TEATRO

Alberto Conejero: «En pleno imperio de la imagen, la gente necesita volver al teatro»

Ha recibido el premio Nacional de Literatura Dramática por su obra «La geometría del trigo». A sus cuarenta y un años, representa a una nueva generación de autores teatrales que suben a las tablas los dramas del presente

Alberto Conejero ha publicado también el poemario «Si descubres un incendio» Isabel Permuy

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Lo que más sorprende de Alberto Conejero en las distancias cortas de una conversación es el mimo con el que busca las palabras para que las respuestas sean ricas y ajustadas hasta el milímetro. Mientras habla, parece estar recitando un diálogo de los suyos. Se nota que es muy riguroso. Él, que nació en un pueblo de Jaén en 1978 y procede de un barrio humile de Madrid (Villaverde), se refugió en el teatro para solventar sus problemas de dislexia y ya ha llevado a escena cerca de diez textos dramáticos y unas cuantas adaptaciones de obras clásicas. Su manera de entender el viejo arte del teatro rejuvenece la escena.

¿Qué supone el premio Nacional de Literatura Dramática a sus 41 años, un reconocimiento a una generación que renueva el interés por la escena?

Un premio siempre tiene algo de abrazo, de impulso. Siento que la gente tiene, en una época de mucha dispersión, de mucho fragmento, de mucho imperio de la imagen, una necesidad de volver a un teatro donde la palabra sea un elemento cuidado, importante, sustancial. Este premio viene a impulsar a una generación de autores y autoras que estamos más o menos en la cuarentena, años arriba, años abajo, y de los que soy uno más. Hay una efervescencia de la escritura para la escena en los últimos años que tiene su plasmación en el número de autores que estrenan en los teatros públicos. No hablo ya tanto de una generación en cuanto a la edad, ni al sexo, ni a la temática. Es una generación de personas diferentes, amalgamadas por la necesidad que tienen los espectadores y los lectores de historias que hablen de su presente. En ese sentido, hay un abrazo del presente a la literatura dramática

Habla de una literatura dramática muy vinculada con el presente. ¿Cuáles son esos asuntos del presente que comparte generacionalmente y que se reflejan en sus textos?

El intento de entender el pasado, de poder configurar el relato de un pasado. Precisamente, el presente necesita entender algo de su pasado ante el miedo de un futuro incierto. También, de las dificultades de comunicación. El diálogo es casi el encuentro forzado de monólogos. El teatro del presente se ocupa de los problemas de comunicación, del lugar del lenguaje hoy, de la prostitución del lenguaje y de los peligros de un lenguaje empobrecido, prostituido y domeñado. Lógicamente, también el nuevo papel de la mujer. Últimamente, también hay un cierto temor ante un futuro que se muestra peligroso, por tanto hay mucho teatro distópico, que tiene que ver con un futuro que, quizá, es más complicado que el pasado. Por ahí anda la cosa...

Memoria, pasado... ¿En concreto a qué hechos se refiere?

El teatro siempre ha acudido al pasado para hablar del presente, lo hacía Shakespeare. El reloj de la Historia se ha acelerado, los acontecimientos se suceden uno detrás de otro y no nos da tiempo a asimilarlo. El teatro hace una crónica, que no es solo histórica, es emocional, es ética y que, sobre todo, cada generación necesita un relato del pasado para poder construir su presente y su futuro. Es el momento de hablar de muchas de las cosas que nos han ocurrido como país. No es una mirada revanchista, ni de ajuste de cuentas, es una mirada para tratar de comprender quiénes somos.

¿Cómo llega Alberto Conejero al teatro? ¿Había una tradición familiar?

No hay nadie en mi familia que se dedique al teatro, ni siquiera el ir al teatro era una actividad en mi casa. Yo había tenido problemas de habla, dislexia, y a partir de ahí establezco una relación, algo hostil, pero apasionada, con las letras. La obligación en un primer lugar de la lectura, de la escritura. Ahí empiezo con la ficción, hasta que de repente llega la poesía, que es mi primera casa. Luego, a través de la poesía de Machado, Lorca y Valle-Inclán... Y, para un niño que había sido disléxico, con ciertos problemas relacionales en el instituto, el teatro era como una oportunidad de juntarme con otras personas, de reunir, de sumar imaginarios. Me apunté a un taller de teatro aficionado en mi barrio, en la parroquia de mi barrio, de Villaverde Bajo, en Madrid. Y ahí empecé.

Una escena de «La piedra oscura», una de las obras más aplaudidas de Alberto Conejero

¿No le picó el gusanillo de la interpretación, de ser actor?

Siempre quise ser autor de teatro, nunca fue la interpretación la primera opción. Hice la Selectividad y la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Por resumir, descubro el teatro a través de la poesía como puente hacia la literatura dramática. Copié y copié sin ningún tipo de modelo porque no tenía ningún referente, ni sabía que eso se podía estudiar.

«Descubro el teatro a través de la poesía como puente hacia la literatura dramática»

¿La literatura dramática es la hermana pobre de la literatura con mayúsculas?

Pienso en Calderón de la Barca, Valle-Inclán o Lorca, que han escrito grandes páginas de nuestra literatura, no del teatro. Pero esa literatura es anfibia, porque tiene necesidad de escenario, espera convertirse en otra cosa, espera su metamorfosis en escena. Nadie se atrevería a cuestionar que «La vida es sueño» o que «Luces de Bohemia» son cimas de nuestra literatura. Pero, sobre todo, la literatura es un semillero de teatro, cada texto es la posibilidad de mil representaciones distintas. Por ejemplo, Valle-Inclán. ¿Qué hubiera sido el teatro de Valle-Inclán sin la literatura dramática de Valle-Inclán? Porque publicó más de lo que estrenó. Y su literatura supo esperar a sus espectadores, que no fueron tanto los de su época como los de décadas posteriores. ¿O qué hubiera sido, por ejemplo, del teatro griego de Eurípides o Sófocles si no hubiera esos manuscritos de ese teatro? No sabríamos nada del teatro griego.

«Es momento de hablar de lo que nos ha ocurrido. No es una mirada revanchista, sino para comprender quiénes somos»

Entonces, ¿ha sido y es aún la gran olvidada?

Ha habido durante muchos años, en ciertos ámbitos académicos, una minusvaloración o una presencia más marginal... Recuerdo que en mis manuales de Bachillerato de Literatura la literatura dramática era anecdótica. Se habla de «La casa de Bernarda Alba», de «Luces de Bohemia», y quizás de «Historia de una escalera» de Buero Vallejo, y poco más. ¿Cómo se va a poder estudiar la literatura dramática sin haber ido al teatro, sin saber lo que es el teatro?

¿Soñó alguna vez qué podría vivir de esto, del teatro? ¿Esta fue su opción profesional?

Yo estudié Ciencias de las Religiones e hice mi tesis doctoral en el CSIC. Mucho de mi teatro tiene que ver con los años en los que completé mi formación, no desde la escritura dramática, sino desde las ciencias de las religiones.

¿Cómo percibe el público actual el teatro? Me refiero a las nuevas generaciones.

Siempre existe la posibilidad de dos discursos, el pesimista y el optimista, y quizás los dos son ciertos. Por un lado, hay muchos teatros llenos y no hay entradas, y sigue habiendo un interés de la ciudadanía en el teatro, pese a los sueldos que tenemos. A veces desligamos la recepción de la cultura o la actitud hacia la cultura de las condiciones económicas. A mí me parece importante hablar de cuáles son las condiciones de vida de nuestro público.

«Tanto el elogio unánime como la crítica destructiva son muy peligrosos, porque muy poco se puede aprender de ellos»

¿Cómo es el teatro en la era de internet, las redes sociales y la cultura del espectáculo?

El teatro se enfrenta a un momento del mundo muy delicado, donde la gente está sometida a una necesidad de estímulos continuos de dispersión, de fragmento, suenan los móviles... Eso ocurre. Cada vez nos cuesta más ser capaces de estar una hora y diez no siendo protagonistas nosotros, digo los espectadores, sin tuitear, sin comentar, tratar de abandonarnos a la escucha. Pero sigue sucediendo. Soy optimista. Me parece que la queja a veces es un lugar muy reaccionario. Me conmueve profundamente cuando en una de mis obras hay 500 espectadores, o en una sala pequeña hay 50. Trabajamos para esa comunidad que sigue esperando el teatro, que lo sigue necesitando.

«Soy optimista. Me parece que la queja a veces es un lugar muy reaccionario»

¿Cómo lucha contra esa competencia desleal de la cultura del espectáculo?

Es verdad que el teatro no ocupa un lugar central en el imaginativo colectivo, lo demás sería engañarnos. No ocupa el lugar del fútbol, de la música. Es así. Precisamente, de su condición marginal nace su libertad. No estamos sometidos a las lógicas de mercado quizá, o de audiencia, o de millones de visionados de otras artes. Somos, en ese sentido, más modestos. En esa zona marginal, donde el teatro ha estado siempre, desde sus orígenes, seguimos. Es importante no tener un discurso derrotista, sino un discurso de seducción y de propuesta.

En España siempre ha habido una gran tradición teatral. ¿Eso juega a favor?

En mi pueblo, a la media hora de salir las entradas de «La geometría del trigo», se agotaron, y es un pueblo que tiene su teatro, dos grupos de teatro aficionado, un pueblo de 5.000 habitantes en Jaén. Hemos sido un país, desde siempre, con mucho amor al teatro, incluso en nuestras peores épocas. Hablo del teatro de la Generación del 98, por hablar de una época complicada. La gente de la Guerra Civil hacía teatro en las trincheras. En los primeros años de la dictadura hubo gente desde el exilio interior haciendo teatro, intentando componer de nuevo un teatro nacional. Este país tiene mucho amor hacia su teatro, y eso pervive.

Y, después del estreno, llega la hora de leer las críticas. ¿Uno se vacuna contra ellas con los años?

Hay dos peligros muy grandes para un dramaturgo. Uno es el elogio unánime y otro es el correctivo o la mala crítica unánime. Tanto el elogio unánime como la crítica destructiva son muy peligrosos para un autor, porque muy poco se puede aprender del elogio y muy poco se puede aprender de una crítica destructiva. De una crítica constructiva se puede aprender mucho.

¿Ha recibido críticas muy destructivas quizá centradas en su juventud e inexperiencia?

Sí, durísimas. He aprendido de las críticas malas, he aprendido mucho, y las agradezco, y las necesito. Quiero que mi teatro haga un diálogo con la crítica. Luego, ha habido literatura sobre lo que he hecho que no debe considerarse crítica, que era más insulto, escarnio. Y eso está ahí, se puede rastrear. Me han insultado y me han pedido que no vuelva a escribir teatro, por poner un ejemplo. Ahora hay muchos tipos de crítico. El autor teatral se enfrenta a la crítica tradicional, a Twitter, a Facebook, a los blogs... He aprendido de críticas malas y las agradezco, pero hay que distinguir una crítica mala de lo que es un chisme o una opinión destructiva. ¿De ahí qué puedo aprender yo?

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación