Zurbarán, un símbolo de tolerancia en la América de Trump

La monumental serie «Jacob y sus doce hijos» llega al Meadow Musuem de Dallas (Texas), en la exposición más importante del pintor español en Estados Unidos de los últimos treinta años

«Jacob» (1640-45), de Francisco de Zurbarán Auckland Castle Trust/Zurbarán Trust

JAVIER ANSORENA

Desde 1756, el poderoso obispo de Durham, Richard Trevor, impresionaba a sus invitados en el comedor de su palacio-castillo en Auckland, al Norte de Inglaterra, con una espectacular serie de cuadros de un pintor apenas conocido entonces: el español F rancisco de Zurbarán (1598-1664). No era solo una decisión estética. Los lienzos estaban dedicados a «Jacob y sus doce hijos» y simbolizaban el apoyo del obispo a la naturalización de los judíos ingleses -entonces, al igual que los católicos y otras confesiones cristianas no anglicanas, no eran considerados ciudadanos- y a su defensa de los vínculos entre religiones diferentes. El Parlamento aprobó la ley que otorgaba derechos a los judíos en 1753, pero la derogó en pocos meses, ante un descontento popular que amenazaba con llegar a las armas.

«Reuben» (1640-45) Auckland Castle Trust/Zurbarán Trust

Exactamente 260 años después, Donald Trump ganó las elecciones presidenciales en EE.UU. En su ascenso al poder, Trump ha alimentado el mismo monstruo de la intolerancia religiosa a la que se enfrentó el obispo Trevor. Propuso impedir la entrada de todo musulmán al país para evitar actos terroristas, impuso un veto migratorio centrado en países de mayoría musulmana y, este mismo verano, respondió con un discurso equívoco a los neonazis y supremacistas que marchaban con antorchas por las calles de Charlottesville al grito de «¡Los judíos no nos sustituirán!».

«Simeon,» (1640-45) Auckland Castle Trust/Zurbarán Trust

Esta semana, los cuadros de «Jacob y sus doce hijos» han desembarcado en el corazón de la América profunda, en Dallas, tierra mítica de cowboys y de «western» indómito. En realidad, es más una ciudad somnolienta, atravesada por rascacielos insulsos y «scalextrics» de cemento que guarda un puñado de sorpresas agradables. Una de ellas es el Meadows Museum , que contiene la mayor colección de arte español fuera del Prado, y que acoge los cuadros de Zurbarán hasta comienzos del año que viene.

La magnitud artística de la exposición es innegable. Es la primera vez que estas obras vienen a EE.UU., y también la primera serie de este tipo que se exhibe de forma conjunta. Es la muestra de mayor importancia sobre Zurbarán en el país desde la retrospectiva que el Metropolitan Museum le dedicó en 1987.

«Levi» (1640-45) Auckland Castle Trust/Zurbarán Trust

La presencia de estas trece pinturas monumentales «es también un mensaje de tolerancia religiosa, que es absolutamente vital hoy en día», reconoce en las galerías del museo Ian Wardropper, director de la Frick Collection de Nueva York , que recibirá la exposición del 31 de enero al 22 de abril del año que viene. «Es muy sorprendente que la comunidad judía está sometida a una presión nunca vista en las últimas dos o tres generaciones», comenta Jonathan Ruffer, presidente del Auckland Castle Trust, un inversor que hizo fortuna en la City de Londres y que decidió comprar las obras cuando a comienzos de este siglo las sacó a la venta la Iglesia Anglicana.

La importancia de la serie

Esta adquisición fue la última carambola en la improbable vida de «Jacob y sus doce hijos», una serie de gran valor en la obra de Zurbarán y que el pintor de Fuente de Cantos (hoy Badajoz) ejecutó en la década de 1640 en su taller sevillano. «Hizo muchas series, pero las únicas que quedan son esta y la del monasterio de Guadalupe», explica Mark Roglán, director del Meadows Museum. No se sabe quién la encargó. Se especula que su destino pudo ser el Nuevo Mundo -Zurbarán tenía allí familia política por parte de su segunda mujer-, donde ya había vendido cuadros -en Buenos Aires y en Lima- y donde después aparecieron versiones de esta serie en la propia ciudad peruana, en Ciudad de México y en Puebla. Coincidía que en aquella época había discusiones teológicas -tanto en el judaísmo como en el cristianismo- sobre el destino de las doce tribus de Israel provenientes de los hijos de Jacob: una de ellas señalaba que los nativos americanos eran en realidad una de las tribus perdidas (la idea la había defendido, entre otros, Fray Bartolomé de las Casas).

«Judah» (1640-45) Auckland Castle Trust/Zurbarán Trust

Lo único cierto es que los cuadros aparecieron hacia 1720 en Londres, propiedad de un empresario inglés que cayó en bancarrota y tuvo que subastarlos. Los adquirió James Mendez, un comerciante judío sefardita de origen portugués. A su muerte, los compró el obispo Trevor. «Todos menos el de Benjamín, porque se quedó sin dinero», detalla Roglán. Los cuadros pasaron dos siglos y medio en el comedor hasta que quien se quedó sin dinero fue el obispado de Durham y decidió sacarlos otra vez al mercado. Entonces apareció Ruffer, un devoto cristiano evangélico, colector de arte y que pretende revitalizar esta zona deprimida del Norte de Inglaterra con un centro de arte basado en estas joyas de Zurbarán.

«Zebulun,» (1640-45) Auckland Castle Trust/Zurbarán Trust

Es un conjunto de gran valor y que muestra a un artista que no coincide con la idea mística, dramática, espiritual del «Caravaggio español». «Es un Zurbarán exótico», asegura Roglán rodeado de los trece cuadros enormes, que dominan una sala que emula al comedor del palacio de Auckland. Aquí Zurbarán se esmera en los detalles, en vestimentas ricas que evocan a Oriente Medio, en turbantes, telas doradas y paisajes evocadores de fondo. La serie «muestra el amplio alcance» de su obra artística, según el director del Meadows, que va mucho más allá del pintor barroco de santos y vírgenes.

Las obras de restauración que necesita el castillo de Auckland han facilitado el último viaje de estas obras de Zurbarán, quizá el menos conocido de los grandes maestros españoles en EE.UU. «Espero que todos aprendamos de este proyecto», dice Roglán sobre la magnífica serie, en una afirmación que resuena más allá de su valor artístico.

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