La conservadora de tapices del Palacio Real de Madrid Concha Herrero posa ante el tapiz «La batalla de Zama» en el Castillo de Chantilly
La conservadora de tapices del Palacio Real de Madrid Concha Herrero posa ante el tapiz «La batalla de Zama» en el Castillo de Chantilly - EFE

Francisco I, el rey que trocó su ambición política en pasión cultural

Una exposición en el Castillo de Chantilly evoca la figura del monarca que modernizó Francia (reinó 32 años), un hombre espiritual y guerrero que amaba las mujeres y la vida

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Hace 500 años, el joven rey Francisco I de Francia, guerrero y cristiano de gustos medievales, pero ya también humanistas, ganó en Marignano, a las puertas de Milán, una batalla crucial contra una coalición dirigida por el Papa. La victoria dio alas a sus ambiciones políticas europeas, aunque derrotas como la de Pavía, en 1525, ante las tropas de Carlos I de España y V de Alemania, le harían trocar su aspiración imperial en cultural.

En el Castillo de Chantilly, una exposición ilustra hasta el próximo 7 de diciembre la metamorfosis de su sueño. Alrededor de 200 óleos, dibujos, grabados, documentos históricos, piezas de orfebrería, tapices, libros y manuscritos resumen «la historia de esta conversión a la cultura y al arte, por la que hoy se le recuerda como rey mecenas», explica Olivier Bosc, uno de los comisarios de la exhibición, «El Siglo de Francisco I».

«El recuerdo que se puede tener de él se juega en el mundo de la cultura. Su verdadero plan -destacó Bosc- era europeo y lo interesante es que lo logra en el terreno de la cultura y el arte».

Modernizó Francia

Pese a sus gustos todavía medievales, «con las lecciones de Italia y de la Grecia clásica, logra civilizar Francia», modernizar un país que, como él, estaba «aún un poco en la Edad Media, todavía en la violencia». Puede que haya «mucho de reconstrucción del personaje», comenta el comisario, pero aquel hombre espiritual y guerrero, grande y vigoroso, que medía casi dos metros de altura y adoraba las mujeres y la vida, es una figura «muy rica y compleja», a la que se puede llegar de muchas maneras.

La muestra privilegia el enfoque cultural de ese rey que impregnó de Renacimiento los 32 años de su reinado, sin obviar su historia, sus meses de cautiverio en 1525 en el Madrid de los Austrias, o la alianza pionera que firmó en 1536 con el sultán Solimán el Magnífico, de quien se expone la larga misiva que la rubrica.

Chantilly lleva a pensar, igualmente, que el controvertido monarca -cuya victoria en Marignano memorizan cada año en Francia millones de escolares- fue quien sentó las bases del absolutismo y quien echó los primeros fatídicos fermentos de las guerras de religión y de la persecución de los protestantes.

Un gran propagandista

Artífice de la modernización administrativa del país, incluida la fiscal, indispensable para costear su lujoso, bélico y festivo tren de vida, Francisco I fue además un propagandista consciente del poder de la imagen y la palabra, que utilizó la recién inventada imprenta para fabricar su propio mito.

Francia le debe también la instauración del francés como lengua oficial, la consolidación territorial frente a sus dos rivales, Carlos V y Enrique VIII de Inglaterra; y posesiones como la «Gioconda», uno de los cuadros que Leonardo da Vinci llevó a Francia en 1516 cuando se instaló en su corte.

En Chantilly, varias salas exploran su amor por los libros y un espacio reúne los retratos de las influyentes mujeres que le rodearon: su madre, su hermana, sus dos esposas -Claudia, primogénita de Luis XII, su antecesor en el trono, y Leonor de Austria, hermana de Carlos V-, así como de algunas de sus amantes.

El 70% de las piezas provienen del Museo de Chantilly, que exhibe así su valiosa colección de libros del rey y de raros manuscritos ricamente ilustrados y encuadernados, o los retratos del monarca creados por Jean y François Clouet en épocas sucesivas.

Un tapiz excepcional

Entre las obras prestadas por grandes museos nacionales y extranjeros destaca el tapiz de 9 x 6 metros «La Batalla de Zama» (ocurrida en 202 a.C), del Ciclo de la Conquista de Cartago por Escipión el Africano, procedente del Patrimonio Nacional de España. Es la pieza «imprescindible» de la exposición, idéntica a otra que poseía el monarca, resalta Bosc.

Recuerda «que Francisco I era mecenas no solo de los libros y la pintura, sino también de la tapicería», un arte más prestigioso incluso que la pintura en el siglo XVI, indica Concha Herrero, conservadora que acompañó en su viaje a ese tapiz real tejido en Bruselas, sobre cartones del italiano Julio Romano.

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