteamiento muy teórico. Cuando iba escribiendo nunca apareció esa posibilidad real.

«No sé si continuaré la serie. Oficialmente no. Pero me cuesta mucho decir adiós tanto a personas como a personajes»

-El humor aparece con fuerza en su cosmovisión. ¿Por qué? ¿Puede ser un elemento que aminore los conflictos y el dramatismo?

-El humor resulta esencial. No hay una línea más duradera en una relación que la del humor. Cuando encontramos a alguien que comparte nuestro sentido del humor es un alivio brutal, es como encontrar tu lugar en el mundo. Entenderse en esa fina cuerda que es el sentido del humor es una bendición. Me encanta compartirme en esa cuerda, siempre creí que mi sentido del humor no se iba a comprender. Me preocupaba y me frustraba. Mis novelas son muy dramáticas, hay mucho conflicto, partes duras. Muchos elementos que cuesta tragar y no podría contarlos, hacerlos llegar de una forma fácil si no fuera entreverándolos con humor. Si no horneo con sentido del humor y con la capacidad de los personajes de reírse de sí mismos y de acompañar a los demás, de entender a los demás, serían novelas demasiado duras. Y no es eso lo que quiero hacer. Está la dureza, el dramatismo, pero tiene que haber una perspectiva desde donde digerir este drama. Si no es como comer arena.

-Usted ha confesado que va al psicoanalista. ¿La literatura le ayuda como terapia?

-Voy al psicoanalista desde hace catorce años. Pero nunca he utilizado la literatura como terapia, sería una estafa a los lectores, y estos, además, se darían cuenta enseguida. Pienso que la literatura debe ser el resultado de una buena terapia. Esta ha de llevarse a cabo con quien hay que realizarla.

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