Juan Lacomba: «He vuelto, pero me voy a volver a esconder»

«Al raso. Pinturas de la Marisma» reúne obras del pintor sevillano en la Casa de la Provincia. Estará abierta al público hasta el mes de enero

Marta Carrasco

El misterio de la Marisma parece que se ha revelado ante los pinceles de Juan Lacomba (Sevilla, 1954).

Las salas de la Casa de la Provincia se han llenado del intenso color de los cuadros de Juan Lacomba, que nos sumerge en los misterios de la Marisma a través de sesenta y cinco piezas de diferente formato, seleccionadas por el comisario Pepe Yñiguez, en las que la naturaleza fluye con enorme expresividad y en ocasiones, a través de los detalles más pequeños y casi insignificantes que aquí toman protagonismo propio.

A Lacomba, el personal visitante puede confundirle con un «guiri» que recorre los alrededores de la Giralda, por su pelo rubio y tez clara en la que siempre hay una sonrisa traviesa.

La exposición comienza con un nocturno por el tema del «viaje interior, la noche es el viaje y la profundidad de las formas. Nosotros vivimos en un mundo de operaciones, pero no de sentidos: vas al trabajo, coges el autobús, vas a comprar..., nosotros operamos. La naturaleza te impone otro tipo de contactos que tiene que ver con las sensaciones».

En los cuadros, animales totémicos de la laguna: el ciervo, el galápago, pájaros, serpientes, «ha sido un viaje de despojamiento y también de enriquecimiento. Por eso se llama la exposición, «Al raso», proque es como estar al interperie. Yo soy un hombre urbano que vuelve a la naturaleza. Sí, me he tenido que despojar de cosas para conseguir otras, como una epifanía».

Y lo ha hecho físicamente, tomando el lienzo y metiéndose en la marisma, «a veces he ido buscando algo y otras, ha venido a mi. Muchos de esos cuadros tienen algún chaparrón encima, porque los he pintado fuera. Además, tengo un estudio en plena naturaleza, con lagunas alrededor, garzas, y en mi estudio anidan las avispas y entran mochuelos. A cien metros tengo el agua de la marisma. Pero siempre pasa igual, escriben sobre la marisma, dicen que es preciosa, pero al final nadie la visita». El estudio está situado en una finca de la Puebla del Río, un lugar que empezó a frecuentar en el año 1994 y al que volvió definitivamente en el 2000. Sigue yendo a Carmona, «es mi cuartel general», pero su deseo por la naturaleza le ha llevado a recorrer y pintar la Sierra de Huelva, el parque de Yosemite o los Alpes.

En el año 2006 realizó una exposición de acuarelas en la galería Birimbao, «en realidad yo me despedí del mundo comercial, de la escena, en una exposición que hice en la galería Rafael Ortiz en el año 1994 que se llamaba «Only passengers». Fue un punto de partida, y ahora estoy de vuelta. Sí claro, sabía que me estaba despidiendo. Todos mis títulos están cifrados. Yo soy un pintor de tesis no de productos. Y eso a veces no se ha entendido. Para mí la pintura no es una artesanía, es un modo de conocimiento, igual que la palabra. Lo que pasa es que la pintura ha sido más tristemente considerada elitista, no necesaria y burguesa. La pintura es indispensable porque es una construcción».

Ha vuelto porque dice que lo han convencido amigos, «yo, que me devuelvan a las alas de amor». Lo que expone es una parte de mi trabajo, «hay mucho más. Pepe Yñiguez ha seleccionado la obra y yo confío en él».

Confiesa que se lleva con la ciudad «divinamente», otra cosas es el pulso. «He estado sustraído en el campo viendo las listas de las convocatorias que pasan en la ciudad. Pero la ciudad es así. Además, yo necesito «aburrirme» para trabajar, con tiempo para mí. En la ciudad hay muchas tentaciones, es un laberinto de saludar gente, compromisos, teatros, cervecitas, exposiciones. Sevilla es una ciudad seductora e invita. Aquí es difícil que una persona sea infeliz o se encuentre sola. Es una ciudad muy feliz».

Dice conocer bien Sevilla, «la conozco, y la puedo sufrir en un momento dado, pero no me quejo de la ciudad, aunque no resuelve sus cosas. Sevilla es ese «flamenquismo canalla « de «porque yo lo digo» que está impartido en todos los sectores, esa insolencia, esa indignidad digna que se disfraza de gracia, pero no hace los deberes. Hay un idealismo sevillano que ha definido lo inefable desde Bécquer. Ahora Sevilla es una ciudad media, que ya ni siquiera es rutal y poética. Antes Sevilla tenía gracia, pero esta Sevilla de los veladores, no».

Inmersos en la conmemoración del Año Murillo, Juan Lacomba piensa que es un pintor que no está explicado, «a ver si ahora lo explican bien. Me gusta su alma. Murillo fue un santo, un hombre bueno con bondad, y con una grandísima fe, en el sentido totalmente positivo. Es un hombre por descifrar. Nos quedamos con esa especie de negocio de lo blando, pero es un pintor muy europeo. Por eso Velázquez se conoció después que Murillo. Lleva muchos años ahí en el Museo de Bellas Artes y nadie le hace caso».

El día de la exposición algunas pesonas le dijeron que pensaba que había dejado de pintar, «estaban sorprendidos. Pero yo vivo de mi pintura, de comisarías y de impartir talleres, me identifico con Misiones Pedagógicas, en esa tradición estoy. Lo importante es estar en el arte. Es mi compromiso. El arte lo tiene Lola Flores y un confitero de la Campana, pero la pintura intenta rescatar las sensaciones, hacer voces, como la poesía». Y sí, confiesa que ha vuelto, «pero me voy a volver a esconder, y no es un insulto a nadie. Que no se confunda la soberbia con la dignidad».

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